viernes, 22 de mayo de 2009

Teoría del Estado

Teoría del Estado.

Desde que el ser humano surgió como especie separada ha vivido en comunidad y ha requerido un gobierno. Y este gobierno ha tenido formas muy diferentes a lo largo de la historia, pues ésta se compone de diferentes etapas, fases y líneas de desarrollo que son, a su vez, diferentes para cada pueblo.

La necesidad de gobierno es, pues, imperecedera. Pero no todo gobierno ha sido como el de nuestra época, pues en la actualidad la noción de gobierno es inseparable de la de Estado, las sociedades antiguas no conocieron Estados hasta que alcanzaron una determinada fase de su desarrollo histórico.

Cabe hacer una puntualización. Por gobierno se entiende la institución de cierta dirigencia y de normas de conducta; pero puede ocurrir que el verdadero poder se halle en manos de personas o grupos que no son parte formal del gobierno, y que el gobierno reconocido como tal simplemente se limite a asumir las decisiones que otros toman. Tal es el caso de los gobiernos neocoloniales.

El gobierno es el poder de decisión de las comunidades humanas, más allá de formalidades o protocolos. En lo sucesivo se hará uso de esta puntualización al hablar de Estado y de gobierno.

Ahora retomemos el hilo de la cuestión.

Siempre ha habido gobierno, o sea, una gestión pública de los asuntos comunes de los grupos humanos; pero no siempre ha habido Estado. ¿Qué es entonces el Estado? ¿Cómo ha surgido? Ambas preguntas se entrelazan íntimamente.

Origen y naturaleza del Estado.

Como se ha mencionado, las antiguas comunidades tenían su gobierno. Éste se componía de los consejos de ancianos, las asambleas generales de la tribu, los jefes militares y los del culto. En el marco de estas instituciones se dirimían los asuntos comunes y las relaciones con otras tribus. Eran instituciones democráticas pues todos los individuos estaban integrados en la misma categoría social: no se hallaban divididos por la propiedad, como ocurriría en épocas posteriores.

La situación comenzó a cambiar conforme los seres humanos comenzaron a comprender mejor el funcionamiento de los ciclos naturales y con ese conocimiento lograron desarrollar mejores formas de aprovechamiento de los recursos a su alcance, lo que resultó en una cantidad mayor de productos a su disposición. Empezó a generarse un pequeño excedente que permitió a algunos miembros de la tribu dejar el laboreo de la tierra y el ganado para dedicarse de tiempo completo a actividades como la alfarería.

Pero algunos se dedicaron a actividades que no proporcionaban ningún bien material, como es el caso de la difusión de las ideas religiosas o el ejercicio de las armas. Los jefes religiosos se hicieron líderes de la comunidad junto con los jefes militares, y en virtud de ello se fueron apropiando de cantidades cada vez mayores de productos excedentes, lo que incrementó su poder y su influencia. El ocio ganado les sirvió para adquirir una cantidad cada vez mayor de conocimientos, aprendieron a registrar por escrito, a hacer cálculos, a observar los astros, a medir el tiempo, y a diseñar y construir edificios. Todo esto les permitió dirigir la producción y convertir la vida comunal en vida civil. El resultado histórico fue que unos pequeños grupos organizados se volvieron capaces de dirigir masas de población en tiempos de paz como de guerra.

El creciente aumento del poder del gobierno, así como la crecientemente compleja naturaleza de sus funciones, hicieron necesaria una educación esmerada de los funcionarios; ya no bastaba la tradición conservada por los ancianos, y la democracia tribal estorbaba al funcionamiento apropiado de las instituciones. El salto histórico que se produjo fue sencillo en principio, pero implicó cambios revolucionarios. Los jefes del gobierno se hicieron funcionarios permanentes y se les empezó a reclutar en unas pocas familias de prestigio, recayendo en los niños privilegiados la educación más avanzada. Como resultado, el cuerpo de funcionarios y gobernantes se hizo cada vez más cerrado, más articulado, con jerarquías bien establecidas, y sobre todo, este grupo se fue situando cada vez más por arriba y alejado del pueblo llano, cada vez más al servicio de las familias privilegiadas y menos al servicio de las necesidades comunes: había nacido el Estado.

