lunes, 28 de septiembre de 2009

México, América Latina y el imperialismo.

- La región latinoamericana bajo el imperialismo.

Los países del área son una reserva del imperialismo, apenas cabe dudarlo, proveen a EU y a Europa occidental de ingentes cantidades de petróleo, plata, cobre, alimentos (soya, plátanos, café, azúcar, etc.), drogas (cocaína, mariguana, opio), y fuerza suplementaria de trabajo.

Esto, y un mercado de más de 200 millones de seres son un territorio a defender.

No puede esperarse que los EU cedan terreno sin luchar, de ahí la cantidad récord de invasiones militares directas e indirectas, las presiones financieras, diplomáticas y la constante intervención en cuestiones políticas e ideológicas que han padecido estos países.

Pero para que esto haya sido posible, ha sido necesario un estado determinado de la lucha de clases al interior de cada país latinoamericano y de los propios EU.

La circunstancia concreta ha sido el predominio de las oligarquías burguesas a lo largo y ancho del subcontinente. Oligarquías que han pactado con el imperialismo para proteger sus intereses contra los de las masas asalariadas y subordinadas.

Las oligarquías temen más a las masas que al imperialismo.

Las masas tienen frente a sí tanto a un enemigo interno como a uno externo. Este doble frente ha conseguido la victoria durante largo tiempo.

Incluso marxistas cabales han cometido el error de considerar a las burguesías “nacionales” como eventuales aliados de las luchas antiimperialistas, cuando en la realidad de los hechos, éstas siempre o casi siempre se han alineado con los extranjeros, y sólo pueden tolerar un movimiento de liberación nacional cuando la fuerza de éste ha sido tal que las ha obligado a ello.

Conviene, por tanto, dejar de lado toda esperanza de contar o llegar a contar con una burguesía antiimperialista en América Latina.

El proletariado y el campesinado han sido, en cambio, casi siempre antiimperialistas; sus luchas los han enfrentado desde épocas ya remotas al capital extranjero, y por ello su conciencia espontánea es instintivamente contraria a la intervención extranjera.

En México baste recordar los sucesos de Cananea, sin hablar de la larga historia de las invasiones, mal llamadas “intervenciones”.

En otros países de América Latina también podemos hallar a cada momento los rostros de la acción de las potencias extranjeras detrás de muchos sucesos históricos.

Inglaterra y los EU, pero también Francia, Alemania y Japón, aunque en menor grado, han sido los países que más han contribuido a configurar la región latinoamericana después de España y Portugal en los primeros siglos de la invasión europea.

Contrario a lo ocurrido en otros países, en América Latina, el avance del capitalismo no ha significado unificación nacional, sino escisión nacional; las capas oligárquicas han terminado por constituirse en un grupo cuasi-nacional por su cuenta.

El auge y el declive del separatismo por capas sociales o por territorios ha sido constante a lo largo de su historia.

Y aunque en el momento presente este separatismo burgués-terrateniente se encuentra más lejano que en otras épocas, sucesos como los de Bolivia o Venezuela lo hacen salir a la luz retrotrayéndonos a la época de la disgregación de la Gran Colombia o del “Imperio” Mexicano de Iturbide.

México, la Gran Colombia, Bolivia y Argentina han pasado, en cambio por las anexiones y auténticos despedazamientos territoriales detrás de los cuales pocas veces ha faltado la mano imperial.

De todos los casos, el más evidente ha sido el de México, donde las fuerzas imperiales actuaron tempranamente y de manera directa: más de la mitad del territorio nacional pasó a posesión de los EU, y el país fue invadido dos veces más en el siglo XX; además, Francia, Inglaterra y España trajeron tropas en una acción ventajosa en la cual el país acabó ocupado por Francia.

Las ocupaciones militares y las anexiones no dejaron de dar sus frutos a lo largo del siglo XX; a la acción militar siguieron las inversiones y los préstamos como nuevo programa de ocupación, comenzó la exportación de capitales.

La exportación de capital hacia América Latina significó que el grillete impuesto bajo el fuego de los cañones se ha cerrado.

Contrario a las vulgares tesis corrientes de los liberales e imperialistas latinoamericanos, el imperialismo ni siquiera en su carácter de exportador de capitales ha significado un factor de desarrollo económico para la región. Muy por el contrario, a la circunstancia concreta de la dominación extranjera ha de atribuirse el actual estado de postración y retraso relativo, la miseria de las masas y el atraso social en general; en suma, la dominación sólo engendra más dominación.

En este punto no cabe la menor concesión, de lo que se trata es de romper las cadenas de la dominación, en primer lugar las político-militares e ideológicas, luego las financieras junto con la dependencia comercial, y al parejo de todo sentar las bases para una eventual liberación de la dependencia tecnológica.

No se trata pues, de un salto único, de un proceso que se resolverá brillantemente en un solo acto; más bien se trata de toda una lucha sostenida por un largo periodo, que sólo encontrará su fin victorioso tras la ingente inversión de fuerzas sociales revolucionarias.

Más de uno ha vacilado al mirar la profundidad de la cuestión y lo agreste del terreno; por ello puede decirse que la libertad solo puede ser lograda ahí donde la cadena del imperialismo es más débil y donde el pueblo que quiere liberarse es más revolucionario.

América Latina tiene aún tareas que resolver y la dominación extranjera impide que sus fuerzas se desarrollen. Arrojar a los extranjeros de estas tierras es precondición de un verdadero desarrollo económico y social.

Ahora que el imperialismo estadunidense presiona con particular ímpetu a sus siervos latinoamericanos, se abre una grieta, una pequeña brecha para dar arranque a una lucha de largo aliento en pos de la liberación nacional.

