jueves, 9 de julio de 2009

Cinco artículos sobre la votación del 5 de julio

La votación de julio de 2009 fue más la votación de la incertidumbre que la del miedo propiamente dicho. La incertidumbre acerca de la economía y el empleo, de la inseguridad personal y del goce de derechos y la desconfianza en el gobierno federal, se conjugaron para arrojar una nutrida votación a favor del PRI, a costa del PAN y del PRD, que se hundieron muy por debajo de sus umbrales alcanzados en la votación del 2006.

La izquierda se resintió de las divisiones en su interior y fue incapaz de captar ese voto de castigo al gobierno, que entonces se canalizó al PRI y al PVEM.

Dice Adolfo Sánchez Rebolledo:

“Cansado de los experimentos, el electorado, volátil por naturaleza, prefirió dar su confianza –erosionada por el abstencionismo- a una opción esencialmente conservadora al votar por el PRI como el partido ‘del orden’, antes que refrendar en las urnas la deteriorada legitimidad del gobierno panista. Por desgracia, el país es hoy un poco más bipartidista que ayer, aunque el poder político aparezca fragmentado en compartimientos cerrados, más cercanos al autoritarismo que a la democracia. Y algo más: en esta feudalización hacen su agosto los poderes fácticos, sobre todo los medios [de comunicación] que ya se perfilan –con todo y candidato- hacia 2012. Ellos quieren ser los intérpretes de la nueva razón de Estado transformada por los cambios inevitables de la política. Quieren la contrarreforma electoral, un presidencialismo a modo y un régimen ‘representativo’ que sea funcional al despliegue de sus intereses presentes y futuros. Es el de una época.” [¿Qué dice la izquierda?, La Jornada, 9 de julio de 2009, pág. 23]

Los resultados de esta anticlimática elección serán, sin embargo, de largo alcance; como dice Julio Hernández López:

“Felipe Calderón solamente duró tres años encaramado en el poder formal. Ayer [6 de julio], el PRI tomó posesión del trienio restante de un sexenio mucho más que perdido. La primera instrucción del gobierno tricolor, emanado de un golpe electoral, fue la destitución del secretario de asuntos partidistas del gabinete fallido, el patético Germán Martínez. Luego, los jefes de jefes del priísmo sombrío, Manlio [Fabio Beltrones] y Emilio [Gamboa Patrón], han comenzado a difundir su exigencia de que haya cambios importantes en el gabinete de desastre de Felipe V (es decir, Felipe Virtual) […]. Y la muy deportista Beatriz Paredes ha salido a plantear que es necesaria una corrección profunda de la política económica calderonista […].” [Astillero, La Jornada, 7 de julio de 2009, pág. 4]

Y más adelante:

“Felipe concede la cabeza de su sirviente partidista sin darse cuenta de que ha comenzado a destazarse políticamente, a derrumbarse con dinamita de la casa. Germán [Martínez] nunca ha sido otra cosa que un fiel ejecutor de las instrucciones dictadas por el jefe Lipe [Felipe Calderón], de tal manera que arrojar la marioneta a las fauces de los tiburones de tres colores es una forma de reconocer las propias fallas capitales del titiritero ejecutivo, que así se arriesga a que el público asistente a la Gran Carpa México se pregunté [sic] por qué no corre similar suerte el manejador de los hilos ahora caídos.” [loc. cit.]

También dice Luis Linares Zapata:

“El electorado volvió sobre las huellas de un gobierno dividido adicional, cara fórmula para los mexicanos de abajo. Una minoría votó para dar al priísmo una oportunidad adicional para que pueda conducir, con cierta holgura, tanto los asuntos públicos generales de la República como los de las regiones bajo su férula. Será, por tanto, esta fracción partidista quien tenga la responsabilidad en el diseño de las políticas públicas que signarán los restantes años del poquitero sexenio calderónico. En realidad, al recargarse sobre el priísmo, los votantes eligieron una ruta, bastante nublada, sobre la continuidad efectiva del golpeado modelo vigente.” [La oscura ruta futura, La Jornada, 8 de julio de 2009, pág. 17]

El PRI, desde luego, es incapaz de resolver el desempleo, la carestía y la inseguridad, y más bien se halla entre las instituciones donde estos problemas se originan; por lo tanto, su vocación no se halla volcada en lograr reformas que atiendan los intereses populares, sino únicamente en pos de su “retorno a Los Pinos”. Su “triunfo” en estas circunstancias, por tanto, no resuelve la crisis política, sino que la ahonda, al desaparecer a la izquierda del mapa nacional, las medidas del Estado sólo se pueden ‘legitimar’ por un Congreso dominado por los intereses empresariales representados por los partidos de derecha, que ahora tienen que lidiar solos con la crisis general del Estado, pues el PRD de Jesús Ortega, desfondado y desprestigiado es más un estorbo que un agente legitimador, mientras que al lopezobradorismo le convendrá desmarcarse de las iniciativas derechistas, pues sus magros números dependen casi en exclusiva de sus adherentes más radicales.