La sociedad se había escindido en clases separadas, unas clases trabajaban para otras sin retribución. Pero esta afirmación debe matizarse en lo que respecta a la antigüedad, en la cual las clases dirigentes eran verdaderamente organizadoras de la producción, misma que no habría alcanzado los niveles que alcanzó sin el conocimiento y las habilidades organizativas desplegados por los dirigentes en las tareas de administración y organización de la agricultura, la construcción civil, la aplicación de la ley y la defensa militar. El Estado, en estas épocas, tenía razón de ser, era una necesidad histórica.

En épocas sucesivas, las características del Estado se fueron afinando, el aparato y la clase dirigente se fueron alejando cada vez más del pueblo y sus necesidades, y fueron adquiriendo una naturaleza cada vez más acusadamente parasitaria y represiva. Su condición de servidor de la clase dominante se hizo cada vez más incompatible con el interés común de la sociedad, y el descontento del pueblo adquirió cada vez más frecuentemente el carácter de revolución popular contra el Estado.

Estructura del Estado.

El Estado, pues, cumple una misión histórica, su surgimiento corresponde a un determinado estadio de la organización social. Para actuar eficazmente, el Estado se compone, a lo sumo, de tres secciones: a)un aparato burocrático; b)un aparato represivo; y c)los aparatos ideológicos.

El primer apartado, el aparato burocrático o burocrático-administrativo, se integra con los cuerpos de funcionarios electos y/o designados que cumplen la función de regular y organizar las relaciones entre los grupos sociales y los individuos, o sea, entre poseedores y desposeídos. Los registros civiles, las tesorerías, los catastros, las oficinas de supervisión y control, etc., conforman este aparato. Una sub-sección más técnica de este aparato la integran las administraciones de salud y sanidad, de educación, de protección civil, de protección ambiental, etc., que cubren funciones indispensables, aunque lo hagan deformadamente, en tanto que siempre evitan que su actuación perjudique los intereses de las clases dominantes.

El aparato burocrático se encarga de encuadrar a la sociedad en una norma única de obligatoriedad general a través de sus certificaciones, permisos, contribuciones, registros, etc. Integra una contabilidad y control nacionales, colecta la información indispensable para el gobierno y le permite ejecutar sus disposiciones; limitando lo más posible la iniciativa popular, sobre todo cuando ésta se opone directamente a los intereses de las clases dominantes.

La burocracia se ocupa sobre todo de la reglamentación del derecho de propiedad. La defensa de la propiedad es la piedra fundamental de la legislación, es la fuente última de las ordenanzas burocráticas; pero es la labor cotidiana de la burocracia la que le da expresión viviente al ordenamiento legal del país. No es la ley la que le confiere poder a los funcionarios y a los capitalistas sobre la sociedad, sino el poder de funcionarios y capitalistas el que le da sentido a la ley.

La otra sección del Estado es el aparato policiaco-militar o represivo, que como su nombre lo indica, está destinado a contener las rebeliones populares cuando éstas ya no pueden ser contenidas por las medidas burocráticas.

El aparato policiaco-militar se integra principalmente por el Ejército regular, también incorpora las corporaciones policiacas, las cárceles y los tribunales, los servicios de espionaje y las milicias irregulares.

Como ha ocurrido frecuentemente en la historia, los pueblos tienen conflictos entre sí, llegando incluso a las armas, lo que llevó a la formación de milicias para la defensa y el ataque. Pero a partir de la formación del Estado, tales milicias adquirieron un carácter permanente, constituyéndose en Ejércitos profesionales cuya función primordial ya no era la defensa respecto al agresor externo o la conquista de otros pueblos, sino la represión de los descontentos al interior del propio país. Aunque los Ejércitos siguieran defendiendo a los países o conquistando a otros, incluso estas operaciones estaban subordinadas a los conflictos internos, como lo demuestra ampliamente la historia del colonialismo, durante el cual los países europeos se dedicaron a conquistar naciones enteras y a disputárselas entre ellos armas en mano a fin de apoderarse de riquezas que evitaran una guerra de clases en sus propios países.