El analfabetismo funcional, en lo respectivo al imperialismo, que existe tanto en Washington como en las capitales latinoamericanas les hace particularmente temerarios en sus acciones de expoliación, más cínicos en sus intervenciones y aumenta su desprecio por las masas.

Ello abre la brecha de la que hablamos.

Ahora la cuestión de la comprensión de las fuerzas revolucionarias acerca del imperialismo se vuelve crucial.

Ése es otro tema.

El imperio yanqui se halla empantanado en Irak, éste es ya un lugar común.

No lo es tanto el hecho de la emergencia de nuevos poderes incipientes en Eurasia: China, Rusia, India e Irán.

Asia está llena de poderes nucleares, más que Europa: Rusia, el más temible para los EU, también China, India, Pakistán, Israel y la interrogante de Norcorea.

Este poderío nuclear es inmanejable para los EU, ya que, salvo en el caso de Israel, se trata de naciones consolidadas desde hace siglos y aún milenios que poseen ejércitos convencionales magníficamente equipados, poseen también grandes recursos energéticos, tecnológicos y la mayor parte de la población mundial.

Todo aquello con lo que EU sólo cuenta en cantidades limitadas, tiene un gran poder nuclear y termonuclear, alta tecnología, y gran producción de alimentos, así como una cantidad adecuada de población, y por sobre todo eso, es el centro financiero del mundo, el dólar, su moneda, es la moneda de cambio mundial, y cuenta con América Latina como su territorio de repliegue exclusivo.

Pero los EU tienen en contra el creciente poder militar de Rusia y China, que se desarrolla a un costo mucho menor que el yanqui, la base educativa es débil, el dólar es presionado a la baja, como en la coyuntura de los años 1970, la población es cada vez menos apta para la milicia, varios países de América Latina están en franca rebeldía contra el dominio imperial; todo lo cual se conjuga en una actitud a la vez defensiva y agresiva no pocas veces errática, en un gasto desorbitado en armamento y una cínica propaganda que exalta lo peor de los prejuicios burgueses e incluso de épocas anteriores que se creían superados.

De este modo, el imperialismo se complementa con todo aquello que refuerce su poder a costa del ser humano, inclusive de sus propios ciudadanos.

Las fuerzas revolucionarias tienen, por lo tanto, que reforzar su ideología para hacer frente al embate de los poderosos medios de propaganda burgueses: la televisión, la radio, la cinematografía, la prensa, etc. pero también la internet.

Pero, no obstante, las posibilidades no son demasiado malas, la resistencia de la raza humana contra el capitalismo se recrudecerá en cuanto la propia existencia de aquella se vea amenazada, como ya ha ocurrido en épocas recientes, en las guerras mundiales.

Algo más debe advertirse, el declive del imperialismo estadunidense no significa el declive de todo imperialismo, sino únicamente su remplazo por otro más poderoso aún.

Contrariamente a las suposiciones de los optimistas incorregibles, quienes piensan que un naufragio significa el fin de la flota, la realidad es que la estafeta de potencia imperial sólo pasa de un contendiente a otro mientras el capitalismo monopolista continúe siendo el régimen social dominante en el mundo.

Y es aquí donde se llega a la cuestión de la revitalización de la teoría leninista del imperialismo: la necesidad de la supresión revolucionaria del capitalismo monopolista como única vía para acabar con todo género de explotación en el mundo.

De lo contrario, se corre el riesgo de moverse en círculos, derrocando imperio tras imperio, sólo para terminar dándole paso a uno nuevo y más poderoso, que explote aún con más ferocidad, tal como ha ocurrido en la historia, cuando el imperialismo inglés fue derrocado de su trono por los EU, Alemania y Japón, y cuando los EU se impusieron a sus competidores alemanes y japoneses y a su rival socialista, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Sólo que hasta el momento, ninguno de los competidores de los EU han sido capaces de desarrollar la capacidad efectiva de sustituir a aquél país en la posición de potencia dominante, por lo que ello implica en cuanto al control de las finanzas mundiales, capacidad tecnológica y la capacidad de exportar esos capitales y esa tecnología para apoderarse efectivamente de la economía de otros países.

No significa que no se marche en esa dirección. Todo lo contrario, sólo que todavía se trata de un proceso en curso. Lo que hay es una guerra de capitales que buscan trasladar el centro del mundo desde los EU hacia otro país: a China, con otros países como “auxiliares” del cambio: Rusia, India y quizá Brasil.

La gran incógnita es si el proceso acabará por desatar una guerra termonuclear y cuando lo haría.

No se trata de una cuestión de ciencia ficción; la tensión político-militar derivada de la presión económica sobre los EU ya es enorme y se han producido escaladas militares que a las claras son reposicionamientos yanquis agresivamente anti-rusos y anti-chinos: la alianza con Georgia y Polonia, la “independencia” de Kosovo, la tolerancia a la ofensiva turca en Irak, la desestabilización de Pakistán, las ofensivas israelíes en Palestina y Líbano, la desestabilización de Myanmar y del Tibet, la ofensiva en todos los frentes contra Irán, la expansión de la OTAN hacia el este de Europa, el movimiento secesionista en Bolivia y la cruzada anti-chavista en Venezuela, así como el aseguramiento del petróleo mexicano; todo eso y más sólo puede comprenderse en el marco de la defensa conciente que hacen los EU de su posición como potencia central del imperialismo mundial, dejando claro que la sangre derramada será poca siempre que los EU “prevalezcan” sobre sus enemigos y rivales.