Dice Marco Rascón:

“El maderismo, según la visión de José Vasconcelos, fue una tragedia porque convocó a la nación a cambiar, sin lograrlo. Se derrocó a Porfirio Díaz, pero no al porfiriato, y el país estalló. Madero, pactando con el viejo régimen, quiso ahorrarle una revolución a México, pero al desmembrarse su fuerza, provocó una de las más grandes y sangrientas revoluciones.

“El regreso del PRI equivale hoy al golpe de Estado de Victoriano Huerta, que entonces, como hoy, fue festejado por los medios, los oligarcas económicos, la estructura sindical de los gobernadores y los aparatos del clientelismo central. Es sorprendente observar que muchos de los que anunciaron en julio de 2000 que ‘había caído el muro’, hoy lo levantan con la fuerza que da la convicción de que el viejo régimen es nuestra única opción de gobernabilidad. En este episodio, hasta los mismos priístas que proponían un ‘nuevo PRI’ salieron golpeados, porque ganó el viejo Partido Revolucionario Institucional, el de siempre: el de la unidad nacional, el profundamente contrainsurgente y anticomunista. El que espiaba, torturaba, encarcelaba y desaparecía; el del presidencialismo autoritario, el del entreguismo y el neoliberalismo. El de la corrupción.

“No sólo falló la memoria, sino que gracias a la incompetencia de los responsables de conducir al país con los resultados de 2006 ha regresado el tricolor como mayoría absoluta a cogobernar y tripular el naufragio de Felipe Calderón, para quien de ahora en adelante el azul será cada día más desteñido y quien se verá forzado a pintar todas sus decisiones de tricolor intenso. [El pasado como triunfo, La Jornada, 7 de julio de 2009, pág. 18]

El paralelismo con la situación previa a 1910 es de resaltarse en este artículo.

Dice Pedro Miguel:

“No es que el dinosaurio regresara, sino que nunca se ha ido. Por las buenas (1994 y 2000) o por las malas (1998 y 2006), con rostro tricolor o cara blanquiazul, en el último cuarto de siglo el grupo gobernante ha mantenido el control de Los Pinos, San Lázaro y Xicoténcatl y se ha conservado idéntico a sí mismo, tan corrupto, insensible, autoritario y delictivo como siempre. La derrota de Calderón & Co frente a Manlio Corp es resultado de un pleito de familia que no altera el rumbo de regresión que se ha impuesto al país desde las cúpulas institucionales y la mayoría de la sociedad no tiene, en consecuencia motivos para la celebración ni para el duelo.

“La derrota sufrida por las causas populares ocurrió mucho antes de las elecciones del domingo y fue la defección de la corriente que controla el aparato perredista nacional y su incorporación plena al proyecto oligárquico de preservación del poder.” [Precedente, La Jornada, 7 de julio de 2009, pág. 22]

El análisis de Miguel pierde de vista que aunque las diferencias entre los partidos políticos de derecha son meros matices, en la circunstancia presente, esos matices cobraron una significación particular, a saber, una ruptura histórica, por cuanto los votantes se volcaron a las urnas con la idea de optar por aquella formación que les significó una idea (confusa y contradictoria) de estabilidad frente a la incertidumbre que campea en el país, en vez de optar por la izquierda, lo que en las circunstancias actuales habría tenido también implicaciones históricas, aunque de un tipo completamente distinto, pues habría implicado un paso adelante respecto al statu quo, mientras que la votación tal cual se efectuó significa un paso atrás, así, en términos históricos, la descomposición actual se asemeja más al cuadro que nos presenta Rascón, aunque Miguel tiene razón cuando dice que el régimen actual es en esencia el mismo que primaba desde antes de 1994. Rascón da primacía a los matices, Miguel al contenido. Ambos aciertan al denotar los rasgos aislados de la cuestión, pero yerran al intentar dar un cuadro de conjunto; por ello mismo, sus lecturas de la cuestión de Iztapalapa son diametralmente opuestas. Rascón dice:

“[…] Lo que fue un movimiento definido por AMLO ‘contra la derecha’, y que anunció el fin de las instituciones, ahora celebra como central su triunfo pírrico contra su coordinador de campaña en 2006 [Jesús Ortega], y de manera oscura sin duda el triunfo del PRI por el que ha trabajado, liquidando su propia fuerza. Nadie percibe que ese movimiento que ganó 35 por ciento de los votos en las urnas, ahora tiene el tamaño del PT y Convergencia, que juntos no llegan a 5 por ciento. ¿Adónde se fueron sus votos?: Al PRI. ¡Por eso hoy el tricolor erige un monumento al lopezobradorismo y su obra liquidadora!” [loc. cit.]

En tanto que Miguel afirma:

“[…] en Iztapalapa se logró un triunfo histórico sin precedentes: impedir que los partidos siguieran utilizando a la ciudadanía para los intereses de sus respectivos aparatos burocráticos y colocarlos al servicio de los ciudadanos.