La guerra civil, declarada o larvada, tomó el lugar de la guerra exterior. Esto explica el inusitado despliegue de crueldad que hacen los ejércitos contra sus propias poblaciones cuando se oponen a que la riqueza se quede en unas cuantas manos.




El Estado en México.

La existencia del Estado en México se remonta por lo menos a Teotihuacan, cuyo desmoronamiento parece más obra de conmociones civiles que de invasiones militares. El Estado resurge con los toltecas de Tula, con los chichimecas y aztecas del Valle de México y los mayas de Yucatán. Al producirse la invasión española, el Estado mexica es destruido y sustituido con el Estado colonial español.

El nuevo Estado servirá al conjunto de los intereses de terratenientes y mercaderes españoles; será un Estado de clase y de raza, un aparato de dominación al servicio de los españoles ricos y de su Corona de ultramar. El objetivo es esquilmar al indio, dado que el oro americano era poco más que un mito antes de que se descubrieran las minas de plata de México y del Perú. Para hacerse ricos, los españoles construyeron haciendas, minas y obrajes bien reglamentados, cuyo monopolio era garantizado por las autoridades coloniales, y cuando los indios se rebelan, los colonos ibéricos se agrupan en milicias para defender sus propiedades y cargos.

Hacia el fin de la Colonia, los amos de la sociedad colonial se hallaban descontentos con una metrópoli (España) cada vez más parásita, cuya dominación se hacía más superflua, por cuanto el comercio ilegal y directo con Inglaterra era más redituable. Pero derribar el gobierno colonial para instaurar uno independiente implicaba el peligro de agitar a las masas miserables de peones y esclavos, indios y negros. Sin embargo, era necesario que las masas proporcionaran la carne de cañón, sin la cual no podía llevarse a cabo la empresa. Finalmente las clases dominantes locales precipitaron la lucha de liberación; pero con Hidalgo, Morelos y Guerrero se desató la insurrección popular, los pobres lucharon para que la rebelión anticolonial llegara mucho más lejos, dando fin a la explotación servil y a la esclavitud en que se hallaban sumergidos. Y esto desató la guerra civil, que fue particularmente sangrienta. Los independentistas ‘moderados’, representantes de la naciente pequeña propiedad se aliaron con los españoles para aplastar a las masas insurrectas, tras lo cual independizaron al país con Iturbide como jefe de Estado (más bien ‘emperador’ de opereta). La nueva coalición dominante, pues, se apoderó del Estado, no en el marco de ‘acuerdos’, ‘voluntades libres’ y ‘consensos’, sino aplastando primero la revolución social y luego apartando el estorbo que significaba la Corona española. El ‘nuevo’ Estado será, como el de los españoles, un aparato al servicio de los hacendados, de los mineros, de los comerciantes, todos criollos y españoles; quedando relegados los intereses populares antiesclavistas y anti-feudales.

Esta situación acarreará una época de inestabilidad caracterizada por los cuartelazos y golpes de Estado, y ello debido en gran parte a que el Estado no era plenamente nacional, al haber excluido, pero no sometido completamente, a las mayorías.

Sólo hasta el fin de la invasión francesa (1862-1867) podrá hablarse de un Estado nacional mexicano. Es cuando los hacendados y los comerciantes se apoderaron de las tierras eclesiásticas, y éstas entraron parcialmente al ámbito mercantil, constituyéndose los rudimentos de una burguesía nacional que en lo sucesivo irá fortaleciéndose y con ella el Estado, el cual logra en esta época imponer la unidad nacional al pueblo, hasta en los lugares más alejados, tarea que resultó imposible para el viejo Estado terrateniente-mercader colonial.

