lunes, 28 de diciembre de 2009

La revolución de 1910 en Chiapas y el materialismo histórico

En 1985 unos nueve años antes del alzamiento zapatista en los Altos chiapanecos, se publicó un libro acerca de la Revolución de 1910 en ese Estado, titulado Resistencia y utopía t.2. El autor, Antonio García de León describe minuciosamente las luchas de los finqueros y hacendados para evitar que la revolución afecte su status en la sociedad semi-esclavista chiapaneca. Finalmente, la revolución llega a Chiapas con los ejércitos carrancistas, teniendo lugar una de las mayores paradojas de la época, en la cual, los hacendados se levantaron en armas contra la revolución, y se hicieron llamar ¡villistas!

Finalmente, los hacendados doblegaron a los carrancistas en 1920 mediante una componenda con el Gral. Obregón que estaba sublevado contra Carranza. Pero los recuerdos de la Revolución quedaron latentes en suelo chiapaneco. Dice García de León:

“(…)en los santorales y mitologías, en el renovado acontecer de los oráculos, las pugnas de la revolución se integraron lenta y naturalmente entonces al bestiario de animales protectores y protegidos. Los mapaches [rebeldes anticarrancistas] se asumían como tales, los zapatistas se integraban al folklore de los zoques al mismo nivel que los seres sobrenaturales, generalmente antropófagos, que poblaban sus húmedos bosques desde el florecer milenario de la cultura olmeca. La tibia reforma agraria proclamada por Carranza se asumió entonces como la ayuda providencial de una fuerza externa que permitía disminuir, aunque sólo lo fuera en espacios muy delimitados, el poder opresivo de los finqueros y caciques ladinos [mestizos e indios hispanizados]. Así, los mitos sacralizaron de nuevo la historia e hicieron eterno el agradecimiento de los indios por ese pequeño espacio de poder que les fue cedido por los soldados del lejano norte.

“Aparecen entonces los ancianos tzeltales de Sivacá invocando el origen de las ratas domésticas, y explicando el por qué éstas se pasean libres por campos, silos y habitaciones, como ‘animales consentidos o domésticos’ (alak’il), mascotas del hombre:

“‘Es que antes no había ratas –recuerda uno de ellos-, no había más que una sola clase de ratas rojas de campo. Se cuenta que en tiempos de revolución vino el tiempo de las muertes sin sentido, y que las gentes se mataban mucho entre sí, o eran muertas por los rebeldes o los soldados. De una parte eran los rebeldes y de la otra los carranzas, y entre ellos también se mataban. Pero los carranzas eran buenos y protegían a los habitantes de los pueblos, mientras que los rebeldes eran malos y no respetaban a nadie, a ellos se les llamó entonces mapaches. Cuando la guerra terminó, cuando ya no hubo más la discordia, la sangre de los carranzas muertos dio lugar al nacimiento y origen de las ratas domésticas. Su sangre se transformó en rata y se les llamó «ratas carranza». Es por todo esto que hoy nos siguen y nos corren suplicantes alrededor; y nosotros las cuidamos, porque los carranza regaron su sangre para darnos la libertad, porque querían sacudirnos el poder de la finca y no pudieron. Por eso cuidamos esas ratas (…)’”

En suma, esta obra nos muestra, obviamente sin pretenderlo, las raíces del futuro alzamiento zapatista de 1994 en los triunfos de los finqueros ganaderos y cafetaleros sobre los revolucionarios carrancistas, cardenistas, agraristas y comunistas entre 1910 y 1940.

jueves, 17 de diciembre de 2009

La “reforma” política gubernamental

Intempestivamente, el Gobierno ha propuesto un grupo de iniciativas de ley para modificar partes sensibles del entramado institucional del Estado mexicano.

En lo esencial, tales iniciativas contemplan establecer la segunda vuelta en la elección presidencial, la reelección por cuatro periodos consecutivos para alcaldes y diputados. Además, la reducción de los escaños en la Cámara de Diputados a 400, y los senadores a 96. Incluye la posibilidad de tener candidaturas independientes e iniciativas ciudadanas y de la Suprema Corte. Los partidos requerirán un 4 por ciento de los votos para obtener su registro, en vez del 2 por ciento actual. Por si fuera poco, el Gobierno se arroga la facultad de presentar al inicio de cada legislatura dos iniciativas de ley que se considerarían aprobadas en caso de que el Congreso no las dictamine, y si no hay acuerdo entre el Gobierno y el Congreso, se haría un referéndum.

Queda aún un gran tramo para que estas iniciativas sean discutidas en el Congreso, y está en el aire su aprobación, que puede ser parcial o incluso puede denegarse, dado que el Gobierno las lanzó sin acuerdos previos en un acto más bien efectista. Pero esta maniobra es muy reveladora de lo que pretende el Gobierno frente a la crisis política que se desató en 2006 y que no ha concluido.

La segunda vuelta, las candidaturas independientes y las iniciativas ciudadanas habrían tenido un alcance revolucionario… hace 6 años; ahora, cuando actores locales, a sueldo de las grandes empresas. amenazan con promover sus agendas desde candidaturas sin base social, el panorama que aparece es el de una descomposición acelerada. La reelección sólo apunta a la consolidación de los grupos de poder locales, que hoy ostentan las siglas del PRI y que ya no abandonarían las posiciones que lograron en la elección de 2009.

El conjunto de las iniciativas del Gobierno tienden, pues, al reforzamiento de los grupos locales y de los monopolios económicos y financieros, que son los que pueden aprovecharse de una “apertura” del Estado, mientras que los “ciudadanos” tendrían que seguir mirando cómo se reparte el poder a su costa.

Los partidos de izquierda legales también tienen su parte, pues el aumento del mínimo legal a 4 por ciento sacaría de la jugada al PT y a Convergencia, además que la Cámara de Diputados reduciría los escaños y haría éstos menos asequibles para los partidos pequeños; tramposamente, se reducen las diputaciones electivas al parejo que las plurinominales, lo que implica que aumenta el número de electores que se requieren por distrito, pero se mantienen las cuotas de los partidos con mayor presencia en los órganos legislativos.


Mal hará la izquierda si continúa haciendo cuentas alegres acerca de la elección de 2012, como si el triunfo estuviera a la vuelta de la esquina, el Gobierno, los grupos locales y los oligopolios trabajan con ahínco para impedir que la izquierda legal tenga posibilidades de alcanzar la presidencia en 2012 o en cualquier otra fecha.

Y, sin embargo, eso es precisamente lo que ocurre, pues la izquierda se ocupa de evitar que las masas asciendan por su propia iniciativa, por temor a ser rebasados por esas mismas masas. Con todo, la respuesta que dé la izquierda legal a la maniobra del Gobierno será muy reveladora de lo que la izquierda legal entiende por cambio democrático en México.

martes, 3 de noviembre de 2009

Los retos políticos de la izquierda mexicana

La organización económica de un país es la fuente última de las distintas corrientes e ideologías que luchan por el poder. México no es la excepción.

La organización económica de México se caracteriza por la existencia de dos polos sociales antagónicos, separados por la propiedad de la riqueza, del capital, que se acumula en una minoría de privilegiados, mientras que la mayoría de la población tiene que conformarse con la menor parte del ingreso nacional.

Entre aquella parte de la sociedad que nada tiene, y aquella que se apodera de todo, hay una inmensa variedad de grupos que tienen alguna propiedad.

Los poseedores, o sea, los capitalistas, que son los grandes industriales, comerciantes, banqueros y financieros, deciden cuanto y como se produce, contratan a quien quieren, y en virtud de esto se hacen con las ganancias que deja la producción de mercancías. El grupo de los desposeídos tiene que vender su fuerza de trabajo a los propietarios, al precio que fije el mercado y cuando lo determinen los patrones; y a cambio de ese trabajo, el asalariado recibe una remuneración que le alcanza para malvivir. Las clases medias se integran con una masa de pequeños industriales, comerciantes, agiotistas y agricultores, obtienen ganancias pero trabajan como los asalariados, su situación es intermedia: tienen propiedad, ganan, pero tienen que trabajar.

A cada gran grupo social le corresponde un determinado tipo de expresión política:

-A los capitalistas les corresponde el Partido Conservador, con sus vertientes liberal y militarista.

-A los asalariados les corresponde el Partido Proletario, en sus vertientes socialista y comunista.

-Las capas intermedias tienen expresiones menos definidas, como corresponde a su situación en la sociedad, y van de la socialdemocracia y el populismo al anarquismo, pasando por toda clase de mixturas como el comunalismo agrarista o el fascismo.

La unión del Partido Proletario y de las capas intermedias conforma el Partido Popular.

Con frecuencia, el Partido Popular no es capaz de desarrollar sus propios programas políticos, y se ve fuertemente influido por el liberalismo, al grado que llega a convertirse en aprendiz del Partido Conservador, del Partido del gran capital.

En México el Partido Conservador es claramente visible, se integra con el PAN, el PRI, las cámaras empresariales, el SNTE, el sindicato de petroleros, las compañías de televisión, radio y los periódicos, las mayores escuelas superiores privadas (sus escuelas de cuadros)y otras organizaciones.

El Partido Conservador mexicano pertenece a la vertiente liberal, pero cada vez se desplaza más a una vertiente despótico-militar. A esta singular composición se le ha denominado “neoliberalismo”.

Este neoliberalismo es fundamentalmente una ideología pro-imperialista que poco tiene que ver con los tópicos del librecambismo y mucho con los intereses de los monopolios.

El Partido Proletario carece en México de expresiones masivas, y sólo se compone de algunas organizaciones marginales.

El Partido Popular mexicano, de por sí heterogéneo, dada la variedad de aspiraciones y reivindicaciones que se expresan en él, se ve inmerso en una crisis que se prolonga por más de una década.

Esta crisis se ha manifestado como una tendencia al fraccionalismo, al sectarismo y al colaboracionismo con el Estado y con el Partido Conservador.

Mucho se ha discutido sobre lo nefasta que es esta situación, pero se ha permanecido en la superficie, sin indagar por qué lo único que ha logrado unir a la izquierda, al Partido Popular, ha sido una oposición en bloque al Partido Conservador; unión que no ha pasado de lo coyuntural, y que por carecer de un programa a largo plazo, ha terminado en agrios enfrentamientos de fracciones.

No se ha debatido sobre la necesidad de la unidad programática de la izquierda, no se ha producido una discusión seria sobre los principios políticos y económicos que tienen que animar la acción de la izquierda; y no se ha discutido, creemos, por el temor, sin fundamento, a que surjan enfrentamientos y rupturas; pero la realidad es que esos enfrentamientos y rupturas se producen de todos modos, y cuestan graves derrotas, pues suelen ocurrir en los peores momentos.

La realidad es que la izquierda no tiene una idea propia de lo que es el progreso social, y no hace sino regurgitar los lugares comunes de los conservadores.

La izquierda ha sido colonizada ideológicamente por la derecha, se ha convertido en su complemento o, más bien, en su comparsa.

Pero eso no es lo peor, lo peor es que la izquierda cree que no necesita elaborar con pulcritud su programa, y que las divisiones y derrotas son producto exclusivo de factores personales, y que todo lo que se necesita para superar la crisis es una labor de componendas y maniobras de corto plazo.

No puede haber postura más errónea en lo teórico, ni más peligrosa en lo práctico. Sólo un debate en serio puede ser el punto de partida de la recomposición de la izquierda, y mientras se le siga posponiendo, la crisis continuará.