Por ello no pueden ser tomados a la ligera. La guerra revolucionaria contra el terror imperialista solo puede conducirse con una estrategia apegada al rigor de los hechos y apoyada firmemente en la teoría leninista del imperialismo.

Esto significa que al remplazo de un imperialismo por otro, los pueblos del mundo han de oponer la guerra revolucionaria, a la menor oportunidad, con el fin de desplazar en definitiva a los grandes grupos imperialistas y así dar fin a las guerras de redivisión del planeta.

Caso contrario, la partición y repartición del mundo en áreas de influencia por parte de los grupos imperialistas seguirá su cauce natural, con el consabido costo para todos los trabajadores que se ha observado en estos ya más de 100 años de predominio monopolista: hambre, miseria, guerras, depredación ambiental, a cambio de las fortunas de una minúscula parte de la población humana.

Las masas necesitan tener presente, en todo momento, que sus intereses y los de la minoría que tiene el poder son incompatibles, y que su permanencia en tal posición entraña más riesgos que los de la lucha revolucionaria, por cuanto se trata de que a la larga el dispendio de recursos naturales y de fuerza de trabajo sólo pueden acarrear el riesgo de extinción de la propia especie humana.

Antes que tales presagios puedan materializarse, es de esperar que las masas reaccionarán con fuerza frente al imperialismo y serán capaces de entablar una serie de luchas que conduzcan, así sea en zigzag, a la supresión de las relaciones de producción capitalistas; lo cual es conditio sine qua non para el paso a la era de verdadera paz y prosperidad que ha prometido el gigantesco avance tecno-científico a la raza humana.

México y América Latina no pueden sustraerse de esta disyuntiva histórica y hacer como si eso fuera tarea de las grandes potencias, que es lo que sostienen los propagandistas del imperialismo en nuestros países. Taimadamente alegan que nosotros somos congénitamente incapaces de luchar por nuestra liberación y por emprender la tarea de empujar el progreso humano; según ellos, el destino de América Latina es ir a remolque del resto del mundo, del imperialismo, sea yanqui o europeo, y lo único que le queda a la región es irse acomodando lo mejor que pueda a tal situación dada.

Esto no puede aceptarse sin mayor trámite, pues eso significaría aceptar que la región no puede sobrevivir por cuenta propia, en suma, que la región carece de historia y de rumbo.

Pero los hechos son testarudos; tan sólo para sobrevivir, así sea miserablemente, la lucha de clases tiene que plantearse y resolverse continuamente, y ante esta certeza, la burguesía puede rabiar, desesperarse, pelear y vencer pírricamente y aumentar la descomposición social, todo lo cual ha venido realizando hasta ahora. Lo que no puede realizar es encabezar la renovación cultural y económica de estas naciones, pues su mismo origen colonial la ha baldado históricamente para tomar este rumbo.

Por tanto, no ha sido ni será la burguesía latinoamericana quien encabece la lucha de liberación nacional de la región, ni siquiera en los términos más burgueses, pues su sujeción al imperialismo es casi completa.

Serán, por lo tanto, las fuerzas de los propios trabajadores las que tendrán a su cuidado la labor de obtener nuevos lugares para América Latina en el concierto mundial de naciones. Ellas tendrán que luchar a brazo partido contra los ejércitos imperiales para lograr transformar la economía expulsando al capital extranjero, a fin de romper el dominio de los monopolios, logrando una mejor posición en la división internacional del trabajo.

Tareas nada simples, pero posibles, como lo demuestran las revoluciones del siglo XX, de donde emergieron varios grupos de naciones que actualmente disputan su lugar a las grandes potencias que dominan el mundo.

América Latina no puede quedar al margen de esta lucha, pues en ella también se juega su futuro.

La integración latinoamericana y el imperialismo.

La cuestión que no queda tan clara es la de las relaciones económicas y político-militares entre los propios países dominados.

Para nadie es desconocido que las naciones dominadas han entrado en conflictos de todo tipo, desde simples pugnas comerciales hasta guerras abiertas.

Ciertamente los intereses imperialistas han estado y estarán detrás, al lado y al frente de estas conflagraciones, pero eso no resuelve la cuestión, por cuanto hacen falta explicaciones más detalladas del por qué fue posible que el imperialismo lograra su objetivo de atizar las discordias.

Y eso no exime al imperialismo de su responsabilidad histórica.

Pero esta “explicación” es tanto más necesaria por cuanto se trata del propio estado de la lucha de clases en los países coloniales y dominados lo que se discute.

¿Qué estado de esa lucha de clases impulsó a Bolivia y a Paraguay a combatir a muerte por un territorio?

Se dirá que el patriotismo, etc. Pero eso no resuelve la cuestión.

La cuestión se amplía de hecho: ¿Por qué el “patriotismo” empujó a los pueblos a la guerra?, ¿a quién benefició ésta?

Incógnitas.

O no tan incógnitas, sabemos de los intereses de las oligarquías. En Bolivia, por ejemplo, se trataba de abrirse paso al mercado mundial a través del Mar del Plata, y a las potencias extranjeras debió interesarles mucho la cuestión de la ruta del estaño boliviano.

Y aquí sólo comienza la cuestión.

Esto viene a cuento por la traída y llevada cuestión de la unidad latinoamericana, a veces utopía populista, panacea revolucionaria antiimperialista, y las más de las veces, tema de discursos en cumbres regionales.

El tema no admite un abordaje simplista, se trata de una cuestión candente en la lucha de liberación de los pueblos de la región.

Mucho del problema consiste en ponerse de acuerdo sobre qué se entiende por unidad latinoamericana.