Correspondió a la dictadura de Díaz consolidar al Estado mexicano y sentar las bases de una formación social capitalista plena. En esta época, la burocracia heredada de la Colonia se afina y amplía su alcance, se crea un Ejército nacional permanente que ya no depende de los jefes locales, y se crean cuerpos policíacos de alcance nacional, como la guardia de rurales.

Todo esto ocurre a la par del incremento de la actividad económica y de la creación de nuevas industrias. El Estado representará en lo sucesivo a los intereses de la alianza de los terratenientes y de los capitalistas mexicanos y extranjeros. La creación de las redes ferroviaria y telegráfica logró que el brazo del Estado llegara hasta los confines del país, sometiendo hasta las rancherías más apartadas a su contabilidad y control. Las sublevaciones populares, que no fueron pocas en este periodo, fueron aplastadas rápidamente por el gobierno.

La revolución de 1910 demolió el aparato represivo del Estado porfirista aunque conservó el burocrático. La insurrección popular, encarnada en las milicias villista y zapatista, fue derrotada por la alianza de capitalistas, terratenientes y pequeños productores (rancheros), aunque los pequeños propietarios estaban inicialmente aliados a la revolución, retrocedieron temerosos ante la anarquía y la cada vez más feroz lucha entre los oligarcas y los peones insurrectos.

Las clases dominantes se coaligaron en el constitucionalismo carrancista, que bajo el mando de Obregón y Calles (ya liquidado Carranza), produjo la síntesis revolucionaria, desbancando la revolución social, como antes aliada a esa misma revolución, desbancó a la restauración porfirista de Huerta.

El Estado que surgió de la revolución no fue fundamentalmente diferente al porfirista; básicamente estaba constituido por el aparato burocrático porfirista reforzado ahora con los cuadros revolucionarios y por el ejército constitucionalista. Será un Estado de clase de los terratenientes y de los capitalistas nacionales y extranjeros, sólo que ahora se van a incorporar elementos de la pequeña propiedad, lo que se expresó en la adopción de algunas reivindicaciones de esa clase en la Constitución de 1917 y en una contumaz demagogia pretendidamente popular.

Este carácter no variará en lo fundamental en las décadas siguientes, incluso en un periodo que se considera como de ascenso de la lucha emancipadora, el de Cárdenas en el cual, el poder de los potentados y del capital no sufrirá merma, y aún se verán reforzados gracias al parcial desmantelamiento de la gran propiedad territorial.

En el momento actual, este carácter del Estado es el que prevalece, aunque la correlación de fuerzas entre las clases dominantes se haya modificado sensiblemente, pues los terratenientes han perdido terreno frente a los capitalistas, fundiéndose con ellos en una misma clase; y ambos grupos han perdido terreno frente al capital extranjero, que en buena medida ha acabado absorbiéndolos, convirtiendo a los ‘capitanes de empresa’ en meros “asociados” o en francos asalariados, con lo que la economía mexicana ha quedado supeditada a las necesidades del extranjero.

Esta situación no ha dejado de tener consecuencias, pues la creciente presión del capital extranjero ha incrementado la explotación de los trabajadores mexicanos, ha empeorado las condiciones generales de vida, ha fortalecido al crimen organizado y ha reproducido la propia dominación extranjera, esto es, la ha tornado crónica.

El resultado ha sido que el país en su conjunto se vea confinado a un lugar subordinado en la división internacional del trabajo, de lo que resulta un drenaje de la riqueza producida hacia aquellos países con mayor productividad, drenaje que deriva a su vez en un empobrecimiento generalizado del país.

La combinación de las pugnas entre los capitalistas por una ganancia cada vez más exigua (relativamente), el empobrecimiento generalizado y la presión cada vez más febril del Estado para obtener recursos, mantener su influencia e impedir el ascenso político de las masas, han provocado una desestabilización generalizada del propio Estado y del conjunto de la sociedad.