El papel del programa político en el movimiento democrático popular.

La cuestión del partido político es la cuestión del poder. El poder en la sociedad moderna reside, como es bien sabido, en el Estado. El Estado se integra de un conjunto de instituciones destinadas a gobernar, o sea, a dirigir, organizar, la actividad cotidiana de la sociedad, pero también se integra con instrumentos de represión, que se crearon a raíz de que la antigua sociedad se dividió en grupos de poseedores y desposeídos, a saber, un ejército permanente, policías, cárceles y tribunales.

Las relaciones entre poseedores y desposeídos no son, sin embargo, estáticas; en determinados momentos, el descontento de las clases trabajadoras aumenta y se transforma en una rebelión social contra la dominación de una minoría; entonces el aparato estatal entra en acción, evitando que la rebelión triunfe y con ello quite el poder a la minoría que se enriquece a costa del trabajo ajeno.

En el marco de esta vocación defensiva del statu quo, no dejan de existir luchas parciales por el poder entre distintos grupos, lo que da origen a distintas organizaciones políticas destinadas a hacerse de posiciones en el gobierno, y en los parlamentos en caso de que existan; estas organizaciones son los partidos políticos.

Los partidos políticos son otros tantos instrumentos que se da la sociedad para canalizar la lucha entre grupos y clases de manera que se garantice un reparto relativamente pacífico de los beneficios derivados de los cargos públicos y de la corrupción del Estado.

Los grupos progubernamentales siempre esperan que la lucha política se mantenga alejada de las reivindicaciones populares, para lo cual buscan evitar que el debate público aborde las cuestiones del reparto del producto social, de las condiciones laborales, de la democracia popular, etc.; y así la política se trastoca en politiquería que encubre la lucha subterránea que los grupos de poder libran entre sí y contra los trabajadores.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos desplegados por los grupos de poder, las pugnas sociales acaban por emerger en la política, a través de algunos movimientos orientados hacia la izquierda del espectro político.

Estos movimientos políticos de izquierda se organizan, de mejor o peor manera, dependiendo de la experiencia que dispongan, la capacidad y honradez de sus cuadros dirigentes y de su habilidad para aprovechar las circunstancias, en fin, de la justeza y oportunidad de su programa político.

La cuestión del programa político es de particular importancia para las organizaciones de izquierda, por cuanto las clases trabajadoras por lo general se hallan alejadas del poder, y tienen que plantearse explícitamente los objetivos que buscarían al ascender al poder; por el contrario, las organizaciones de derecha, en tanto que sirven a las clases que ocupan el Estado, su programa es realmente sencillo y se limita a la conservación del poder, para lo cual tienen que valerse de los medios apropiados para limitar la participación popular en las instituciones, para reprimir selectivamente a los elementos radicales y enriquecerse con la corrupción del gobierno a fin de asegurar sólidas relaciones de complicidad que mantengan unidos a los miembros del grupo dominante por los beneficios así obtenidos.

El programa de la izquierda juega el papel de articulador de la estrategia y las tácticas que se sigan, y por ello su elaboración no constituye un ejercicio académico o de mera redacción, sino que pasa necesariamente por una discusión abierta entre grupos e individuos, discusión en la que se aborden prácticamente todas las cuestiones de estrategia y táctica en el marco de un análisis de la realidad social elaborado en términos de la situación social y económica de las clases que la integran.

La enorme influencia que la política derechista tiene y ha tenido al interior de la propia izquierda ha llevado a que se posponga indefinidamente la elaboración de un programa propio de la izquierda mexicana, la cual se ha contentado con copiar consignas, frases e ideas sueltas de otras clases y de otros países, por lo cual se han adoptado estrategias y tácticas desacordes al momento, lo que ha derivado en grandes derrotas para el movimiento democrático mexicano.

Desde luego que es correcto aprender de las experiencias de otros países, pero esto no se logra tomando cualquier cosa que parece plausible, sino precisamente a través de la elaboración y práctica de un programa propio.

La izquierda ha de defender el programa que ha elaborado, y eso se hace mediante un proceso de constante debate acerca del mismo, y nunca erigiéndolo en dogma. Así, y sólo así, puede la izquierda comenzar a cumplir las tareas que la historia plantea frente a ella.

México posee una larga historia de planes políticos en los cuales se esbozó la idea de un programa político de acción que articulara a la oposición de izquierda y que constituyen un antecedente a la labor que en nuestra época es ya impostergable: la elaboración de un programa político de la izquierda mexicana.

Únicamente cuando se tenga un programa surgido de un gran debate, podrá hablarse de un auténtico partido de izquierda y ya no de meras organizaciones calcadas o copiadas de los partidos de derecha, y que por ello mismo son incapaces de servir a los intereses de los trabajadores, limitándose a servir, en el mejor de los casos, de cajas de resonancia de las aspiraciones más superficiales de las masas trabajadoras. Estos partidos de “izquierda”, aunque pueden servir en un momento dado de vehículos de los trabajadores, en los momentos cruciales, su falta de unidad los conduce indefectiblemente a impedir que la oposición de izquierda alcance sus objetivos cruciales, con lo cual estos partidos de “izquierda” acaban por parecerse al Estado como dos gotas de agua, en cuanto al objetivo último que persiguen, que es el de evitar la explosión de una lucha abierta entre las clases sociales que favorezca a las clases oprimidas.

La necesidad de un programa político propio de la izquierda es imprescriptible.

lunes, 26 de octubre de 2009

El origen de la crisis económica

Desde fines de 2008 se declaró en crisis la economía mundial, incluyendo la mexicana.

En nuestro país, la propaganda gubernamental ha sido insistente en afirmar que la crisis “llegó de fuera”, o sea, que ni el Gobierno ni la organización económica del país son responsables de la debacle; que la crisis era inevitable, y que, por lo tanto, el Gobierno está haciendo esfuerzos extraordinarios para que el país remonte la situación que, se afirma, es pasajera, de manera que todo el orden económico vuelva a donde estaba antes de la crisis.

La cuestión es muy diferente en el terreno de los hechos. Los signos de la crisis no comenzaron a aparecer a fines de 2008, sino mucho antes, sólo que los financistas y banqueros los disimularon mediante una serie de especulaciones con divisas y con materias primas que inflaron los mercados financieros, o sea, ocurrió que grandes masas de dinero en poder de los bancos, agencias de seguros y empresas financieras que usualmente se destinan a todo tipo de inversiones, comenzaron a usarse a niveles extraordinarios para jugar apuestas sobre los precios de inmuebles y materias primas estratégicas, como el petróleo y los granos comestibles, cuyos precios se dispararon para luego derrumbarse cuando se desató la crisis.

La crisis llevó a la quiebra a empresas como Bear Stearns, Lehman Bros., Ford, GM, Chrysler, entre otras, y destapó los fraudes multillonarios de Madoff y Stanford, todo lo cual hizo de la crisis un fenómeno mundial.

Estas quiebras originaron un pánico financiero que llevó a las caídas en las bolsas de valores, al retiro de dinero de la circulación y, en general, al colapso de los intercambios financieros mundiales; entonces comenzaron a aparecer noticias de los efectos sociales de la crisis: despidos en masa de trabajadores. Los Gobiernos de EU y Europa comenzaron a aplicar con fuerza una política de rescates financieros otorgando millones de millones de dólares (EU ha invertido en recates más de dos millones de millones de dólares) a los bancos y empresas financieras para evitar su quiebra. GM, Ford y Chrysler se salvaron por poco.

Pero, a diferencia de lo que creen los personeros del Gobierno y los economistas, la raíz de la crisis no se halla en estos hechos. Los economistas creen que las crisis son procesos que ocurren al nivel de los intercambios financieros y comerciales. Para los economistas la esfera de la producción carece de problemas fundamentales.

La raíz de las crisis, contrariamente a las especulaciones de los economistas, se halla en la misma producción, los problemas en la esfera de la circulación son efectos de las contradicciones que existen al nivel de la producción. Cuando los economistas plantean que los malos manejos financieros de algunos zorros capitalistas aislados causaron la debacle, no proceden a explicar por qué esos zorros pudieron hacerse de tantos recursos y evadir las normas de los Gobiernos (muy laxas después de la desregulación); no explican cómo es que había tantos recursos disponibles para la especulación.

Los economistas consideran a la producción sólo desde el punto de vista técnico. O sea, como acción del hombre sobre la naturaleza, y no como un proceso social, como un conjunto de relaciones sociales. La producción tiene que verse desde ambas perspectivas, pero en lo que respecta a la crisis económica, el punto de vista “social” es el más importante.

Desde la perspectiva social, la producción capitalista es un proceso de obtención de ganancias por los poseedores del capital, y esas ganancias se obtienen mediante la explotación de trabajo no pagado; los trabajadores asalariados laboran toda una jornada para un patrón, pero sólo reciben a cambio lo mínimo necesario para su sobrevivencia y la de su descendencia, reciben por su trabajo objetos de consumo, pero no capital; los trabajadores no se enriquecen con su trabajo. La diferencia entre lo producido y lo retribuido a los asalariados es la ganancia, y toda esa diferencia va a los bolsillos de los patrones, que se la reparten conforme a sus propias reglas, y una parte va al Estado, a fin de que éste cuente con recursos para funcionar.

La esfera de la circulación es la del reparto del dinero obtenido del trabajo no pagado.

Conforme los capitales se van haciendo más grandes, la competencia entre los capitalistas por las materias primas, los mercados y la fuerza de trabajo arrecia, los precios de los insumos aumentan, y la presión por bajarlos aumenta, lo que implica que tengan que disminuir las ganancias y los salarios.

Cuando las ganancias disminuyen o tienden a disminuir, los capitalistas retiran su dinero de los negocios menos rentables e intentan llevarlos a los relativamente más rentables, se produce un desplazamiento del capital. Este desplazamiento puede realizarse hasta que las distintas ramas de la economía se saturan de capital y faltos de mercados solventes. La alternativa a esta situación sería una baja general de los precios, pero eso significaría sacrificar voluntariamente las ganancias de los capitalistas, quienes únicamente se interesan por la demanda solvente, no por la demanda social.

Es entonces cuando los capitalistas llevan sus capitales a los mercados financieros, a los mercados de capital, donde se corren apuestas sobre los precios de diferentes productos y se ganan o se pierden grandes sumas de dinero sin producir nada. Hacia 2008, la masa de capital en los centros financieros llegó a ser tan grande (del orden de millones de millones de dólares) que ya no se apoyaba en un equivalente de mercancías, el crédito al consumo y a la vivienda en los EU servía para sacar a flote este Titanic financiero virtualmente quebrado, pero cuando los deudores yanquis ya no pudieron pagar, sobrevino la bancarrota de los mercados financieros. Muchos financistas sólo jugaban con cifras y promesas de pago imposibles de cumplir, por lo que los precios de los bienes raíces, materias primas y divisas estaban muy por encima de su valor, y cuando comenzaron a ajustarse los precios, surgió la amenaza de que cayeran por debajo de su valor, por lo que siguió una huida en masa de los mercados de capital, un “pánico financiero”, en que los financistas corrieron a comprar bonos del Gobierno yanqui sobrevaluados.

Pero el origen de la crisis, la competencia entre los diferentes capitales, ha quedado en la penumbra.