Unión aduanal, frente político, libre comercio, integración nacional; no hay manera de sugerir una secuencia de fases o un límite a lo que se plantea.

Y a partir de ahí, se deshilvanan toda serie de ideas enrevesadas.

Unos optan por una cosa u otra, toleran otras, y algunos inclusive miran a la integración total como un fin último al final de la carrera.

¿Qué hay de firme en todo esto?

Lo cierto es que América Latina no puede enfrentar a los EU por separado, incluso en su declinación eventual, un bloque sólido de naciones, incluso con gobiernos de derecha, pues de lo que se trataría es de arrancar las mayores ventajas al imperialismo, y aquí no cabe atizar conflictos innecesarios.

El bloque de negociación, lo más incluyente posible, es algo que sí está en el centro de la cuestión en el momento actual, con la dominación estadunidense en su apogeo.

Mayores avances en este sentido son más que deseables, pero sólo perceptibles en el marco de avances revolucionarios en la lucha de clases.

Es decir, la integración, incluso total, es una legítima aspiración revolucionaria que, sin embargo, requiere mayores presupuestos para materializarse.

¿Qué puede hacer un movimiento revolucionario para avanzar en este sentido?

En principio analizar sistemáticamente la economía, la política y la historia de la región y su relación con el imperialismo, con miras a elaborar un programa realista y práctico de integración nacional.

Es el primer paso y es indispensable para abrir el debate en los medios revolucionarios y de esta manera entender la dialéctica de las relaciones entre los pueblos dominados.

Nunca debe descartarse la posibilidad de conflictos y enfrentamientos graves entre los mismos países dominados, este olvido ha sido y será funesto.

En segundo lugar, reconocer que la propia lucha revolucionaria impele a las naciones a aliarse así sea sólo para consolidar algún avance mínimo, como demuestran los procesos de Venezuela y Bolivia, cuya situación, literalmente los empuja a colaborar, a acercarse a Cuba e Irán.

La unidad, por lo tanto, subyace a la emergencia de las masas trabajadoras como responsables de su destino, como participantes de los procesos históricos; por lo que no cabe ya hablar de una mera ilusión o utopía anticuada, fraguada por los alebrestados de los años 1970.

Es necesario, por tanto, que cada proceso revolucionario ponga especial atención a la cuestión de la integración en cada momento de su lucha, h. e., que valore lo que la integración puede ofrecer de ventajoso y cómo saber hallar apoyos más allá de sus fronteras nacionales; pues de lo que se trata es que se rompa el aislacionismo y el patrioterismo, mirando la causa de América Latina como una sola causa.

Saber pedir ayuda y saber proporcionarla, ésa es la clave de la acción revolucionaria latinoamericana en la actualidad.

Naturalmente, eso va en contra del aislacionismo-excepcionalismo que la oligarquía ha montado sobre el patrioterismo y el nacionalismo burgués.

Tal ideología se formó como una corrupción del sentimiento patriótico levantado contra las invasiones; se ha fomentado la idea de que toda participación extranjera es una invasión, desde luego, toda intervención que no ayude a la burguesía. Ésta denuncia rabiosamente toda solidaridad foránea con los explotados como un atentado a la soberanía “nacional”, pero alaba la “ayuda” y la inversión extranjeras como “actos de buena voluntad”; toda una inversión de los conceptos, con la cual saturan sus medios de propaganda masiva hasta la náusea.

Así, el internacionalismo proletario tiene que volver al derecho la cuestión, plantear sin ambages que toda solidaridad auténtica con los explotados que venga del exterior es positiva, y que toda ayuda a los explotadores es nociva para el desarrollo del país.

Ésta debiera ser la consigna de la lucha por la liberación nacional y por el socialismo.

Los liberales sólo podrían poner reparos a tal consigna haciendo verdaderas piruetas mentales; esto es, por su rechazo a esta consigna se reconoce a los imperialistas emboscados.

Tal es la cuestión. Así se plantea.

Sólo basta reconocer que para los explotadores locales todo lo que los beneficia es bueno, noble, progresista, y todo lo que ayuda a los explotados significa la ruina de la nación.

Basta con poner la fórmula al derecho. Esto es tanto más necesario por cuanto se trata de la cuestión de cuál es la ideología que ha de primar en el campo de los trabajadores: la burguesa o la proletaria. Si es la primera, como ocurre actualmente, ¿qué esperanza queda de obtener la liberación?, y si es la segunda, ¿qué mejor forma de comenzar?

Porque, como dice Julio Hernández López, citando a un escribiente suyo, David Aguilar, “México ‘ha sido dividido por quienes detentan el poder’ y que ‘para aquel que se considera perteneciente al grupo selecto favorecido por el poder, todo el que disienta de su visión de país es naco, indio, jodido, gato, etcétera, y el que de forma abierta expresa descontento o inclusive ira es considerado un terrorista en potencia que merece ser castigado’...” (Astillero, La Jornada, 14 de mayo de 2008, pág. 4).

Las clases explotadas del subcontinente necesitan tener claro, en todo momento que sus intereses jamás serán los mismos que los de sus explotadores.

Tal confusión ha sido funesta en muchas ocasiones a lo largo de la historia; por ello los movimientos revolucionarios de esta época tienen que empezar precisamente por ese punto, sin dar respiro ni tregua a la infiltración ideológica burguesa en el pensamiento de los explotados.