La coyuntura presente.

El Estado mexicano actual es el Estado que garantiza la dominación de los grandes capitales al garantizar las condiciones legales y materiales de un dominio privado sobre bienes que por su naturaleza corresponden al conjunto de la sociedad: los medios de producción. En el momento presente, el Estado y la sociedad se hallan en una crisis profunda que es visible en forma cada vez más patente. El signo más saliente de esta situación es el derrumbe del sistema de seguridad pública; y es significativo por cuanto la principal atribución del Estado es la de mantener en sus manos el mando de los cuerpos de seguridad. La situación se ha desenvuelto de tal manera que el territorio es un hervidero de grupos armados irregulares que sirven a sus propios intereses. Los propios cuerpos de seguridad del Estado se hallan infiltrados por agentes del crimen organizado. Las calles se han convertido en campos de batalla donde se baten bandas rivales de narcotraficantes. El reto al Estado es claro.

Más aún, el gobierno ha cometido el error de hablar de una ‘guerra contra el narcotráfico’, equiparando en los hechos a las bandas criminales con el Estado, como si se tratase de fuerzas beligerantes que luchasen por los mismos objetivos.

Incluso un régimen de dominación de clase tiene funciones públicas que cumplir, y también una serie de funciones técnicas que atender; en México el Estado se ha visto cada vez más limitado en su poder por el avasallamiento del capital extranjero, lo que ha comprometido el cumplimiento de esas funciones. También ha contribuido a ello la conversión cada vez más acusada de la burguesía mexicana en un mero apéndice de la burguesía estadunidense, en una burguesía ‘compradora’, que absorbe la inflación yanqui para colocar, a cambio, una mayor cantidad de productos en el mercado del norte. Y para evitar que esto provoque la caída del nivel de ganancias, se recurre al expediente de la sobreexplotación del trabajador mexicano, y en disputar con creciente voracidad las principales rentas con que cuenta el país: la petrolera, la derivada del trasiego y producción de drogas, y las remesas de los migrantes. Estas rentas han tornado aún más parasitaria la naturaleza de la clase capitalista mexicana, de manera que sus principales talentos empresariales no están volcados al mejoramiento y ampliación de la producción, sino a la disputa por la renta petrolera, a la evasión de impuestos, al ‘lavado de dinero’, a la obtención de contratos del Estado, al contrabando de mercancías chinas, etc.

Siendo una burguesía de un país pobre, la clase capitalista mexicana se ha contagiado profundamente del parasitismo que caracteriza al capitalismo estadunidense.

Y el Estado se resiente de ello; está al servicio de la fracción más reaccionaria del capital, al capital rentista-monopolista, que no genera nada, sino sólo redistribuye lo que otros produjeron en la industria, el comercio y la agricultura; en estas circunstancias, bajo el influjo de esta fracción de clase y en las condiciones concretas de la dominación que ejerce el capital yanqui, el Estado mexicano padece un proceso de descomposición que no implica necesariamente su desaparición, sino la exacerbación de sus características más opresivas y antidemocráticas en un ambiente de convulsión social e inseguridad en el cual se pone en juego la cuestión de si la sociedad sustituye al Estado con una forma superior de organización social, o es la propia sociedad la que se condena a un estado de putrefacción generalizada crónica.

viernes, 8 de mayo de 2009

LA EXPLOTACIÓN DE LOS TRABAJADORES A TRAVÉS DE LA HISTORIA.

El trabajo del ser humano es, desde la remota antigüedad, condición de su existencia. Recolectar, cazar, pescar, sembrar, etc., son todas actividades en que se invierte trabajo para obtener bienes necesarios para alimentarse y protegerse del medio ambiente.

En épocas antiguas, en las comunidades más primitivas, el trabajo productivo era efectuado con la colaboración de todos los miembros del grupo, y todos se repartían los productos con arreglo a las necesidades de cada cual.