Ya en sus primeros coletazos, la crisis misma va resolviendo las contradicciones de la competencia capitalista: derrumba los precios de las materias primas, máquinas e insumos, lo que permitirá reaprovisionar a la industria y al comercio; además, y más importante, alivia la competencia por la fuerza de trabajo, derrumbando los salarios y aumentando el desempleo, lo que crea un inmenso ejército de desempleados dispuestos a recontratarse por mucho menos salario y peores condiciones de trabajo y de retiro.

Conclusiones:

-La crisis es la solución capitalista a las contradicciones creadas por la competencia entre los propios capitalistas.

-La crisis sienta nuevas bases, más opresivas para los trabajadores, para obtener ganancias aumentadas.

-La crisis es también un proceso de selección de los capitalistas, los más ricos, los más hábiles, sobreviven y se hacen más ricos, los demás perecen y son expropiados por sus competidores.

-La crisis, en suma, es un proceso de depuración del capitalismo a costa de los trabajadores, del medio ambiente, y del conjunto de la sociedad, depuración que sólo sirve al conjunto de la clase capitalista y que prepara las nuevas crisis por venir.

lunes, 28 de septiembre de 2009

México, América Latina y el imperialismo.

- La región latinoamericana bajo el imperialismo.

Los países del área son una reserva del imperialismo, apenas cabe dudarlo, proveen a EU y a Europa occidental de ingentes cantidades de petróleo, plata, cobre, alimentos (soya, plátanos, café, azúcar, etc.), drogas (cocaína, mariguana, opio), y fuerza suplementaria de trabajo.

Esto, y un mercado de más de 200 millones de seres son un territorio a defender.

No puede esperarse que los EU cedan terreno sin luchar, de ahí la cantidad récord de invasiones militares directas e indirectas, las presiones financieras, diplomáticas y la constante intervención en cuestiones políticas e ideológicas que han padecido estos países.

Pero para que esto haya sido posible, ha sido necesario un estado determinado de la lucha de clases al interior de cada país latinoamericano y de los propios EU.

La circunstancia concreta ha sido el predominio de las oligarquías burguesas a lo largo y ancho del subcontinente. Oligarquías que han pactado con el imperialismo para proteger sus intereses contra los de las masas asalariadas y subordinadas.

Las oligarquías temen más a las masas que al imperialismo.

Las masas tienen frente a sí tanto a un enemigo interno como a uno externo. Este doble frente ha conseguido la victoria durante largo tiempo.

Incluso marxistas cabales han cometido el error de considerar a las burguesías “nacionales” como eventuales aliados de las luchas antiimperialistas, cuando en la realidad de los hechos, éstas siempre o casi siempre se han alineado con los extranjeros, y sólo pueden tolerar un movimiento de liberación nacional cuando la fuerza de éste ha sido tal que las ha obligado a ello.

Conviene, por tanto, dejar de lado toda esperanza de contar o llegar a contar con una burguesía antiimperialista en América Latina.

El proletariado y el campesinado han sido, en cambio, casi siempre antiimperialistas; sus luchas los han enfrentado desde épocas ya remotas al capital extranjero, y por ello su conciencia espontánea es instintivamente contraria a la intervención extranjera.

En México baste recordar los sucesos de Cananea, sin hablar de la larga historia de las invasiones, mal llamadas “intervenciones”.

En otros países de América Latina también podemos hallar a cada momento los rostros de la acción de las potencias extranjeras detrás de muchos sucesos históricos.

Inglaterra y los EU, pero también Francia, Alemania y Japón, aunque en menor grado, han sido los países que más han contribuido a configurar la región latinoamericana después de España y Portugal en los primeros siglos de la invasión europea.

Contrario a lo ocurrido en otros países, en América Latina, el avance del capitalismo no ha significado unificación nacional, sino escisión nacional; las capas oligárquicas han terminado por constituirse en un grupo cuasi-nacional por su cuenta.

El auge y el declive del separatismo por capas sociales o por territorios ha sido constante a lo largo de su historia.

Y aunque en el momento presente este separatismo burgués-terrateniente se encuentra más lejano que en otras épocas, sucesos como los de Bolivia o Venezuela lo hacen salir a la luz retrotrayéndonos a la época de la disgregación de la Gran Colombia o del “Imperio” Mexicano de Iturbide.

México, la Gran Colombia, Bolivia y Argentina han pasado, en cambio por las anexiones y auténticos despedazamientos territoriales detrás de los cuales pocas veces ha faltado la mano imperial.

De todos los casos, el más evidente ha sido el de México, donde las fuerzas imperiales actuaron tempranamente y de manera directa: más de la mitad del territorio nacional pasó a posesión de los EU, y el país fue invadido dos veces más en el siglo XX; además, Francia, Inglaterra y España trajeron tropas en una acción ventajosa en la cual el país acabó ocupado por Francia.

Las ocupaciones militares y las anexiones no dejaron de dar sus frutos a lo largo del siglo XX; a la acción militar siguieron las inversiones y los préstamos como nuevo programa de ocupación, comenzó la exportación de capitales.

La exportación de capital hacia América Latina significó que el grillete impuesto bajo el fuego de los cañones se ha cerrado.

Contrario a las vulgares tesis corrientes de los liberales e imperialistas latinoamericanos, el imperialismo ni siquiera en su carácter de exportador de capitales ha significado un factor de desarrollo económico para la región. Muy por el contrario, a la circunstancia concreta de la dominación extranjera ha de atribuirse el actual estado de postración y retraso relativo, la miseria de las masas y el atraso social en general; en suma, la dominación sólo engendra más dominación.

En este punto no cabe la menor concesión, de lo que se trata es de romper las cadenas de la dominación, en primer lugar las político-militares e ideológicas, luego las financieras junto con la dependencia comercial, y al parejo de todo sentar las bases para una eventual liberación de la dependencia tecnológica.

No se trata pues, de un salto único, de un proceso que se resolverá brillantemente en un solo acto; más bien se trata de toda una lucha sostenida por un largo periodo, que sólo encontrará su fin victorioso tras la ingente inversión de fuerzas sociales revolucionarias.

Más de uno ha vacilado al mirar la profundidad de la cuestión y lo agreste del terreno; por ello puede decirse que la libertad solo puede ser lograda ahí donde la cadena del imperialismo es más débil y donde el pueblo que quiere liberarse es más revolucionario.

América Latina tiene aún tareas que resolver y la dominación extranjera impide que sus fuerzas se desarrollen. Arrojar a los extranjeros de estas tierras es precondición de un verdadero desarrollo económico y social.

Ahora que el imperialismo estadunidense presiona con particular ímpetu a sus siervos latinoamericanos, se abre una grieta, una pequeña brecha para dar arranque a una lucha de largo aliento en pos de la liberación nacional.

El analfabetismo funcional, en lo respectivo al imperialismo, que existe tanto en Washington como en las capitales latinoamericanas les hace particularmente temerarios en sus acciones de expoliación, más cínicos en sus intervenciones y aumenta su desprecio por las masas.

Ello abre la brecha de la que hablamos.

Ahora la cuestión de la comprensión de las fuerzas revolucionarias acerca del imperialismo se vuelve crucial.

Ése es otro tema.

El imperio yanqui se halla empantanado en Irak, éste es ya un lugar común.

No lo es tanto el hecho de la emergencia de nuevos poderes incipientes en Eurasia: China, Rusia, India e Irán.

Asia está llena de poderes nucleares, más que Europa: Rusia, el más temible para los EU, también China, India, Pakistán, Israel y la interrogante de Norcorea.

Este poderío nuclear es inmanejable para los EU, ya que, salvo en el caso de Israel, se trata de naciones consolidadas desde hace siglos y aún milenios que poseen ejércitos convencionales magníficamente equipados, poseen también grandes recursos energéticos, tecnológicos y la mayor parte de la población mundial.

Todo aquello con lo que EU sólo cuenta en cantidades limitadas, tiene un gran poder nuclear y termonuclear, alta tecnología, y gran producción de alimentos, así como una cantidad adecuada de población, y por sobre todo eso, es el centro financiero del mundo, el dólar, su moneda, es la moneda de cambio mundial, y cuenta con América Latina como su territorio de repliegue exclusivo.

Pero los EU tienen en contra el creciente poder militar de Rusia y China, que se desarrolla a un costo mucho menor que el yanqui, la base educativa es débil, el dólar es presionado a la baja, como en la coyuntura de los años 1970, la población es cada vez menos apta para la milicia, varios países de América Latina están en franca rebeldía contra el dominio imperial; todo lo cual se conjuga en una actitud a la vez defensiva y agresiva no pocas veces errática, en un gasto desorbitado en armamento y una cínica propaganda que exalta lo peor de los prejuicios burgueses e incluso de épocas anteriores que se creían superados.

De este modo, el imperialismo se complementa con todo aquello que refuerce su poder a costa del ser humano, inclusive de sus propios ciudadanos.

Las fuerzas revolucionarias tienen, por lo tanto, que reforzar su ideología para hacer frente al embate de los poderosos medios de propaganda burgueses: la televisión, la radio, la cinematografía, la prensa, etc. pero también la internet.

Pero, no obstante, las posibilidades no son demasiado malas, la resistencia de la raza humana contra el capitalismo se recrudecerá en cuanto la propia existencia de aquella se vea amenazada, como ya ha ocurrido en épocas recientes, en las guerras mundiales.

Algo más debe advertirse, el declive del imperialismo estadunidense no significa el declive de todo imperialismo, sino únicamente su remplazo por otro más poderoso aún.

Contrariamente a las suposiciones de los optimistas incorregibles, quienes piensan que un naufragio significa el fin de la flota, la realidad es que la estafeta de potencia imperial sólo pasa de un contendiente a otro mientras el capitalismo monopolista continúe siendo el régimen social dominante en el mundo.

Y es aquí donde se llega a la cuestión de la revitalización de la teoría leninista del imperialismo: la necesidad de la supresión revolucionaria del capitalismo monopolista como única vía para acabar con todo género de explotación en el mundo.

De lo contrario, se corre el riesgo de moverse en círculos, derrocando imperio tras imperio, sólo para terminar dándole paso a uno nuevo y más poderoso, que explote aún con más ferocidad, tal como ha ocurrido en la historia, cuando el imperialismo inglés fue derrocado de su trono por los EU, Alemania y Japón, y cuando los EU se impusieron a sus competidores alemanes y japoneses y a su rival socialista, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Sólo que hasta el momento, ninguno de los competidores de los EU han sido capaces de desarrollar la capacidad efectiva de sustituir a aquél país en la posición de potencia dominante, por lo que ello implica en cuanto al control de las finanzas mundiales, capacidad tecnológica y la capacidad de exportar esos capitales y esa tecnología para apoderarse efectivamente de la economía de otros países.

No significa que no se marche en esa dirección. Todo lo contrario, sólo que todavía se trata de un proceso en curso. Lo que hay es una guerra de capitales que buscan trasladar el centro del mundo desde los EU hacia otro país: a China, con otros países como “auxiliares” del cambio: Rusia, India y quizá Brasil.

La gran incógnita es si el proceso acabará por desatar una guerra termonuclear y cuando lo haría.