Entonces, lo que se plantea, a la par de la lucha política y económica, es una ofensiva cultural a gran escala, no sólo de propaganda, sino de verdadera educación de las masas sobre bases nuevas, a través de la literatura y el arte, pero sin dejar de pugnar por la toma de los medios masivos: televisión y radio, cuya importancia no puede ser obviada en nuestra época. La revolución bolivariana, la insurrección oaxaqueña de la APPO y, antes que ellas, la revolución cubana, lograron un avance gigantesco en ese sentido, tomando para sí los medios masivos a su alcance para difundir su palabra y su imagen; el logro que tuvieron ha sido enorme y sus consecuencias a mediano y largo plazo serán aún mayores.

Los movimientos revolucionarios, por naturaleza, sólo pueden apostar por la gente explotada; todo aquel militante que vacile ante acciones como las de la APPO en su lucha de 2006, corre el riesgo de caer en las trampas de la ideología burguesa corriente y de ser un estorbo más que una ayuda al propio movimiento.



En suma, América Latina se enfrenta a un conjunto de tareas de muy diversa índole: establecimiento de la democracia burguesa, liquidación de la propiedad terrateniente, liberación nacional, afirmación nacional bajo la égida proletaria, apropiación efectiva de los recursos naturales y humanos; todo ello encaminado al fin último: la supresión de la propiedad privada capitalista con el remplazo de este orden social por el socialismo, sin descartar un estadio de transición dictatorial en un régimen económico de capitalismo de Estado parecido a la NEP soviética de los años 1920.

No se puede rebajar este camino de transformación sin arriesgarse a volver a repetir fases superadas; quienes pretenden que la liberación del subcontinente puede lograrse bajo el capitalismo, simple y llanamente ignoran al imperialismo y no tienen la mínima conciencia acerca de lo que significa el desarrollo desigual, y que la dominación imperialista implica un estado de atraso económico y social que tiende a hacerse crónico, por lo cual, periódicamente vuelve a ponerse en el centro del debate político la insurrección de las masas, es decir, la lucha de clases abierta y sin subterfugios.

Otro tanto ocurre con las vías intermedias; sólo constituyen transacciones con el liberalismo y con el imperialismo; constituyen otras tantas puertas falsas que la ideología oficial abre para desviar al movimiento proletario de su cauce.

Algo semejante ocurre con el populismo en sus variantes; de tanto arraigo en América Latina, dada la base campesina de la economía y que a pesar del declive de la masa campesina en número y fuerza y su paso a las filas proletarias, continúa vigente en la orientación de muchos círculos intelectuales urbanos. Como movimiento político, el populismo tiene poco que aportar para desmadejar la hebra de la cuestión imperialista, sobre todo en la medida en que tiende a confundirse cada vez más con el liberalismo.

Las farsas que implican las variantes de liberalismo y populismo han de ser combatidas sin tregua, por cuanto llevan en sí la semilla de la derrota de las masas frente a sus enemigos de clase y, por tanto, frete al imperialismo.

Todo compromiso con la política liberal implica un reconocimiento tácito al imperialismo; no es ya esta época la de la libre competencia, y no puede ya hablarse de un capitalismo progresista salvo que se refiera a determinadas regiones y momentos específicos, mientras que el mundo como un todo es imperialista y reaccionario.

Las componendas con el populismo implican la aceptación más o menos encubierta de la viabilidad de reformas “campesinistas” como avances hacia un socialismo, como “pasos intermedios” en la lucha por la supresión gradual de la explotación.

Uno y otro tipo de arreglos son inaceptables para lograr los grandes objetivos de las masas trabajadoras, incluso de aquellas que las defienden. Por ello, el fin del imperialismo, la unidad latinoamericana y el socialismo no son sino capítulos de una misma obra: la lucha de clases en la región, y en ella participamos todos de una manera u otra, por lo que conviene poner en esta lucha el esfuerzo teórico y la lucha práctica sobre bases leninistas, siempre con miras a su actualización permanente.



El comercio y la deuda son los mecanismos de que se vale el imperialismo para explotar directamente a América Latina, detrás de ambos se encuentra la fuerza militar de los EU, como lo ha demostrado la historia reciente.

Tenemos todo un inventario de invasiones extranjeras en América Latina, sobre todo de los EU, pero también de Inglaterra, Francia, España y Alemania. Intereses financieros y comerciales han provocado estas intervenciones.

El asunto del comercio y la deuda delatan el verdadero contenido económico de todo movimiento político-militar. Aquellos movimientos que se oponen sólo de palabra al comercio desigual y al pago de la deuda externa o “interna”, pero en realidad contemporizan con estos, sólo constituyen agentes apaciguadores de las masas.

En México, el grueso de las organizaciones de “izquierda”, ni siquiera se atreven a mencionar estas cuestiones o solamente lo hacen de pasada, procurando no inquietar al gran capital internacional. Así demuestran su vena reaccionaria.

Por ello, el programa de la unidad latinoamericana también pasa por establecer una posición común respecto al comercio y la deuda como auténticos ejes del discurso económico de la revolución. En otras palabras, las cuestiones del comercio y la deuda representan la revolución en el terreno económico.

Sólo unos pocos países como Cuba plantean con toda la dureza el problema de la deuda y el comercio mundial. México ha llegado hasta el extremo de pactar un tratado de libre(sic) comercio (el TLCAN) con los EU y Canadá. Otros países oscilan entre el reconocimiento de la problemática y la sumisión a los EU y a Europa occidental. Pero lo cierto es que a pesar de organismos como el MERCOSUR, la región sigue con el grillete de la deuda y el papel de productora de materias primas apenas elaboradas.

¿Cuál sería el objetivo de la revolución latinoamericana?