Con el tiempo, estas comunidades fueron aumentando sus conocimientos acerca del entorno, y gracias a ello desarrollaron mayores habilidades en la elaboración de útiles, armas y herramientas, conocimientos que redundaron en la obtención de cantidades cada vez mayores de productos del trabajo. Esto es, con mejores utensilios y mejores formas de emplearlos, el trabajo rendía más, y a su vez, con más productos, hubo comunidades más grandes y más productivas.

Incluso surgió la necesidad del almacenaje; se ensayaron primero las cestas de paja y mimbre para guardar bayas, granos, etc., luego la cerámica permitió elaborar toda suerte de recipientes de gran durabilidad. Llegaron inclusive a ser indispensables las bodegas, silos, trojes y demás instalaciones de la vida sedentaria cuando el trabajo alcanzó un alto grado de productividad, o sea, mayor cantidad de productos producidos por cada trabajador.

La generación de estos excedentes no sólo afectó las cuestiones técnicas del trabajo, sino que implicó grandes cambios en las comunidades primitivas: comenzó el proceso de acumulación de excedentes del trabajo productivo.

La acumulación de excedentes originó un cambio social profundo y fundamental: los excedentes fueron siendo apropiados, cada vez en mayor grado, por una minoría dentro de la comunidad, ciertos oficios y ocupaciones fueron ganando preeminencia sobre el resto: los oficios religiosos, la dirección militar, el comercio con otras comunidades, el trabajo de los metales, etc.; y a estas ocupaciones comenzaron a corresponder retribuciones cada vez mayores que se volvieron tributaciones, y los cargos públicos, antes honorarios, se tornaron en oficios de tiempo completo, con goce de nuevos beneficios antes desconocidos. La acumulación de excedentes se transformó entonces en acumulación de riqueza; y aquellos que hicieron de la riqueza su propiedad, perpetuaron su dominio sobre el conjunto de la sociedad.

La comunidad primitiva dejó de existir para dar paso a una sociedad dividida en dominados y dominadores, en opresores y oprimidos, en poseedores y desposeídos; terminaba la era del comunismo primitivo e iniciaba la era de las sociedades de clase. A lo largo de la historia pueden reconocerse distintos tipos de estas sociedades de clases:

-La sociedad esclavista, típica de Grecia y Roma, compuesta de patricios, plebeyos y esclavos. El trabajo era sostenido por los esclavos (prisioneros de guerra y capturados en razias) que eran comprados y vendidos para servir en campos de cultivo, minas y demás establecimientos, en provecho de los ciudadanos.

-La sociedad asiática, como su nombre lo indica, correspondió a los regímenes de la mayor parte de Asia, pero también a los de África y a la América precolombina. Se distingue por la existencia de comunidades agrarias autárquicas, autogobernadas en lo referente a sus asuntos cotidianos, pero regidas y explotadas por un poder centralizado que detentaba un poder estatal despótico-militar. Este poder explota a las comunidades para sostener ejércitos, así como para sufragar grandes obras de interés común, como las de irrigación. La rapiña, la conquista y los tributos sostienen este germen de Estado. El trabajo al interior de la comuna individual es efectuado en manera similar al del comunismo primitivo, con la singularidad de la acumulación de excedentes que van a parar a las arcas del poder central. Perteneciendo la tierra a la comunidad, por donación del Estado asiático, ésta se trabaja en común, por lo que la acumulación individual es mínima.

-La sociedad feudal, que surgió del derrumbe de la sociedad esclavista. En ésta, la base económica era el señorío, dominio de un noble investido por el rey. Esta posesión hereditaria era esencialmente autárquica, auto-sostenida; los siervos constituían la fuerza de trabajo fundamental y, aunque no pertenecían al señor feudal como los esclavos, no tenían más derecho sobre la tierra que trabajaban que el que les concedía el régimen feudal, del producto de su trabajo habían de descontar la parte del señor y la de la Iglesia. Tampoco tenían los siervos el derecho a abandonar el feudo a voluntad, su servidumbre era parte de la heredad. Tal estado de cosas se toleraba frente a la inseguridad que representaba la libertad en tiempos de hambre y guerras, en que los trabajadores “libres” acababan por engancharse en un feudo. En suma, la espada y la cruz dominan al trabajo.