No se trata de una cuestión de ciencia ficción; la tensión político-militar derivada de la presión económica sobre los EU ya es enorme y se han producido escaladas militares que a las claras son reposicionamientos yanquis agresivamente anti-rusos y anti-chinos: la alianza con Georgia y Polonia, la “independencia” de Kosovo, la tolerancia a la ofensiva turca en Irak, la desestabilización de Pakistán, las ofensivas israelíes en Palestina y Líbano, la desestabilización de Myanmar y del Tibet, la ofensiva en todos los frentes contra Irán, la expansión de la OTAN hacia el este de Europa, el movimiento secesionista en Bolivia y la cruzada anti-chavista en Venezuela, así como el aseguramiento del petróleo mexicano; todo eso y más sólo puede comprenderse en el marco de la defensa conciente que hacen los EU de su posición como potencia central del imperialismo mundial, dejando claro que la sangre derramada será poca siempre que los EU “prevalezcan” sobre sus enemigos y rivales.

Por ello no pueden ser tomados a la ligera. La guerra revolucionaria contra el terror imperialista solo puede conducirse con una estrategia apegada al rigor de los hechos y apoyada firmemente en la teoría leninista del imperialismo.

Esto significa que al remplazo de un imperialismo por otro, los pueblos del mundo han de oponer la guerra revolucionaria, a la menor oportunidad, con el fin de desplazar en definitiva a los grandes grupos imperialistas y así dar fin a las guerras de redivisión del planeta.

Caso contrario, la partición y repartición del mundo en áreas de influencia por parte de los grupos imperialistas seguirá su cauce natural, con el consabido costo para todos los trabajadores que se ha observado en estos ya más de 100 años de predominio monopolista: hambre, miseria, guerras, depredación ambiental, a cambio de las fortunas de una minúscula parte de la población humana.

Las masas necesitan tener presente, en todo momento, que sus intereses y los de la minoría que tiene el poder son incompatibles, y que su permanencia en tal posición entraña más riesgos que los de la lucha revolucionaria, por cuanto se trata de que a la larga el dispendio de recursos naturales y de fuerza de trabajo sólo pueden acarrear el riesgo de extinción de la propia especie humana.

Antes que tales presagios puedan materializarse, es de esperar que las masas reaccionarán con fuerza frente al imperialismo y serán capaces de entablar una serie de luchas que conduzcan, así sea en zigzag, a la supresión de las relaciones de producción capitalistas; lo cual es conditio sine qua non para el paso a la era de verdadera paz y prosperidad que ha prometido el gigantesco avance tecno-científico a la raza humana.

México y América Latina no pueden sustraerse de esta disyuntiva histórica y hacer como si eso fuera tarea de las grandes potencias, que es lo que sostienen los propagandistas del imperialismo en nuestros países. Taimadamente alegan que nosotros somos congénitamente incapaces de luchar por nuestra liberación y por emprender la tarea de empujar el progreso humano; según ellos, el destino de América Latina es ir a remolque del resto del mundo, del imperialismo, sea yanqui o europeo, y lo único que le queda a la región es irse acomodando lo mejor que pueda a tal situación dada.

Esto no puede aceptarse sin mayor trámite, pues eso significaría aceptar que la región no puede sobrevivir por cuenta propia, en suma, que la región carece de historia y de rumbo.

Pero los hechos son testarudos; tan sólo para sobrevivir, así sea miserablemente, la lucha de clases tiene que plantearse y resolverse continuamente, y ante esta certeza, la burguesía puede rabiar, desesperarse, pelear y vencer pírricamente y aumentar la descomposición social, todo lo cual ha venido realizando hasta ahora. Lo que no puede realizar es encabezar la renovación cultural y económica de estas naciones, pues su mismo origen colonial la ha baldado históricamente para tomar este rumbo.

Por tanto, no ha sido ni será la burguesía latinoamericana quien encabece la lucha de liberación nacional de la región, ni siquiera en los términos más burgueses, pues su sujeción al imperialismo es casi completa.

Serán, por lo tanto, las fuerzas de los propios trabajadores las que tendrán a su cuidado la labor de obtener nuevos lugares para América Latina en el concierto mundial de naciones. Ellas tendrán que luchar a brazo partido contra los ejércitos imperiales para lograr transformar la economía expulsando al capital extranjero, a fin de romper el dominio de los monopolios, logrando una mejor posición en la división internacional del trabajo.

Tareas nada simples, pero posibles, como lo demuestran las revoluciones del siglo XX, de donde emergieron varios grupos de naciones que actualmente disputan su lugar a las grandes potencias que dominan el mundo.

América Latina no puede quedar al margen de esta lucha, pues en ella también se juega su futuro.

La integración latinoamericana y el imperialismo.

La cuestión que no queda tan clara es la de las relaciones económicas y político-militares entre los propios países dominados.

Para nadie es desconocido que las naciones dominadas han entrado en conflictos de todo tipo, desde simples pugnas comerciales hasta guerras abiertas.

Ciertamente los intereses imperialistas han estado y estarán detrás, al lado y al frente de estas conflagraciones, pero eso no resuelve la cuestión, por cuanto hacen falta explicaciones más detalladas del por qué fue posible que el imperialismo lograra su objetivo de atizar las discordias.

Y eso no exime al imperialismo de su responsabilidad histórica.

Pero esta “explicación” es tanto más necesaria por cuanto se trata del propio estado de la lucha de clases en los países coloniales y dominados lo que se discute.

¿Qué estado de esa lucha de clases impulsó a Bolivia y a Paraguay a combatir a muerte por un territorio?

Se dirá que el patriotismo, etc. Pero eso no resuelve la cuestión.

La cuestión se amplía de hecho: ¿Por qué el “patriotismo” empujó a los pueblos a la guerra?, ¿a quién benefició ésta?

Incógnitas.

O no tan incógnitas, sabemos de los intereses de las oligarquías. En Bolivia, por ejemplo, se trataba de abrirse paso al mercado mundial a través del Mar del Plata, y a las potencias extranjeras debió interesarles mucho la cuestión de la ruta del estaño boliviano.

Y aquí sólo comienza la cuestión.

Esto viene a cuento por la traída y llevada cuestión de la unidad latinoamericana, a veces utopía populista, panacea revolucionaria antiimperialista, y las más de las veces, tema de discursos en cumbres regionales.

El tema no admite un abordaje simplista, se trata de una cuestión candente en la lucha de liberación de los pueblos de la región.

Mucho del problema consiste en ponerse de acuerdo sobre qué se entiende por unidad latinoamericana.

Unión aduanal, frente político, libre comercio, integración nacional; no hay manera de sugerir una secuencia de fases o un límite a lo que se plantea.

Y a partir de ahí, se deshilvanan toda serie de ideas enrevesadas.

Unos optan por una cosa u otra, toleran otras, y algunos inclusive miran a la integración total como un fin último al final de la carrera.

¿Qué hay de firme en todo esto?

Lo cierto es que América Latina no puede enfrentar a los EU por separado, incluso en su declinación eventual, un bloque sólido de naciones, incluso con gobiernos de derecha, pues de lo que se trataría es de arrancar las mayores ventajas al imperialismo, y aquí no cabe atizar conflictos innecesarios.

El bloque de negociación, lo más incluyente posible, es algo que sí está en el centro de la cuestión en el momento actual, con la dominación estadunidense en su apogeo.

Mayores avances en este sentido son más que deseables, pero sólo perceptibles en el marco de avances revolucionarios en la lucha de clases.

Es decir, la integración, incluso total, es una legítima aspiración revolucionaria que, sin embargo, requiere mayores presupuestos para materializarse.

¿Qué puede hacer un movimiento revolucionario para avanzar en este sentido?

En principio analizar sistemáticamente la economía, la política y la historia de la región y su relación con el imperialismo, con miras a elaborar un programa realista y práctico de integración nacional.

Es el primer paso y es indispensable para abrir el debate en los medios revolucionarios y de esta manera entender la dialéctica de las relaciones entre los pueblos dominados.

Nunca debe descartarse la posibilidad de conflictos y enfrentamientos graves entre los mismos países dominados, este olvido ha sido y será funesto.

En segundo lugar, reconocer que la propia lucha revolucionaria impele a las naciones a aliarse así sea sólo para consolidar algún avance mínimo, como demuestran los procesos de Venezuela y Bolivia, cuya situación, literalmente los empuja a colaborar, a acercarse a Cuba e Irán.

La unidad, por lo tanto, subyace a la emergencia de las masas trabajadoras como responsables de su destino, como participantes de los procesos históricos; por lo que no cabe ya hablar de una mera ilusión o utopía anticuada, fraguada por los alebrestados de los años 1970.

Es necesario, por tanto, que cada proceso revolucionario ponga especial atención a la cuestión de la integración en cada momento de su lucha, h. e., que valore lo que la integración puede ofrecer de ventajoso y cómo saber hallar apoyos más allá de sus fronteras nacionales; pues de lo que se trata es que se rompa el aislacionismo y el patrioterismo, mirando la causa de América Latina como una sola causa.

Saber pedir ayuda y saber proporcionarla, ésa es la clave de la acción revolucionaria latinoamericana en la actualidad.

Naturalmente, eso va en contra del aislacionismo-excepcionalismo que la oligarquía ha montado sobre el patrioterismo y el nacionalismo burgués.

Tal ideología se formó como una corrupción del sentimiento patriótico levantado contra las invasiones; se ha fomentado la idea de que toda participación extranjera es una invasión, desde luego, toda intervención que no ayude a la burguesía. Ésta denuncia rabiosamente toda solidaridad foránea con los explotados como un atentado a la soberanía “nacional”, pero alaba la “ayuda” y la inversión extranjeras como “actos de buena voluntad”; toda una inversión de los conceptos, con la cual saturan sus medios de propaganda masiva hasta la náusea.

Así, el internacionalismo proletario tiene que volver al derecho la cuestión, plantear sin ambages que toda solidaridad auténtica con los explotados que venga del exterior es positiva, y que toda ayuda a los explotadores es nociva para el desarrollo del país.

Ésta debiera ser la consigna de la lucha por la liberación nacional y por el socialismo.

Los liberales sólo podrían poner reparos a tal consigna haciendo verdaderas piruetas mentales; esto es, por su rechazo a esta consigna se reconoce a los imperialistas emboscados.

Tal es la cuestión. Así se plantea.

Sólo basta reconocer que para los explotadores locales todo lo que los beneficia es bueno, noble, progresista, y todo lo que ayuda a los explotados significa la ruina de la nación.

Basta con poner la fórmula al derecho. Esto es tanto más necesario por cuanto se trata de la cuestión de cuál es la ideología que ha de primar en el campo de los trabajadores: la burguesa o la proletaria. Si es la primera, como ocurre actualmente, ¿qué esperanza queda de obtener la liberación?, y si es la segunda, ¿qué mejor forma de comenzar?

Porque, como dice Julio Hernández López, citando a un escribiente suyo, David Aguilar, “México ‘ha sido dividido por quienes detentan el poder’ y que ‘para aquel que se considera perteneciente al grupo selecto favorecido por el poder, todo el que disienta de su visión de país es naco, indio, jodido, gato, etcétera, y el que de forma abierta expresa descontento o inclusive ira es considerado un terrorista en potencia que merece ser castigado’...” (Astillero, La Jornada, 14 de mayo de 2008, pág. 4).

Las clases explotadas del subcontinente necesitan tener claro, en todo momento que sus intereses jamás serán los mismos que los de sus explotadores.