En el extremo, cancelar el pago de la deuda sin reparaciones de ninguna clase, y en lo referente al comercio, el inicio de una industrialización masiva que hiciera de la región una zona altamente tecnificada, capaz de desplazar a otros países de su lugar en la división internacional del trabajo.

Se trata de tomar la delantera.

Se trata de luchar para retener el capital que el imperialismo se zampa y emplearlo para el desarrollo propio. No es cosa menor, puesto que el imperialismo disputa cada centavo de capital formado en cada región del mundo, y está más que presto a luchar para conservar esas presas.

América Latina tendrá que luchar por su capital, pero la burguesía prefiere cederle la tajada del león a la burguesía extranjera a luchar. Tienen que ser definitivamente los trabajadores los que luchen por el uso provechoso del producto de su labor cotidiana.

Y esto plantea la cuestión del poder, porque quienes tienen que luchar están fuera de él.

No hay mayor dilema teórico al respecto. El problema son los cómos y los cuándo.

Pero ése ya es otro cantar.



El desarrollo socioeconómico no es, como suponen los liberales, un proceso puramente económico, sino que involucra al conjunto del entramado social, el legado cultural, la situación geográfica, el orden jurídico-político, etc. Involucra problemas que van más allá de la esfera económica y que demandan más que planteamientos de gestión administrativa pública, de los que tanto gustan los llamados ‘tecnócratas’, o más bien, burócratas financieros del Estado.

La renta nacional es materia de litigio en cuanto se la obtiene; pero es en el proceso de producción donde se determina que esto sea así; los burócratas financieros sólo miran la cuestión de la renta, y eso de manera parcial, sesgada, y la producción de esa misma riqueza queda fuera de su radar; por ello la división de la sociedad en clases antagónicas que combaten entre sí, no es algo a considerar, o sólo lo es de manera limitada y deformada, desde el punto de vista de la clase burguesa, como algo que compete a la parte ‘política’ del aparato de Estado y a los partidos políticos. Ciertamente creen en la división del trabajo.

Pero el problema del desarrollo no se limita a la distribución de la renta, en todo caso es más importante el quién controla esa renta, pues de ello depende si se la emplea en el país o en el extranjero, si sus beneficios se quedan acumulados en el país de origen o si van a los bolsillos de los capitalistas imperialistas.

La acumulación de capital, la reinversión completa sumada a recursos adicionales es un factor más importante que la simple división de la renta nacional.

La acumulación de capital acarrea y es producto, a la vez, de procesos más básicos: de la creciente diferenciación de la sociedad en capitalistas y proletarios, de la necesidad de mejorar la producción para mantener el margen de ganancias. En suma, es causa y consecuencia del nacimiento, desarrollo y maduración de las relaciones de producción capitalista, de su extensión al conjunto social, de su creciente dominio de este por el cual se accede al desarrollo económico en el sentido estricto del término, entendiendo por desarrollo económico el desarrollo capitalista.

Porque en ningún momento se ha hablado de otro orden económico que el capitalista, valga la advertencia para quien considere que rebasamos a la realidad “por la izquierda”.

Los burócratas financieros tienen razón cuando miran el desarrollo como acumulación de capital, pero no saben en realidad qué es acumular capital en términos sociales; pues este proceso no se refiere sólo a la acumulación de maquinaria, materias primas, instalaciones, vehículos, etc., ni siquiera a la formación de “capital humano”, la formación de especialistas industriales, etc., se refiere a desarrollar las medidas necesarias para concentrar el capital en cada vez menos poseedores, a centralizar el capital ya existente y a impedir que los trabajadores dejen de laborar en las condiciones apropiadas para la valorización del capital, esto es, que los trabajadores no dejen de ser apéndices de la gran producción mecanizada trabajen en ella o no.

No es gratuito tal olvido, pues la gestión de los asuntos burgueses cercena todo pensamiento independiente en estos profesionales, y los limita al estrecho ámbito del pensamiento burgués.

La gestión económica capitalista se contenta con los procesos parciales al interior de la fábrica, de la rama industrial, incluso del país o del mundo, pero siempre separando la infraestructura (relaciones de producción) de la superestructura (Estado, leyes, instituciones), deshaciendo así el todo social sin volverlo a reconstruir.

El logro de reconocer el todo social y desarrollar las herramientas para su comprensión teórica corresponde al marxismo.

Por ello, esta teoría-método tiene que implantarse sólidamente en América Latina con mayor fuerza que en épocas pasadas, al grado que constituya un elemento inseparable del análisis de la correlación de fuerzas en los movimientos revolucionarios.

El análisis marxista de la economía política es el indicado para la teoría de los movimientos revolucionarios latinoamericanos, pues es el único que los arma para afrontar la cuestión del desarrollo económico sobre bases científicas frente a los alegatos ideológicos de los liberales, los populistas, los anarquistas y los burócratas financieros.



La cuestión agraria en América Latina aún cuenta con un peso considerable, no sólo en la economía, sino también en la política y en general en la lucha de clases.

Por principio, es una actividad que emplea una masa importante de trabajadores, sobre todo en las unidades menos productivas; lo cual tiene un impacto particular porque un mínimo aumento en la productividad arroja decenas de miles y aún cientos de miles de trabajadores rurales a las ciudades o al extranjero, proceso que impacta a un país en sólo en términos demográficos y culturales, sino que exacerba la lucha de clases, fortalece a la burguesía y llena al contingente proletario de elementos inestables que sólo con el tiempo se vuelven auténticos elementos de la clase.