-La sociedad capitalista es el producto último de la descomposición de las demás sociedades de clase. Cuando aquellas crecen y se desarrollan, incrementando sus contactos culturales y comerciales, generando incrementos cada vez mayores de excedentes. La descomposición del feudalismo se dio en el marco del incremento del comercio, al grado de que, en el marco de la propia sociedad feudal, capas urbanas de comerciantes y prestamistas acabaron por dedicarse de tiempo completo a la actividad comercial y usuraria, buscando comprar y vender con ventaja las mercancías foráneas; estas capas se dedicaron con ímpetu desconocido hasta entonces a enriquecerse, solo que su riqueza no consistía en tierras, que era la forma de la riqueza feudal, sino en oro y plata, o sea en dinero. Este dinero se transformó en la forma de riqueza predominante, que se invertía para generar más riqueza del mismo tipo, esto es, más oro y plata... más dinero.

Esta riqueza nueva, dinero para invertirlo con ganancia, o sea, valor que producía más valor, era el capital, y sus detentadores se denominaron capitalistas.

Con el paso del tiempo y la afluencia del oro y la plata de América, el capital comercial y usurario fue desplazando a la economía feudal, remplazándola con la economía mercantil, esto es, la economía destinada a la acumulación de dinero. El feudo comenzó a desmoronarse frente a la sed de oro y plata que invadió Europa y América.

En Inglaterra los poderosos expulsaron a los trabajadores de sus tierras y transformaron los campos de cultivo en prados de pastoreo y cotos de caza, obligando a los siervos de antaño a buscar desesperadamente trabajo o a emigrar a América. En este continente, la sociedad asiática fue demolida a golpes de espada y se convirtió a los comuneros en esclavos del naciente capital mercantil europeo, al que surtían de metales preciosos y cultivos tropicales como caña de azúcar, cacao, tabaco y café.

Así, el capital invadió la esfera de la producción, donde desplazó a las economías feudal y asiática al orientarlas a la producción de artículos destinados al mercado, incluyendo la propia fuerza de trabajo de los siervos y comuneros desplazados, que para sobrevivir debieron alquilarse al mejor y al peor postor.

El taller gremial, base de la producción industrial feudal, acabó por ser desplazado por el trabajo en talleres con asalariados o por el trabajo a domicilio contratado por los comerciantes, que urgían a los fabricantes a producir cosas para intercambiar en las recién abiertas rutas marítimas a América y al Asia oriental.

La manufactura inició la conquista de la industria por el capital. La manufactura significó una producción más rentable, debido a los ahorros derivados de la reunión en un solo taller de un gran número de trabajadores, lo que abarataba los gastos en instalaciones y almacenaje.

Pero el ansia de abaratar los costos motivó a los dueños de los negocios, del capital, a incorporar cada vez más mejoras técnicas, incluyendo maquinaria a vapor, eléctrica, diesel, con cuya intervención se consumó el despojo de los trabajadores y su dependencia económica, pues las máquinas eran costosas, lo que las hacía asequibles sólo a los dueños de grandes capitales, y las máquinas competían con enorme ventaja contra el trabajo manual abaratando no sólo los productos que realizaban, sino el propio trabajo de los artesanos provocando el despido en masa de los trabajadores, haciendo de estos “piezas desechables”.

Se llegó así a la cúspide: la gran producción fabril capitalista. El capitalismo se convirtió en el régimen dominante de la naciente economía mundial.



