martes, 3 de noviembre de 2009

El papel del programa político en el movimiento democrático popular.

La cuestión del partido político es la cuestión del poder. El poder en la sociedad moderna reside, como es bien sabido, en el Estado. El Estado se integra de un conjunto de instituciones destinadas a gobernar, o sea, a dirigir, organizar, la actividad cotidiana de la sociedad, pero también se integra con instrumentos de represión, que se crearon a raíz de que la antigua sociedad se dividió en grupos de poseedores y desposeídos, a saber, un ejército permanente, policías, cárceles y tribunales.

Las relaciones entre poseedores y desposeídos no son, sin embargo, estáticas; en determinados momentos, el descontento de las clases trabajadoras aumenta y se transforma en una rebelión social contra la dominación de una minoría; entonces el aparato estatal entra en acción, evitando que la rebelión triunfe y con ello quite el poder a la minoría que se enriquece a costa del trabajo ajeno.

En el marco de esta vocación defensiva del statu quo, no dejan de existir luchas parciales por el poder entre distintos grupos, lo que da origen a distintas organizaciones políticas destinadas a hacerse de posiciones en el gobierno, y en los parlamentos en caso de que existan; estas organizaciones son los partidos políticos.

Los partidos políticos son otros tantos instrumentos que se da la sociedad para canalizar la lucha entre grupos y clases de manera que se garantice un reparto relativamente pacífico de los beneficios derivados de los cargos públicos y de la corrupción del Estado.

Los grupos progubernamentales siempre esperan que la lucha política se mantenga alejada de las reivindicaciones populares, para lo cual buscan evitar que el debate público aborde las cuestiones del reparto del producto social, de las condiciones laborales, de la democracia popular, etc.; y así la política se trastoca en politiquería que encubre la lucha subterránea que los grupos de poder libran entre sí y contra los trabajadores.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos desplegados por los grupos de poder, las pugnas sociales acaban por emerger en la política, a través de algunos movimientos orientados hacia la izquierda del espectro político.

Estos movimientos políticos de izquierda se organizan, de mejor o peor manera, dependiendo de la experiencia que dispongan, la capacidad y honradez de sus cuadros dirigentes y de su habilidad para aprovechar las circunstancias, en fin, de la justeza y oportunidad de su programa político.

La cuestión del programa político es de particular importancia para las organizaciones de izquierda, por cuanto las clases trabajadoras por lo general se hallan alejadas del poder, y tienen que plantearse explícitamente los objetivos que buscarían al ascender al poder; por el contrario, las organizaciones de derecha, en tanto que sirven a las clases que ocupan el Estado, su programa es realmente sencillo y se limita a la conservación del poder, para lo cual tienen que valerse de los medios apropiados para limitar la participación popular en las instituciones, para reprimir selectivamente a los elementos radicales y enriquecerse con la corrupción del gobierno a fin de asegurar sólidas relaciones de complicidad que mantengan unidos a los miembros del grupo dominante por los beneficios así obtenidos.

El programa de la izquierda juega el papel de articulador de la estrategia y las tácticas que se sigan, y por ello su elaboración no constituye un ejercicio académico o de mera redacción, sino que pasa necesariamente por una discusión abierta entre grupos e individuos, discusión en la que se aborden prácticamente todas las cuestiones de estrategia y táctica en el marco de un análisis de la realidad social elaborado en términos de la situación social y económica de las clases que la integran.

La enorme influencia que la política derechista tiene y ha tenido al interior de la propia izquierda ha llevado a que se posponga indefinidamente la elaboración de un programa propio de la izquierda mexicana, la cual se ha contentado con copiar consignas, frases e ideas sueltas de otras clases y de otros países, por lo cual se han adoptado estrategias y tácticas desacordes al momento, lo que ha derivado en grandes derrotas para el movimiento democrático mexicano.

Desde luego que es correcto aprender de las experiencias de otros países, pero esto no se logra tomando cualquier cosa que parece plausible, sino precisamente a través de la elaboración y práctica de un programa propio.

La izquierda ha de defender el programa que ha elaborado, y eso se hace mediante un proceso de constante debate acerca del mismo, y nunca erigiéndolo en dogma. Así, y sólo así, puede la izquierda comenzar a cumplir las tareas que la historia plantea frente a ella.

México posee una larga historia de planes políticos en los cuales se esbozó la idea de un programa político de acción que articulara a la oposición de izquierda y que constituyen un antecedente a la labor que en nuestra época es ya impostergable: la elaboración de un programa político de la izquierda mexicana.

Únicamente cuando se tenga un programa surgido de un gran debate, podrá hablarse de un auténtico partido de izquierda y ya no de meras organizaciones calcadas o copiadas de los partidos de derecha, y que por ello mismo son incapaces de servir a los intereses de los trabajadores, limitándose a servir, en el mejor de los casos, de cajas de resonancia de las aspiraciones más superficiales de las masas trabajadoras. Estos partidos de “izquierda”, aunque pueden servir en un momento dado de vehículos de los trabajadores, en los momentos cruciales, su falta de unidad los conduce indefectiblemente a impedir que la oposición de izquierda alcance sus objetivos cruciales, con lo cual estos partidos de “izquierda” acaban por parecerse al Estado como dos gotas de agua, en cuanto al objetivo último que persiguen, que es el de evitar la explosión de una lucha abierta entre las clases sociales que favorezca a las clases oprimidas.

La necesidad de un programa político propio de la izquierda es imprescriptible.

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