Por la parte de la producción, la agricultura es un rubro de primordial importancia pues ciertos productos agrícola llegan incluso a ser los únicos productos que el mercado internacional acepta de América Latina, v. gr., el café, el plátano, el azúcar, la marihuana, la cocaína, el opio, la soya, las hortalizas, etc.; de manera que el imperialismo depara que este tipo de cultivos se fortalezcan en detrimento de otros cultivos y aún de productos industriales, volcando las energías del campo en productos que no reportan beneficios al país, lo que ayuda a perpetuar la dependencia y la desigualdad.

El esquema agrícola está configurad de tal manera que la actividad productiva no sirve realmente a los intereses, necesidades y gustos del país, sino a las necesidades del mercado mundial, esto es, a la burguesía imperialista.

La alimentación se torna cuestión estratégica por cuanto la producción de alimentos no es prioritaria, los países de América Latina se han convertido en importadores de alimentos, sobre todo granos, lo que los pone a merced de los especuladores a escala internacional, quienes siempre buscan el máximo beneficio; lo que determina una “división de la explotación”: los productores agrícolas no producen alimentos, sino, por ejemplo, café, explotan a sus trabajadores para obtener café y les pagan su salario, pero no les proveen de alimentos, por lo que los trabajadores los compran en el mercado, que está en manos de los acaparadores extranjeros, quienes pueden aumentar los precios. De esta manera, los campesinos sirven a dos amos, a quienes les proporcionan trabajo y a quienes los proveen de alimentos, sin contar todo lo demás que compran y que no producen ellos mismos.

La estructura agraria latinoamericana genera y regenera la dominación imperialista en el subcontinente tal como lo hace el resto de la estructura social.

Por ello, entre todas las cuestiones que atañen al movimiento revolucionario de la región, en lo que respecta al campo el punto principal es la determinación exacta del estado que guarda la lucha de clases.

Tarea nada fácil pero indispensable, para lo cual se necesita determinar cómo se distribuye la población en las distintas unidades de producción, determinando cuáles trabajadores son jornaleros, cuáles obreros agrícolas, cuáles pequeños burgueses, grandes burgueses, terratenientes, etc.

Este trabajo indicará cuál es la fuerza revolucionaria en el campo, cuál será el apoyo que el campo proporcionará a la eventual insurrección de la sociedad urbana.

El problema no admite soluciones de principio; no puede descartarse que algunos sectores que pasarían por reaccionarios acabasen transformándose en revolucionarios leales, pues debe recordarse que la situación rural posee una determinación singular en la cuestión de la producción: ahí se dirime en gran medida la cuestión de la posesión de la tierra.

La tierra, como se sabe, constituye un monopolio sobre un bien finito; y su paso de unas manos a otras no se produce con tanta facilidad, incluso en el capitalismo más avanzado, cuando la tierra se transforma en mercancía. Por ello, la posesión de la tierra se torna en una cuestión directamente imbricada en la lucha de clases, pues la pelea por la tierra que se da entre los pequeños y los grandes propietarios es una pelea por los medios de producción; una lucha por la propiedad, esta propiedad hace revolucionario al campesino, con todo lo que eso implica en cuanto a las limitaciones de ese revolucionarismo en la práctica.

Si este revolucionarismo llega más lejos que la reivindicación de la tierra ya es otra cuestión. A este respecto los proletarios urbano-industriales tienen una ventaja, a saber, que su lucha sólo puede ser en común, necesariamente, pues común es su trabajo cotidiano y en común han de arrancar la propiedad a los capitalistas. Mientras que el campesino que lograse obtener su tierra podría cultivarla él solo con su familia, separándose de la continuación de la revolución, e incluso atrincherándose contra la colectivización del trabajo agrícola, lo cual acabaría por impedir la mejora de la producción, estancándola y poniendo en jaque a la ciudad socialista al privarla de los alimentos y materias primas necesarios para su desarrollo y del mercado para sus productos.

Se plantea la disyuntiva de una nueva revolución agraria, con o contra los campesinos, para hacer de ellos productores colectivos, poseedores en común de la tierra junto con todos los demás trabajadores del país, que también tienen derecho a los productos del campo. Posesión, desde luego, que ha de garantizar el Estado de los trabajadores, el Estado socialista.

El camino para lograr esto es una interrogante, la URSS con Stalin emprendió esta segunda revolución por la fuerza, colectivizando a los campesinos en granjas colectivas llamadas sovjoses y koljoses como medio de hacer frente a la crisis de la producción agrícola. El resultado de esto aún es, y seguirá siendo, discutido. Pero es claro que la dirección soviética de entonces comprendía perfectamente la cuestión.

China siguió con la vía capitalista en el campo tras varios intentos de empujar la colectivización socialista de los campesinos. El país constituye una formación social donde se ensamblan diferentes modos de producción con la preeminencia del sector socialista. Pero en lo que respecta al campo, da la impresión de que es la vía capitalista la que impera incontestablemente pues la dirigencia china intenta de esta manera diferenciar al campesinado, aún inmenso, y a la par seguir contando con los productos y el mercado rural. Un poco de la NEP soviética, pero mucho más relajada en lo que respecta a la industria urbana, llegando al extremo de que los “Nepman” chinos han cobrado un gran poder que ignoramos en qué grado influye en las decisiones del PC chino.