Pero no puede considerarse que el triunfo del capitalismo sobre los otros modos de producción significara que estos desaparecieran del todo; antes bien el capitalismo se articuló con las formas de producir que ya encontró a su paso, e incluso incorporó en toda la línea formas de opresión antiguas, tal fue el caso de la esclavitud, que bajo el capitalismo revistió una brutalidad inusitada; también se reforzaron el peonaje, la piratería y la rapiña bélica, todas, formas de apropiación y reparto de la riqueza de carácter precapitalista.

Y ocurrió así, lo mismo desde los comienzos de la era capitalista, que a lo largo y ancho de su desenvolvimiento posterior.

El capitalismo, pues, no reviste exclusivamente aspectos “económicos”, “técnicos”, sino que en su desenvolvimiento se entrelazan con toda crudeza los métodos de acumulación más “antieconómicos”, como la piratería, la rapiña, el exterminio en masa de poblaciones enteras, la reubicación forzada y la expulsión de pueblos enteros, el consumo irracional de recursos no renovables, el reforzamiento del despotismo y el oscurantismo, en suma, el derroche inescrupuloso de fuerzas productivas que, sin embargo, ha servido para abrir paso a la imposición del nuevo modo de producir capitalista en momentos históricos en que su propio atraso relativo no le permitía aprovechar plenamente aquellos recursos .

La opresión capitalista es, pues, suma de todas las opresiones: a la opresión de los obreros industriales se suman la de los peones, los esclavos y de todas las masas hambreadas en los rincones más apartados del globo, de los desempleados, los aldeanos y pequeños productores, en suma, la opresión de todas aquellas masas trabajadoras que en mayor o menor grado elaboran la inmensa gama de productos de que se sirve la humanidad: desde un sofisticado satélite de telecomunicaciones, hasta un puñado de maíz.

A todos estos trabajadores los explotan por igual los miembros de la clase capitalista, en connivencia con los terratenientes, los jefes religiosos, los jefes militares, los “intelectuales” de derecha y los burócratas, así como sus lacayos de ocasión.

Estos grupos se hacen, de una manera u otra, del producto del trabajo de obreros, campesinos, intelectuales y demás trabajadores, y luchan constantemente por repartir y volver a repartir el botín arrancado, dando origen a luchas entre diferentes grupos de las castas dominantes, luchas a las que arrastran a los trabajadores, imponiéndoles un nuevo tributo: su propia sangre.

Pero también esto despierta una reacción en las masas trabajadoras; éstas asumen la tarea de defender sus propios intereses vitales, y se rebelan, aprovechando para ello las pugnas de las “élites”.

Por ello, la lucha de clases en el capitalismo adquiere un carácter permanente, pues su origen se halla en la condición misma de existencia del régimen capitalista, es decir, en la reproducción ampliada de un cúmulo de miseria en un extremo de la sociedad, el mayoritario y de una montaña de riqueza en el otro extremo, el minoritario; situación no evidente de por sí debido a la mistificación de la economía, a la ideología individualista y a las doctrinas religiosas.

Fascismo, chovinismo, clericalismo, colonialismo, democratismo ramplón, son todos ingentes esfuerzos para conciliar lo irreconciliable: los intereses de los que tienen todo con los de los que nada tienen. Es en el capitalismo, más que en cualquier otro régimen social de producción, donde es más tajante la separación entre las masas y una minoría expoliadora.

El capitalismo reúne en un solo momento histórico el pisoteo secular de la humanidad por su extremo más favorecido. Por ello, la lucha contra el capitalismo es el punto culminante de la historia de la lucha de las masas trabajadoras por su liberación; ya que este régimen proporciona más motivos de indignación, de afrenta, y entraña mayores riesgos a la sobrevivencia de amplias masas humanas que cualquier otro en la historia; pero no se trata sólo eso, sino que, más importante, el desarrollo capitalista pone frente a esas masas laboriosas los instrumentos de su liberación: la ciencia y la técnica modernas, y su base material, que es la gran industria fabril, que, de saberse utilizar, pueden ser las claves para arrojar al régimen capitalista al basurero de la historia.

Es el reto y las posibilidades de los tiempos actuales.