“El enjuague inmundo ensayado días antes de los comicios por los chuchos iztapalapenses, en connivencia con priístas, funcionarios del calderonato y magistrados sin gota de credibilidad ni de honradez, parecía inexpugnable: buscaban presentar el nombre de una candidata como anzuelo en la boleta electoral para que los votantes lo marcaran y endosaran su triunfo, sin saberlo, a la candidatura rival.” [loc. cit.]

Y enseguida:

“[…] Ladren lo que ladren, en esa demarcación del oriente capitalino se llevó a cabo una restauración de la democracia.” [loc. cit.]

Rascón hace caso omiso de las circunstancias en que se desarrolló la cuestión de Iztapalapa; parece darle igual el hecho de que un tribunal imponga un candidato a un partido, con el peligro que eso implica para cualquier formación política de izquierda, y, por lo mismo, le da igual que una votación masiva por el candidato que AMLO apoyó haya dejado en ridículo a ese tribunal y a los grupos que se pusieron al lado de la candidata de Jesús Ortega; el voto, conviene recordarlo, no se desvió hacia el PRI o hacia el PAN, sino hacia el candidato que se comprometió a renunciar a favor de la candidata de AMLO. Sin embargo, Rascón acierta cuando habla de un triunfo “pírrico”, pues la división del partido se evidenció ante el electorado y pesó en los magros resultados del PRD capitalino. Miguel sobrestima la victoria como una “restauración de la democracia”, que quizá ocurrió en Iztapalapa y en el DF, pero que sienta un precedente nefasto para el conjunto del país, en el cual la división de la izquierda reformista abre paso a la intervención descarada del Estado a favor de una fracción afín al partido en el poder, y esto es posible por cuanto el lopezobradorismo continúa intentando navegar por la vía fácil de las componendas, sin llevar a sus consecuencias naturales la división de su bloque electoral, con la esperanza de alcanzar un acuerdo en la ruta al 2012.

Y tanto Rascón como Miguel llegan a conclusiones semejantes en lo que respecta al lugar de los partidos políticos en la sociedad.

Dice Rascón:

“En este drama político, la reserva del país se refugió en una vasta y diversa red social, horizontal y desorganizada que protestó en las urnas anulando el voto. Ellos aumentaron la votación general contra el abstencionismo, pero rechazaron el sistema de partidos. Su raíz es la insatisfacción, pero con objetivos y la demanda de continuar el cambio, pese al retorno del viejo régimen para que todo siga igual.” [loc. cit.]

Y Miguel:

“El corolario inevitable es que los movimientos ciudadanos progresistas no tienen partido, y eso no es una buena noticia en ninguna circunstancia, tanto si hay comicios presidenciales en 2012 como si no: a juzgar por precedentes, Calderón y sus amigos tienen, de aquí a entonces, tiempo sobrado para acabar de descuadernar al país. Pero ojalá que no lo consigan.” [loc. cit.]

Así, mientras Rascón se pronuncia a favor del voto nulo, Miguel se manifestó por el voto por la izquierda lopezobradorista, y ambos en contra del aparato partidista electoral, posiciones que no extrañan, por cuanto el conjunto de este aparato sirve en lo esencial al mismo entramado de intereses del gran capital, cuyas ansias de expansión han reducido al país a la miseria y a la impotencia.

Luis Linares Zapata lo pone así:

“Al país le esperan tres largos años de sufrimiento y angustia ante los horizontes cerrados. No habrá apertura ni cambio, sino la tediosa continuidad de más de lo mismo. La esperanza de una pronta recuperación estadunidense, como solución a las penurias nacionales, es un fantasma que se desvanece todos los días. Pero mientras tal escenario se prolongue, se irá robusteciendo la salida que se gesta por el país desde hace ya bastante tiempo. Una que se amotina en las secciones marginadas de la sociedad, en las barriadas, entre la juventud castigada por las exclusiones y la penuria educativa, en el olvido de los hombres y mujeres dedicados a la ciencia, por el ninguneo que se impone al avance tecnológico, por el golpeteo a las clases medias, ya afectadas por más de 30 años de decadente conducción de los asuntos públicos.” [loc. cit.]

El escenario no es, pues el de una transición pacífica, sino plagada de trastornos y colisiones. Sánchez Rebolledo mira también hacia delante:

“Es indispensable volver a los temas esenciales de 2006, a la política con mayúsculas: la izquierda no puede darse el lujo de abandonar en los hechos la cuestión social sin desdibujarse, pero eso es lo que en verdad ocurrió durante la campaña: los grandes asuntos del empleo y la salud, por ejemplo, se transformaron en meras referencias simbólicas o mediáticas, en espots o denuncias sin calado, carentes de filo crítico o movilizador. La crisis, con todas sus terribles secuelas, no es, por desgracia, el gran asunto político y moral que debería ocupar los mayores esfuerzos de la izquierda social, parlamentaria, intelectual, partidista, sobre todo cuando todos los análisis confirman que la recuperación está lejos, pero las consecuencias podrían ser explosivas a corto plazo. Una coalición popular exige claridad en los objetivos y una política de alianzas [no] sujeta a los humores cotidianos de los líderes.” [loc. cit.]

Y tiene razón.