Tal confusión ha sido funesta en muchas ocasiones a lo largo de la historia; por ello los movimientos revolucionarios de esta época tienen que empezar precisamente por ese punto, sin dar respiro ni tregua a la infiltración ideológica burguesa en el pensamiento de los explotados.

Entonces, lo que se plantea, a la par de la lucha política y económica, es una ofensiva cultural a gran escala, no sólo de propaganda, sino de verdadera educación de las masas sobre bases nuevas, a través de la literatura y el arte, pero sin dejar de pugnar por la toma de los medios masivos: televisión y radio, cuya importancia no puede ser obviada en nuestra época. La revolución bolivariana, la insurrección oaxaqueña de la APPO y, antes que ellas, la revolución cubana, lograron un avance gigantesco en ese sentido, tomando para sí los medios masivos a su alcance para difundir su palabra y su imagen; el logro que tuvieron ha sido enorme y sus consecuencias a mediano y largo plazo serán aún mayores.

Los movimientos revolucionarios, por naturaleza, sólo pueden apostar por la gente explotada; todo aquel militante que vacile ante acciones como las de la APPO en su lucha de 2006, corre el riesgo de caer en las trampas de la ideología burguesa corriente y de ser un estorbo más que una ayuda al propio movimiento.



En suma, América Latina se enfrenta a un conjunto de tareas de muy diversa índole: establecimiento de la democracia burguesa, liquidación de la propiedad terrateniente, liberación nacional, afirmación nacional bajo la égida proletaria, apropiación efectiva de los recursos naturales y humanos; todo ello encaminado al fin último: la supresión de la propiedad privada capitalista con el remplazo de este orden social por el socialismo, sin descartar un estadio de transición dictatorial en un régimen económico de capitalismo de Estado parecido a la NEP soviética de los años 1920.

No se puede rebajar este camino de transformación sin arriesgarse a volver a repetir fases superadas; quienes pretenden que la liberación del subcontinente puede lograrse bajo el capitalismo, simple y llanamente ignoran al imperialismo y no tienen la mínima conciencia acerca de lo que significa el desarrollo desigual, y que la dominación imperialista implica un estado de atraso económico y social que tiende a hacerse crónico, por lo cual, periódicamente vuelve a ponerse en el centro del debate político la insurrección de las masas, es decir, la lucha de clases abierta y sin subterfugios.

Otro tanto ocurre con las vías intermedias; sólo constituyen transacciones con el liberalismo y con el imperialismo; constituyen otras tantas puertas falsas que la ideología oficial abre para desviar al movimiento proletario de su cauce.

Algo semejante ocurre con el populismo en sus variantes; de tanto arraigo en América Latina, dada la base campesina de la economía y que a pesar del declive de la masa campesina en número y fuerza y su paso a las filas proletarias, continúa vigente en la orientación de muchos círculos intelectuales urbanos. Como movimiento político, el populismo tiene poco que aportar para desmadejar la hebra de la cuestión imperialista, sobre todo en la medida en que tiende a confundirse cada vez más con el liberalismo.

Las farsas que implican las variantes de liberalismo y populismo han de ser combatidas sin tregua, por cuanto llevan en sí la semilla de la derrota de las masas frente a sus enemigos de clase y, por tanto, frete al imperialismo.

Todo compromiso con la política liberal implica un reconocimiento tácito al imperialismo; no es ya esta época la de la libre competencia, y no puede ya hablarse de un capitalismo progresista salvo que se refiera a determinadas regiones y momentos específicos, mientras que el mundo como un todo es imperialista y reaccionario.

Las componendas con el populismo implican la aceptación más o menos encubierta de la viabilidad de reformas “campesinistas” como avances hacia un socialismo, como “pasos intermedios” en la lucha por la supresión gradual de la explotación.

Uno y otro tipo de arreglos son inaceptables para lograr los grandes objetivos de las masas trabajadoras, incluso de aquellas que las defienden. Por ello, el fin del imperialismo, la unidad latinoamericana y el socialismo no son sino capítulos de una misma obra: la lucha de clases en la región, y en ella participamos todos de una manera u otra, por lo que conviene poner en esta lucha el esfuerzo teórico y la lucha práctica sobre bases leninistas, siempre con miras a su actualización permanente.



El comercio y la deuda son los mecanismos de que se vale el imperialismo para explotar directamente a América Latina, detrás de ambos se encuentra la fuerza militar de los EU, como lo ha demostrado la historia reciente.

Tenemos todo un inventario de invasiones extranjeras en América Latina, sobre todo de los EU, pero también de Inglaterra, Francia, España y Alemania. Intereses financieros y comerciales han provocado estas intervenciones.

El asunto del comercio y la deuda delatan el verdadero contenido económico de todo movimiento político-militar. Aquellos movimientos que se oponen sólo de palabra al comercio desigual y al pago de la deuda externa o “interna”, pero en realidad contemporizan con estos, sólo constituyen agentes apaciguadores de las masas.

En México, el grueso de las organizaciones de “izquierda”, ni siquiera se atreven a mencionar estas cuestiones o solamente lo hacen de pasada, procurando no inquietar al gran capital internacional. Así demuestran su vena reaccionaria.

Por ello, el programa de la unidad latinoamericana también pasa por establecer una posición común respecto al comercio y la deuda como auténticos ejes del discurso económico de la revolución. En otras palabras, las cuestiones del comercio y la deuda representan la revolución en el terreno económico.

Sólo unos pocos países como Cuba plantean con toda la dureza el problema de la deuda y el comercio mundial. México ha llegado hasta el extremo de pactar un tratado de libre(sic) comercio (el TLCAN) con los EU y Canadá. Otros países oscilan entre el reconocimiento de la problemática y la sumisión a los EU y a Europa occidental. Pero lo cierto es que a pesar de organismos como el MERCOSUR, la región sigue con el grillete de la deuda y el papel de productora de materias primas apenas elaboradas.

¿Cuál sería el objetivo de la revolución latinoamericana?

En el extremo, cancelar el pago de la deuda sin reparaciones de ninguna clase, y en lo referente al comercio, el inicio de una industrialización masiva que hiciera de la región una zona altamente tecnificada, capaz de desplazar a otros países de su lugar en la división internacional del trabajo.

Se trata de tomar la delantera.

Se trata de luchar para retener el capital que el imperialismo se zampa y emplearlo para el desarrollo propio. No es cosa menor, puesto que el imperialismo disputa cada centavo de capital formado en cada región del mundo, y está más que presto a luchar para conservar esas presas.

América Latina tendrá que luchar por su capital, pero la burguesía prefiere cederle la tajada del león a la burguesía extranjera a luchar. Tienen que ser definitivamente los trabajadores los que luchen por el uso provechoso del producto de su labor cotidiana.

Y esto plantea la cuestión del poder, porque quienes tienen que luchar están fuera de él.

No hay mayor dilema teórico al respecto. El problema son los cómos y los cuándo.

Pero ése ya es otro cantar.



El desarrollo socioeconómico no es, como suponen los liberales, un proceso puramente económico, sino que involucra al conjunto del entramado social, el legado cultural, la situación geográfica, el orden jurídico-político, etc. Involucra problemas que van más allá de la esfera económica y que demandan más que planteamientos de gestión administrativa pública, de los que tanto gustan los llamados ‘tecnócratas’, o más bien, burócratas financieros del Estado.

La renta nacional es materia de litigio en cuanto se la obtiene; pero es en el proceso de producción donde se determina que esto sea así; los burócratas financieros sólo miran la cuestión de la renta, y eso de manera parcial, sesgada, y la producción de esa misma riqueza queda fuera de su radar; por ello la división de la sociedad en clases antagónicas que combaten entre sí, no es algo a considerar, o sólo lo es de manera limitada y deformada, desde el punto de vista de la clase burguesa, como algo que compete a la parte ‘política’ del aparato de Estado y a los partidos políticos. Ciertamente creen en la división del trabajo.

Pero el problema del desarrollo no se limita a la distribución de la renta, en todo caso es más importante el quién controla esa renta, pues de ello depende si se la emplea en el país o en el extranjero, si sus beneficios se quedan acumulados en el país de origen o si van a los bolsillos de los capitalistas imperialistas.

La acumulación de capital, la reinversión completa sumada a recursos adicionales es un factor más importante que la simple división de la renta nacional.

La acumulación de capital acarrea y es producto, a la vez, de procesos más básicos: de la creciente diferenciación de la sociedad en capitalistas y proletarios, de la necesidad de mejorar la producción para mantener el margen de ganancias. En suma, es causa y consecuencia del nacimiento, desarrollo y maduración de las relaciones de producción capitalista, de su extensión al conjunto social, de su creciente dominio de este por el cual se accede al desarrollo económico en el sentido estricto del término, entendiendo por desarrollo económico el desarrollo capitalista.

Porque en ningún momento se ha hablado de otro orden económico que el capitalista, valga la advertencia para quien considere que rebasamos a la realidad “por la izquierda”.

Los burócratas financieros tienen razón cuando miran el desarrollo como acumulación de capital, pero no saben en realidad qué es acumular capital en términos sociales; pues este proceso no se refiere sólo a la acumulación de maquinaria, materias primas, instalaciones, vehículos, etc., ni siquiera a la formación de “capital humano”, la formación de especialistas industriales, etc., se refiere a desarrollar las medidas necesarias para concentrar el capital en cada vez menos poseedores, a centralizar el capital ya existente y a impedir que los trabajadores dejen de laborar en las condiciones apropiadas para la valorización del capital, esto es, que los trabajadores no dejen de ser apéndices de la gran producción mecanizada trabajen en ella o no.

No es gratuito tal olvido, pues la gestión de los asuntos burgueses cercena todo pensamiento independiente en estos profesionales, y los limita al estrecho ámbito del pensamiento burgués.

La gestión económica capitalista se contenta con los procesos parciales al interior de la fábrica, de la rama industrial, incluso del país o del mundo, pero siempre separando la infraestructura (relaciones de producción) de la superestructura (Estado, leyes, instituciones), deshaciendo así el todo social sin volverlo a reconstruir.

El logro de reconocer el todo social y desarrollar las herramientas para su comprensión teórica corresponde al marxismo.

Por ello, esta teoría-método tiene que implantarse sólidamente en América Latina con mayor fuerza que en épocas pasadas, al grado que constituya un elemento inseparable del análisis de la correlación de fuerzas en los movimientos revolucionarios.

El análisis marxista de la economía política es el indicado para la teoría de los movimientos revolucionarios latinoamericanos, pues es el único que los arma para afrontar la cuestión del desarrollo económico sobre bases científicas frente a los alegatos ideológicos de los liberales, los populistas, los anarquistas y los burócratas financieros.



La cuestión agraria en América Latina aún cuenta con un peso considerable, no sólo en la economía, sino también en la política y en general en la lucha de clases.

Por principio, es una actividad que emplea una masa importante de trabajadores, sobre todo en las unidades menos productivas; lo cual tiene un impacto particular porque un mínimo aumento en la productividad arroja decenas de miles y aún cientos de miles de trabajadores rurales a las ciudades o al extranjero, proceso que impacta a un país en sólo en términos demográficos y culturales, sino que exacerba la lucha de clases, fortalece a la burguesía y llena al contingente proletario de elementos inestables que sólo con el tiempo se vuelven auténticos elementos de la clase.