América Latina tiene que poner especial atención tanto a las experiencias soviética y china como a la cubana, más cercana aunque no demasiado a las del resto del subcontinente. En Cuba, el monocultivo planteó y plantea todo un reto a la capacidad del país para obtener la gama de artículos que necesita, Cuba era, y aún es en gran medida, una economía cercenada, era un apéndice de la economía de los EU. Al socialismo cubano le benefició la relativa homogeneidad del país y su carácter insular, pero le planteó el reto del abasto de muchos productos y el menudo problema de orientar al campo a la obtención de una producción más variada sin soltar las riendas de los campesinos, de la tierra. El país se ha visto obligado a adquirir alimentos a los mismos EU, a favorecer el turismo, a buscar petróleo en aguas ultraprofundas, en fin, a luchar por obtener divisas para concurrir en el mercado mundial lo menos desventajosamente posible.

Esto no deja de producir deformaciones considerables. Se corre el riesgo de que el campo pase de ser fortaleza a ser debilidad, que en vez de abastecedor y mercado se convierta en productor de descontentos que pongan en jaque al socialismo. Ni siquiera el mejor con el mercado mundial imperialista puede subsanar el déficit agrario pues siempre harán falta divisas.

Ninguno de los retos que se plantean a las masas revolucionarias tiene una solución obvia, por cuanto las sociedades acarrean una larga historia que las determina.

Y la cuestión agraria es, de suyo, una de las más complejas conforme nos alejamos de los países industrializados, hacia la “periferia” capitalista.

Donde los campesinos o pequeños propietarios en general tienen mayor peso demográfico , la cuestión adquiere tintes más dramáticos y se constituye en el eje central de la lucha de clases nacional.

Pero también en países con mayor peso de la población urbana, como México, la cuestión agraria es crucial por lo que respecta tanto a las masas de pequeños productores inmersos en un brutal proceso de diferenciación social que arroja una cantidad descomunal de trabajadores a las ciudades y al extranjero, desplazando fuerza de trabajo que queda mal remunerada o parada y va a engrosar las filas de la miseria urbana, el ejército de reserva del capital.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

La acumulación de capital en México

La situación concreta de las clases sociales en México está lejos de ser esclarecida, aunque se han hecho investigaciones históricas sobre la actuación política de las organizaciones sindicales y patronales. Además está la labor esclarecedora que ha tenido la lucha entre las propias élites económicas en torno al presupuesto del Gobierno federal, que es un factor de primera importancia en el proceso de acumulación de capital de la clase capitalista mexicana; aquella empresa que puede evadir una mayor cantidad de impuestos y al mismo tiempo hacerse de contratos, préstamos y subsidios gubernamentales, puede asegurar una gran ventaja sobre sus competidores; la ayuda del Estado se vuelve un factor importante del proceso capitalista mexicano.

Desde luego, esta prerrogativa favorece sobre todo a los grandes monopolios como Televisa, TV Azteca, Telmex, etc., que reciben grandes recortes de impuestos. Televisa “paga” sus contribuciones en especie, algo sin precedentes; otros se atienen a los “regímenes de consolidación fiscal” en los que las pérdidas de una empresa perteneciente a un corporativo sirven para evadir impuestos derivados de las ganancias habidas en otra empresa del mismo corporativo. También juega un papel importante la devolución del IVA (Impuesto al Valor Agregado), valiéndose de las exenciones a alimentos y medicinas.

Por un lado y por otro, los monopolios se hacen de recursos, no con base en otra cosa que la fuerza económica. Esa fuerza económica se deriva de la capacidad de un monopolio de controlar ramas enteras de la economía y así hacer que su funcionamiento normal sea una necesidad social que no se puede suprimir sin causar graves trastornos al conjunto social.

El conjunto de los monopolios adquiere así un poder sobre el conjunto social que hace a la vía capitalista de desarrollo irreversible, planteando el problema de la socialización de la producción, haciendo que las ideas de un mundo basado en la pequeña producción se conviertan en meras utopías.

La socialización de la producción constituye aquel proceso en que las empresas son cada vez más grandes e involucran cada vez más trabajadores, tales empresas se van imbricando crecientemente entre ellas y con el Estado. Bancos, grandes fábricas y el Estado se van integrando en un único mecanismo que domina y regula la economía social.

Pero la socialización de la producción nunca involucra directamente la socialización de los beneficios, pues la propiedad privada de las máquinas, materias primas e insumos, etc., lo impide.

Como la socialización de la producción sigue su camino inexorablemente, la propiedad privada de los grandes capitalistas se hace cada vez más incongruente con los intereses comunes de la sociedad, pues la defensa de la propiedad privada provoca crisis periódicas cada vez más destructivos, en las cuales se destruyen partes completas de la economía para volver a hacerla rentable para una minoría de capitalistas.

En un momento determinado, a fin de que la socialización de la producción continúe, se hará necesaria y posible la abolición de la propiedad privada capitalista, lo que inaugurará una nueva época en las relaciones sociales, pues tal supresión dará fin a la explotación del trabajo ajeno.

México no es, en modo alguno, ajeno a la marcha de este proceso. La crisis que barre el país, la creciente disparidad del ingreso, la parálisis del Gobierno, son todos factores que se derivan, en última instancia, de la contradicción entre la creciente socialización de la producción y el carácter capitalista privado de la apropiación.

La acumulación del capital en México sigue el mismo derrotero que en el resto del mundo, aunque su camino difiera en múltiples aspectos. No pocos autores tienden a sobrestimar al capitalismo, creyendo que éste se desenvuelve de una manera uniforme en todos los países y en todas las épocas; mientras que otros autores creen que las diferencias nacionales y temporales pueden dar pie a un excepcionalismo en el que el desarrollo en cada época y país es enteramente arbitrario y sólo sigue sus propias pautas. Ambas maneras de razonar son equivocadas, la particularidad del capitalismo no implica que no siga ciertas líneas uniformes que permiten hablar de un modo de producción capitalista y de formaciones sociales capitalistas.