Por la parte de la producción, la agricultura es un rubro de primordial importancia pues ciertos productos agrícola llegan incluso a ser los únicos productos que el mercado internacional acepta de América Latina, v. gr., el café, el plátano, el azúcar, la marihuana, la cocaína, el opio, la soya, las hortalizas, etc.; de manera que el imperialismo depara que este tipo de cultivos se fortalezcan en detrimento de otros cultivos y aún de productos industriales, volcando las energías del campo en productos que no reportan beneficios al país, lo que ayuda a perpetuar la dependencia y la desigualdad.

El esquema agrícola está configurad de tal manera que la actividad productiva no sirve realmente a los intereses, necesidades y gustos del país, sino a las necesidades del mercado mundial, esto es, a la burguesía imperialista.

La alimentación se torna cuestión estratégica por cuanto la producción de alimentos no es prioritaria, los países de América Latina se han convertido en importadores de alimentos, sobre todo granos, lo que los pone a merced de los especuladores a escala internacional, quienes siempre buscan el máximo beneficio; lo que determina una “división de la explotación”: los productores agrícolas no producen alimentos, sino, por ejemplo, café, explotan a sus trabajadores para obtener café y les pagan su salario, pero no les proveen de alimentos, por lo que los trabajadores los compran en el mercado, que está en manos de los acaparadores extranjeros, quienes pueden aumentar los precios. De esta manera, los campesinos sirven a dos amos, a quienes les proporcionan trabajo y a quienes los proveen de alimentos, sin contar todo lo demás que compran y que no producen ellos mismos.

La estructura agraria latinoamericana genera y regenera la dominación imperialista en el subcontinente tal como lo hace el resto de la estructura social.

Por ello, entre todas las cuestiones que atañen al movimiento revolucionario de la región, en lo que respecta al campo el punto principal es la determinación exacta del estado que guarda la lucha de clases.

Tarea nada fácil pero indispensable, para lo cual se necesita determinar cómo se distribuye la población en las distintas unidades de producción, determinando cuáles trabajadores son jornaleros, cuáles obreros agrícolas, cuáles pequeños burgueses, grandes burgueses, terratenientes, etc.

Este trabajo indicará cuál es la fuerza revolucionaria en el campo, cuál será el apoyo que el campo proporcionará a la eventual insurrección de la sociedad urbana.

El problema no admite soluciones de principio; no puede descartarse que algunos sectores que pasarían por reaccionarios acabasen transformándose en revolucionarios leales, pues debe recordarse que la situación rural posee una determinación singular en la cuestión de la producción: ahí se dirime en gran medida la cuestión de la posesión de la tierra.

La tierra, como se sabe, constituye un monopolio sobre un bien finito; y su paso de unas manos a otras no se produce con tanta facilidad, incluso en el capitalismo más avanzado, cuando la tierra se transforma en mercancía. Por ello, la posesión de la tierra se torna en una cuestión directamente imbricada en la lucha de clases, pues la pelea por la tierra que se da entre los pequeños y los grandes propietarios es una pelea por los medios de producción; una lucha por la propiedad, esta propiedad hace revolucionario al campesino, con todo lo que eso implica en cuanto a las limitaciones de ese revolucionarismo en la práctica.

Si este revolucionarismo llega más lejos que la reivindicación de la tierra ya es otra cuestión. A este respecto los proletarios urbano-industriales tienen una ventaja, a saber, que su lucha sólo puede ser en común, necesariamente, pues común es su trabajo cotidiano y en común han de arrancar la propiedad a los capitalistas. Mientras que el campesino que lograse obtener su tierra podría cultivarla él solo con su familia, separándose de la continuación de la revolución, e incluso atrincherándose contra la colectivización del trabajo agrícola, lo cual acabaría por impedir la mejora de la producción, estancándola y poniendo en jaque a la ciudad socialista al privarla de los alimentos y materias primas necesarios para su desarrollo y del mercado para sus productos.

Se plantea la disyuntiva de una nueva revolución agraria, con o contra los campesinos, para hacer de ellos productores colectivos, poseedores en común de la tierra junto con todos los demás trabajadores del país, que también tienen derecho a los productos del campo. Posesión, desde luego, que ha de garantizar el Estado de los trabajadores, el Estado socialista.

El camino para lograr esto es una interrogante, la URSS con Stalin emprendió esta segunda revolución por la fuerza, colectivizando a los campesinos en granjas colectivas llamadas sovjoses y koljoses como medio de hacer frente a la crisis de la producción agrícola. El resultado de esto aún es, y seguirá siendo, discutido. Pero es claro que la dirección soviética de entonces comprendía perfectamente la cuestión.

China siguió con la vía capitalista en el campo tras varios intentos de empujar la colectivización socialista de los campesinos. El país constituye una formación social donde se ensamblan diferentes modos de producción con la preeminencia del sector socialista. Pero en lo que respecta al campo, da la impresión de que es la vía capitalista la que impera incontestablemente pues la dirigencia china intenta de esta manera diferenciar al campesinado, aún inmenso, y a la par seguir contando con los productos y el mercado rural. Un poco de la NEP soviética, pero mucho más relajada en lo que respecta a la industria urbana, llegando al extremo de que los “Nepman” chinos han cobrado un gran poder que ignoramos en qué grado influye en las decisiones del PC chino.

América Latina tiene que poner especial atención tanto a las experiencias soviética y china como a la cubana, más cercana aunque no demasiado a las del resto del subcontinente. En Cuba, el monocultivo planteó y plantea todo un reto a la capacidad del país para obtener la gama de artículos que necesita, Cuba era, y aún es en gran medida, una economía cercenada, era un apéndice de la economía de los EU. Al socialismo cubano le benefició la relativa homogeneidad del país y su carácter insular, pero le planteó el reto del abasto de muchos productos y el menudo problema de orientar al campo a la obtención de una producción más variada sin soltar las riendas de los campesinos, de la tierra. El país se ha visto obligado a adquirir alimentos a los mismos EU, a favorecer el turismo, a buscar petróleo en aguas ultraprofundas, en fin, a luchar por obtener divisas para concurrir en el mercado mundial lo menos desventajosamente posible.

Esto no deja de producir deformaciones considerables. Se corre el riesgo de que el campo pase de ser fortaleza a ser debilidad, que en vez de abastecedor y mercado se convierta en productor de descontentos que pongan en jaque al socialismo. Ni siquiera el mejor con el mercado mundial imperialista puede subsanar el déficit agrario pues siempre harán falta divisas.

Ninguno de los retos que se plantean a las masas revolucionarias tiene una solución obvia, por cuanto las sociedades acarrean una larga historia que las determina.

Y la cuestión agraria es, de suyo, una de las más complejas conforme nos alejamos de los países industrializados, hacia la “periferia” capitalista.

Donde los campesinos o pequeños propietarios en general tienen mayor peso demográfico , la cuestión adquiere tintes más dramáticos y se constituye en el eje central de la lucha de clases nacional.

Pero también en países con mayor peso de la población urbana, como México, la cuestión agraria es crucial por lo que respecta tanto a las masas de pequeños productores inmersos en un brutal proceso de diferenciación social que arroja una cantidad descomunal de trabajadores a las ciudades y al extranjero, desplazando fuerza de trabajo que queda mal remunerada o parada y va a engrosar las filas de la miseria urbana, el ejército de reserva del capital.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

La acumulación de capital en México

La situación concreta de las clases sociales en México está lejos de ser esclarecida, aunque se han hecho investigaciones históricas sobre la actuación política de las organizaciones sindicales y patronales. Además está la labor esclarecedora que ha tenido la lucha entre las propias élites económicas en torno al presupuesto del Gobierno federal, que es un factor de primera importancia en el proceso de acumulación de capital de la clase capitalista mexicana; aquella empresa que puede evadir una mayor cantidad de impuestos y al mismo tiempo hacerse de contratos, préstamos y subsidios gubernamentales, puede asegurar una gran ventaja sobre sus competidores; la ayuda del Estado se vuelve un factor importante del proceso capitalista mexicano.

Desde luego, esta prerrogativa favorece sobre todo a los grandes monopolios como Televisa, TV Azteca, Telmex, etc., que reciben grandes recortes de impuestos. Televisa “paga” sus contribuciones en especie, algo sin precedentes; otros se atienen a los “regímenes de consolidación fiscal” en los que las pérdidas de una empresa perteneciente a un corporativo sirven para evadir impuestos derivados de las ganancias habidas en otra empresa del mismo corporativo. También juega un papel importante la devolución del IVA (Impuesto al Valor Agregado), valiéndose de las exenciones a alimentos y medicinas.

Por un lado y por otro, los monopolios se hacen de recursos, no con base en otra cosa que la fuerza económica. Esa fuerza económica se deriva de la capacidad de un monopolio de controlar ramas enteras de la economía y así hacer que su funcionamiento normal sea una necesidad social que no se puede suprimir sin causar graves trastornos al conjunto social.

El conjunto de los monopolios adquiere así un poder sobre el conjunto social que hace a la vía capitalista de desarrollo irreversible, planteando el problema de la socialización de la producción, haciendo que las ideas de un mundo basado en la pequeña producción se conviertan en meras utopías.

La socialización de la producción constituye aquel proceso en que las empresas son cada vez más grandes e involucran cada vez más trabajadores, tales empresas se van imbricando crecientemente entre ellas y con el Estado. Bancos, grandes fábricas y el Estado se van integrando en un único mecanismo que domina y regula la economía social.

Pero la socialización de la producción nunca involucra directamente la socialización de los beneficios, pues la propiedad privada de las máquinas, materias primas e insumos, etc., lo impide.

Como la socialización de la producción sigue su camino inexorablemente, la propiedad privada de los grandes capitalistas se hace cada vez más incongruente con los intereses comunes de la sociedad, pues la defensa de la propiedad privada provoca crisis periódicas cada vez más destructivos, en las cuales se destruyen partes completas de la economía para volver a hacerla rentable para una minoría de capitalistas.

En un momento determinado, a fin de que la socialización de la producción continúe, se hará necesaria y posible la abolición de la propiedad privada capitalista, lo que inaugurará una nueva época en las relaciones sociales, pues tal supresión dará fin a la explotación del trabajo ajeno.

México no es, en modo alguno, ajeno a la marcha de este proceso. La crisis que barre el país, la creciente disparidad del ingreso, la parálisis del Gobierno, son todos factores que se derivan, en última instancia, de la contradicción entre la creciente socialización de la producción y el carácter capitalista privado de la apropiación.

La acumulación del capital en México sigue el mismo derrotero que en el resto del mundo, aunque su camino difiera en múltiples aspectos. No pocos autores tienden a sobrestimar al capitalismo, creyendo que éste se desenvuelve de una manera uniforme en todos los países y en todas las épocas; mientras que otros autores creen que las diferencias nacionales y temporales pueden dar pie a un excepcionalismo en el que el desarrollo en cada época y país es enteramente arbitrario y sólo sigue sus propias pautas. Ambas maneras de razonar son equivocadas, la particularidad del capitalismo no implica que no siga ciertas líneas uniformes que permiten hablar de un modo de producción capitalista y de formaciones sociales capitalistas.

miércoles, 19 de agosto de 2009

La situación de las cooperativas en el capitalismo.

El movimiento cooperativo constituye una aspiración, hasta cierto punto espontánea, de las distintas capas trabajadoras a suprimir las contradicciones del capitalismo.

La cooperación puede establecerse en diversos campos: el consumo, la mutualidad, o la producción inclusive.

La cooperación en el consumo consiste, sucintamente hablando, en la organización de asociaciones de compradores de abastos ‘básicos’, que, por hacer sus compras en bloque, pueden obtener precios relativamente más bajos que si compraran por separado, es decir, precios de mayoreo. Esta organización es la más sencilla.

La mutualidad consiste esencialmente en la organización de sociedades en las cuales los integrantes se proporcionan ayuda mutua en caso de un apuro grave, o, simplemente, al retirarse de su labor productiva. En estas organizaciones se conforma un fondo pecuniario al cual se recurre en calidad de fondo de préstamo o de donaciones en caso de accidentes, circunstancias extraordinarias, etc. Pudiendo constituir incluso, un fondo de retiro para sus integrantes. Estas cooperativas demandan mayor organización y se encuentran más expuestas a problemas de orden financiero y contable, pues demandan la colocación del fondo en actividades lucrativas, en el sistema bancario, etc.

La cooperativa de producción es el escalón superior de la cooperación; demanda una gran organización. Los trabajadores son a la vez propietarios de una empresa productiva, sea del ramo que sea, que compite en el mercado a la par de las empresas capitalistas, por lo que ha de funcionar bajo los principios capitalistas de economías, disciplina y rentabilidad, etc.

***


Al igual que la monopolización de la producción, el movimiento cooperativo constituye una tendencia objetiva del avance de la producción bajo el capitalismo. Pero no más que eso; pese a lo cual no es infrecuente encontrar una gran variedad de opiniones extralimitadas sobre la cooperativización, que, en última instancia, pueden reducirse a dos: o se afirma 1) que la cooperativización puede, por sí misma, remplazar al capitalismo; o bien, 2) que la cooperativización jamás podrá ir más allá de los estrechos límites del capitalismo.

Ambos géneros de opiniones pecan de unilateralismo:

Considerar que el movimiento cooperativo, que ha surgido bajo el capitalismo, es por naturaleza opuesto al capitalismo, que funciona con reglas diametralmente diferentes, es erróneo. Bajo el capitalismo, como ya se indicó, la empresa cooperativa ha atenerse a la rentabilidad de tipo capitalista, es decir, a la obtención de ganancias, para poder funcionar. Además, hay ramas que están vedadas a este movimiento: las ramas que producen medios de producción, esto es, aquellas ramas que producen para la producción. Este sector es estratégico para el dominio de los capitalistas sobre la producción, y, con ella, sobre toda la sociedad. Las ramas que producen carbón, acero, máquinas y herramientas, vehículos, equipo eléctrico y electrónico, instrumental químico y biológico, etc., requieren grandes cantidades de capital, mano de obra altamente calificada, control sobre el sector financiero del Estado, entre otras cosas; todo lo cual está fuera del alcance de la cooperación de los trabajadores. Por ello, las pocas asociaciones exitosas se encuentran al final de las cadenas productivas, en los productos de consumo improductivo. No podría ser de otra manera. Y mientras quede marginado de la producción de medios de producción, el cooperativismo no puede significar un peligro para el ordenamiento capitalista de la producción y de la sociedad.

Respecto a la otra visión de las cooperativas como una asociación inútil, superflua, habría que volver a manifestar lo ya dicho acerca de que este movimiento representa una tendencia inmanente al capitalismo, una tendencia que, cuando surge auténticamente de los trabajadores, y no de tal o cual funcionario del Estado o del propio capital, representa un reconocimiento por parte de las masas de que el funcionamiento económico y social del capitalismo es un lastre para el progreso, de que es ya un enemigo a vencer; a la vista de esto, ¿qué puede ser más gratificante para quien se llame ‘de izquierda’, que semejante actitud por parte de las masas en su propia cotidianidad?

Es preciso reconocer, sin embargo, que solamente bajo un régimen socialista la tendencia que representa este movimiento significaría una palanca crucial de la liberación de los trabajadores, pues sólo en este régimen social se presentarían los supuestos que permitirían crecer al movimiento cooperativo, desplazando a la pequeña producción aislada; a saber, la disposición del sector financiero y la infraestructura material nacional en propiedad social, y lejos de las manos de un puñado de explotadores; de modo que ese mercado y esos recursos se liberarían para orientarlos efectivamente a la supresión de la fragmentación social y económica y de la miseria que las acompaña. Es decir, las cooperativas ya no tendrían que contemporizar con la explotación; serían, en principio, asociaciones verdaderamente libres, con lo que sus objetivos dejarían el terreno de la utopía reaccionaria de la ‘supresión gradual’ del capitalismo, para entrar en el terreno de la realidad de todos los días.

Mientras que bajo el capitalismo la cooperación es, esencialmente, una escuela de socialización de la producción o incluso un poco más, en circunstancias especiales, y ha de coexistir con la explotación (reforzándola inclusive); contemporizando con ella, en vasallaje; en el socialismo, en cambio, se convierte en actor efectivo de la vida social.

Comprender este carácter de ‘escuela’, de la cooperación bajo el capitalismo (e incluso bajo el socialismo), debe permitirnos comprender las posibilidades y límites de ella; así como la necesidad de establecer con claridad los objetivos que se persiguen en cada organización concreta, y de esta manera evitar el fracaso de ella; y aun cuando éste se produjera, tener la capacidad de asimilarlo, para evitarlo en otra ocasión. Pues tal comprensión debe alejar el peligro del desánimo y la disgregación del movimiento cooperativo, los cuáles constituyen su verdadera derrota.




Addenda.

Cada tipo de cooperativa tiene su propio objetivo, éste debe ser claramente establecido y llevado a cabo hasta el fin. Una cooperativa de consumo ha de defender los intereses de sus afiliados, en tanto compradores; es decir, debe buscar los precios más bajos en el mercado: los precios ‘de productor’, ‘de fábrica’, a fin de incrementar y mejorar el consumo cotidiano de los afiliados.

Las cooperativas de producción, por el contrario, persiguen los precios más altos para los productos de sus afiliados, precios por encima de los que pagan las tiendas y distribuidores a los productores, es decir, el precio más cercano al precio de producción.

Ambos tipos de cooperativas pueden coaligarse para beneficiarse mutuamente, los primeros, obteniendo precios más bajos que los del mercado, los segundos, obteniendo un precio mayor que el que pagan los distribuidores capitalistas. El resultado económico neto que se debe perseguir en esta relación es sacar de la jugada a los intermediarios capitalistas, a fin de que productores y consumidores mejoren sus ingresos. Esto no descarta la labor de intermediación, pues las mismas cooperativas requieren al menos un pequeño grupo de organizadores de tiempo completo, que han de requerir cierta cantidad de recursos para operar; de lo que se trata entonces, es de mejorar la intermediación y que esta aminore, al menos en un ámbito limitado, su carácter opresor y expoliador.

Por todo esto es conveniente no confundir o mezclar los diversos tipos de cooperación en un mismo saco, conviene no ignorar que cada uno persigue distintos objetivos y que por ello conviene armonizar pero no amalgamar.

Cada cooperativa debiera ser, en principio, rentable e independiente, en términos contables capitalistas, aun cuando las distintas entidades se articulen en torno a ciertas cuestiones que afecten a todos, por ejemplo, evitar pérdidas por descoordinación en los traslados, en los encargos, etc. No resulta lógico permitir que el hundimiento de una cooperativa arrastre al resto; esto en lo que respecta a la independencia operativa, en cuanto a la rentabilidad, baste decir que no se toma más de lo que hay, el beneficio que produce una unidad de cooperación procede de la ganancia que se logra arrancar al gran capital comercial; pero la cooperativa sigue inmersa en la sociedad capitalista, bajo su legalidad y sus instituciones y, más importante, en el marco de sus relaciones sociales de producción, por lo que operar con eficiencia y en la búsqueda de los mayores beneficios es un imperativo mayúsculo.

jueves, 9 de julio de 2009

Cinco artículos sobre la votación del 5 de julio

La votación de julio de 2009 fue más la votación de la incertidumbre que la del miedo propiamente dicho. La incertidumbre acerca de la economía y el empleo, de la inseguridad personal y del goce de derechos y la desconfianza en el gobierno federal, se conjugaron para arrojar una nutrida votación a favor del PRI, a costa del PAN y del PRD, que se hundieron muy por debajo de sus umbrales alcanzados en la votación del 2006.

La izquierda se resintió de las divisiones en su interior y fue incapaz de captar ese voto de castigo al gobierno, que entonces se canalizó al PRI y al PVEM.

Dice Adolfo Sánchez Rebolledo:

“Cansado de los experimentos, el electorado, volátil por naturaleza, prefirió dar su confianza –erosionada por el abstencionismo- a una opción esencialmente conservadora al votar por el PRI como el partido ‘del orden’, antes que refrendar en las urnas la deteriorada legitimidad del gobierno panista. Por desgracia, el país es hoy un poco más bipartidista que ayer, aunque el poder político aparezca fragmentado en compartimientos cerrados, más cercanos al autoritarismo que a la democracia. Y algo más: en esta feudalización hacen su agosto los poderes fácticos, sobre todo los medios [de comunicación] que ya se perfilan –con todo y candidato- hacia 2012. Ellos quieren ser los intérpretes de la nueva razón de Estado transformada por los cambios inevitables de la política. Quieren la contrarreforma electoral, un presidencialismo a modo y un régimen ‘representativo’ que sea funcional al despliegue de sus intereses presentes y futuros. Es el de una época.” [¿Qué dice la izquierda?, La Jornada, 9 de julio de 2009, pág. 23]

Los resultados de esta anticlimática elección serán, sin embargo, de largo alcance; como dice Julio Hernández López:

“Felipe Calderón solamente duró tres años encaramado en el poder formal. Ayer [6 de julio], el PRI tomó posesión del trienio restante de un sexenio mucho más que perdido. La primera instrucción del gobierno tricolor, emanado de un golpe electoral, fue la destitución del secretario de asuntos partidistas del gabinete fallido, el patético Germán Martínez. Luego, los jefes de jefes del priísmo sombrío, Manlio [Fabio Beltrones] y Emilio [Gamboa Patrón], han comenzado a difundir su exigencia de que haya cambios importantes en el gabinete de desastre de Felipe V (es decir, Felipe Virtual) […]. Y la muy deportista Beatriz Paredes ha salido a plantear que es necesaria una corrección profunda de la política económica calderonista […].” [Astillero, La Jornada, 7 de julio de 2009, pág. 4]

Y más adelante:

“Felipe concede la cabeza de su sirviente partidista sin darse cuenta de que ha comenzado a destazarse políticamente, a derrumbarse con dinamita de la casa. Germán [Martínez] nunca ha sido otra cosa que un fiel ejecutor de las instrucciones dictadas por el jefe Lipe [Felipe Calderón], de tal manera que arrojar la marioneta a las fauces de los tiburones de tres colores es una forma de reconocer las propias fallas capitales del titiritero ejecutivo, que así se arriesga a que el público asistente a la Gran Carpa México se pregunté [sic] por qué no corre similar suerte el manejador de los hilos ahora caídos.” [loc. cit.]

También dice Luis Linares Zapata:

“El electorado volvió sobre las huellas de un gobierno dividido adicional, cara fórmula para los mexicanos de abajo. Una minoría votó para dar al priísmo una oportunidad adicional para que pueda conducir, con cierta holgura, tanto los asuntos públicos generales de la República como los de las regiones bajo su férula. Será, por tanto, esta fracción partidista quien tenga la responsabilidad en el diseño de las políticas públicas que signarán los restantes años del poquitero sexenio calderónico. En realidad, al recargarse sobre el priísmo, los votantes eligieron una ruta, bastante nublada, sobre la continuidad efectiva del golpeado modelo vigente.” [La oscura ruta futura, La Jornada, 8 de julio de 2009, pág. 17]

El PRI, desde luego, es incapaz de resolver el desempleo, la carestía y la inseguridad, y más bien se halla entre las instituciones donde estos problemas se originan; por lo tanto, su vocación no se halla volcada en lograr reformas que atiendan los intereses populares, sino únicamente en pos de su “retorno a Los Pinos”. Su “triunfo” en estas circunstancias, por tanto, no resuelve la crisis política, sino que la ahonda, al desaparecer a la izquierda del mapa nacional, las medidas del Estado sólo se pueden ‘legitimar’ por un Congreso dominado por los intereses empresariales representados por los partidos de derecha, que ahora tienen que lidiar solos con la crisis general del Estado, pues el PRD de Jesús Ortega, desfondado y desprestigiado es más un estorbo que un agente legitimador, mientras que al lopezobradorismo le convendrá desmarcarse de las iniciativas derechistas, pues sus magros números dependen casi en exclusiva de sus adherentes más radicales.

Dice Marco Rascón:

“El maderismo, según la visión de José Vasconcelos, fue una tragedia porque convocó a la nación a cambiar, sin lograrlo. Se derrocó a Porfirio Díaz, pero no al porfiriato, y el país estalló. Madero, pactando con el viejo régimen, quiso ahorrarle una revolución a México, pero al desmembrarse su fuerza, provocó una de las más grandes y sangrientas revoluciones.

“El regreso del PRI equivale hoy al golpe de Estado de Victoriano Huerta, que entonces, como hoy, fue festejado por los medios, los oligarcas económicos, la estructura sindical de los gobernadores y los aparatos del clientelismo central. Es sorprendente observar que muchos de los que anunciaron en julio de 2000 que ‘había caído el muro’, hoy lo levantan con la fuerza que da la convicción de que el viejo régimen es nuestra única opción de gobernabilidad. En este episodio, hasta los mismos priístas que proponían un ‘nuevo PRI’ salieron golpeados, porque ganó el viejo Partido Revolucionario Institucional, el de siempre: el de la unidad nacional, el profundamente contrainsurgente y anticomunista. El que espiaba, torturaba, encarcelaba y desaparecía; el del presidencialismo autoritario, el del entreguismo y el neoliberalismo. El de la corrupción.

“No sólo falló la memoria, sino que gracias a la incompetencia de los responsables de conducir al país con los resultados de 2006 ha regresado el tricolor como mayoría absoluta a cogobernar y tripular el naufragio de Felipe Calderón, para quien de ahora en adelante el azul será cada día más desteñido y quien se verá forzado a pintar todas sus decisiones de tricolor intenso. [El pasado como triunfo, La Jornada, 7 de julio de 2009, pág. 18]

El paralelismo con la situación previa a 1910 es de resaltarse en este artículo.

Dice Pedro Miguel:

“No es que el dinosaurio regresara, sino que nunca se ha ido. Por las buenas (1994 y 2000) o por las malas (1998 y 2006), con rostro tricolor o cara blanquiazul, en el último cuarto de siglo el grupo gobernante ha mantenido el control de Los Pinos, San Lázaro y Xicoténcatl y se ha conservado idéntico a sí mismo, tan corrupto, insensible, autoritario y delictivo como siempre. La derrota de Calderón & Co frente a Manlio Corp es resultado de un pleito de familia que no altera el rumbo de regresión que se ha impuesto al país desde las cúpulas institucionales y la mayoría de la sociedad no tiene, en consecuencia motivos para la celebración ni para el duelo.

“La derrota sufrida por las causas populares ocurrió mucho antes de las elecciones del domingo y fue la defección de la corriente que controla el aparato perredista nacional y su incorporación plena al proyecto oligárquico de preservación del poder.” [Precedente, La Jornada, 7 de julio de 2009, pág. 22]

El análisis de Miguel pierde de vista que aunque las diferencias entre los partidos políticos de derecha son meros matices, en la circunstancia presente, esos matices cobraron una significación particular, a saber, una ruptura histórica, por cuanto los votantes se volcaron a las urnas con la idea de optar por aquella formación que les significó una idea (confusa y contradictoria) de estabilidad frente a la incertidumbre que campea en el país, en vez de optar por la izquierda, lo que en las circunstancias actuales habría tenido también implicaciones históricas, aunque de un tipo completamente distinto, pues habría implicado un paso adelante respecto al statu quo, mientras que la votación tal cual se efectuó significa un paso atrás, así, en términos históricos, la descomposición actual se asemeja más al cuadro que nos presenta Rascón, aunque Miguel tiene razón cuando dice que el régimen actual es en esencia el mismo que primaba desde antes de 1994. Rascón da primacía a los matices, Miguel al contenido. Ambos aciertan al denotar los rasgos aislados de la cuestión, pero yerran al intentar dar un cuadro de conjunto; por ello mismo, sus lecturas de la cuestión de Iztapalapa son diametralmente opuestas. Rascón dice:

“[…] Lo que fue un movimiento definido por AMLO ‘contra la derecha’, y que anunció el fin de las instituciones, ahora celebra como central su triunfo pírrico contra su coordinador de campaña en 2006 [Jesús Ortega], y de manera oscura sin duda el triunfo del PRI por el que ha trabajado, liquidando su propia fuerza. Nadie percibe que ese movimiento que ganó 35 por ciento de los votos en las urnas, ahora tiene el tamaño del PT y Convergencia, que juntos no llegan a 5 por ciento. ¿Adónde se fueron sus votos?: Al PRI. ¡Por eso hoy el tricolor erige un monumento al lopezobradorismo y su obra liquidadora!” [loc. cit.]

En tanto que Miguel afirma:

“[…] en Iztapalapa se logró un triunfo histórico sin precedentes: impedir que los partidos siguieran utilizando a la ciudadanía para los intereses de sus respectivos aparatos burocráticos y colocarlos al servicio de los ciudadanos.

“El enjuague inmundo ensayado días antes de los comicios por los chuchos iztapalapenses, en connivencia con priístas, funcionarios del calderonato y magistrados sin gota de credibilidad ni de honradez, parecía inexpugnable: buscaban presentar el nombre de una candidata como anzuelo en la boleta electoral para que los votantes lo marcaran y endosaran su triunfo, sin saberlo, a la candidatura rival.” [loc. cit.]

Y enseguida:

“[…] Ladren lo que ladren, en esa demarcación del oriente capitalino se llevó a cabo una restauración de la democracia.” [loc. cit.]

Rascón hace caso omiso de las circunstancias en que se desarrolló la cuestión de Iztapalapa; parece darle igual el hecho de que un tribunal imponga un candidato a un partido, con el peligro que eso implica para cualquier formación política de izquierda, y, por lo mismo, le da igual que una votación masiva por el candidato que AMLO apoyó haya dejado en ridículo a ese tribunal y a los grupos que se pusieron al lado de la candidata de Jesús Ortega; el voto, conviene recordarlo, no se desvió hacia el PRI o hacia el PAN, sino hacia el candidato que se comprometió a renunciar a favor de la candidata de AMLO. Sin embargo, Rascón acierta cuando habla de un triunfo “pírrico”, pues la división del partido se evidenció ante el electorado y pesó en los magros resultados del PRD capitalino. Miguel sobrestima la victoria como una “restauración de la democracia”, que quizá ocurrió en Iztapalapa y en el DF, pero que sienta un precedente nefasto para el conjunto del país, en el cual la división de la izquierda reformista abre paso a la intervención descarada del Estado a favor de una fracción afín al partido en el poder, y esto es posible por cuanto el lopezobradorismo continúa intentando navegar por la vía fácil de las componendas, sin llevar a sus consecuencias naturales la división de su bloque electoral, con la esperanza de alcanzar un acuerdo en la ruta al 2012.

Y tanto Rascón como Miguel llegan a conclusiones semejantes en lo que respecta al lugar de los partidos políticos en la sociedad.

Dice Rascón:

“En este drama político, la reserva del país se refugió en una vasta y diversa red social, horizontal y desorganizada que protestó en las urnas anulando el voto. Ellos aumentaron la votación general contra el abstencionismo, pero rechazaron el sistema de partidos. Su raíz es la insatisfacción, pero con objetivos y la demanda de continuar el cambio, pese al retorno del viejo régimen para que todo siga igual.” [loc. cit.]

Y Miguel:

“El corolario inevitable es que los movimientos ciudadanos progresistas no tienen partido, y eso no es una buena noticia en ninguna circunstancia, tanto si hay comicios presidenciales en 2012 como si no: a juzgar por precedentes, Calderón y sus amigos tienen, de aquí a entonces, tiempo sobrado para acabar de descuadernar al país. Pero ojalá que no lo consigan.” [loc. cit.]

Así, mientras Rascón se pronuncia a favor del voto nulo, Miguel se manifestó por el voto por la izquierda lopezobradorista, y ambos en contra del aparato partidista electoral, posiciones que no extrañan, por cuanto el conjunto de este aparato sirve en lo esencial al mismo entramado de intereses del gran capital, cuyas ansias de expansión han reducido al país a la miseria y a la impotencia.

Luis Linares Zapata lo pone así:

“Al país le esperan tres largos años de sufrimiento y angustia ante los horizontes cerrados. No habrá apertura ni cambio, sino la tediosa continuidad de más de lo mismo. La esperanza de una pronta recuperación estadunidense, como solución a las penurias nacionales, es un fantasma que se desvanece todos los días. Pero mientras tal escenario se prolongue, se irá robusteciendo la salida que se gesta por el país desde hace ya bastante tiempo. Una que se amotina en las secciones marginadas de la sociedad, en las barriadas, entre la juventud castigada por las exclusiones y la penuria educativa, en el olvido de los hombres y mujeres dedicados a la ciencia, por el ninguneo que se impone al avance tecnológico, por el golpeteo a las clases medias, ya afectadas por más de 30 años de decadente conducción de los asuntos públicos.” [loc. cit.]

El escenario no es, pues el de una transición pacífica, sino plagada de trastornos y colisiones. Sánchez Rebolledo mira también hacia delante:

“Es indispensable volver a los temas esenciales de 2006, a la política con mayúsculas: la izquierda no puede darse el lujo de abandonar en los hechos la cuestión social sin desdibujarse, pero eso es lo que en verdad ocurrió durante la campaña: los grandes asuntos del empleo y la salud, por ejemplo, se transformaron en meras referencias simbólicas o mediáticas, en espots o denuncias sin calado, carentes de filo crítico o movilizador. La crisis, con todas sus terribles secuelas, no es, por desgracia, el gran asunto político y moral que debería ocupar los mayores esfuerzos de la izquierda social, parlamentaria, intelectual, partidista, sobre todo cuando todos los análisis confirman que la recuperación está lejos, pero las consecuencias podrían ser explosivas a corto plazo. Una coalición popular exige claridad en los objetivos y una política de alianzas [no] sujeta a los humores cotidianos de los líderes.” [loc. cit.]

Y tiene razón.