jueves, 2 de abril de 2009

El conflicto palestino-israelí y México: los métodos de Granados Chapa.

La tierra palestina es una delgada franja de tierra en el Mediterráneo oriental. Paso terrestre obligado entre África y Asia, su territorio ha sido ocupado una y otra vez por fuerzas invasoras asiáticas, africanas y europeas.

Aparentemente se trata de una parte del mundo realmente distante de México. Y sin embargo, los sucesos de aquella tierra han tenido y tienen relevancia para nuestro país. Sólo para comenzar, la religión más extendida en México, el cristianismo, tuvo su origen en Palestina y Cristo, “el Crucificado”, era palestino.

Por esto, numerosos nombres de personas y lugares en México recuerdan a Palestina.

Pero no únicamente las tradiciones bíblicas ligan a Palestina y México; más cercana a nosotros es la serie de conflagraciones que han tenido lugar entre el Estado israelí y la población palestina por la posesión de la tierra histórica de Palestina a partir de 1948. Esas guerras, y sobre todo la ocupación de Gaza y Cisjordania por Israel, han propiciado gran polémica en México.

Miguel Ángel Granados Chapa, afamado columnista de la revista Proceso y del diario Reforma, se pregunta perplejo por qué ese conflicto genera tanta atención y polémica en México, lo que “[....] contrasta con la ausencia de otros [conflictos] más sangrientos y prolongados pero que carecen de clientelas políticas en nuestro país” (Proceso 1685, págs.54-55, 15 de febrero de 2009, §5). Y cita los ejemplos del Congo, de Sierra Leona y Guinea, que a su juicio “merecen” más atención que el de Palestina. Es una interesante forma de presentar la cuestión: que cada lucha de liberación compita por las “clientelas políticas” para aparecer en noticiarios y periódicos.

El perplejo “opinador” no halla mejor explicación para aquello que lo sorprende que la de que los sucesos de Palestina generan atención exclusivamente por el hecho de que son explotados por grupos políticos marginales para fines aviesos, que de manera irresponsable crean el peligro de propiciar una ola de “judeofobia” con o sin la intención de hacerlo.

Que exista tal manipulación no explica ni mucho menos el fondo de la cuestión. Lo mismo puede ocurrir con cualquier “causa justa” en nuestra época; lo que hay que hacer, como analista, es ir al fondo de las cosas, y no quedarse en la superficie.

En virtud de lo dicho, ¿cuál es, a nuestro entender, la razón de esa atención ‘inmerecida’ al conflicto palestino-israelí?

La razón reside en un par de circunstancias que a nuestro opinador no parecen pasarle por las mientes.


En primer lugar, en Palestina las potencias neocoloniales, EU, Europa occidental, y una potencia colonial, Israel, combaten frontalmente a un pueblo invadido; y lo hacen ante la impotencia generalizada de los pueblos del área, con la complicidad de gobiernos y medios de comunicación de muchos países. Esto no ocurre de manera tan evidente en los casos africanos, donde la injerencia de las potencias se da por medio de grupos interpósitos y gobiernos locales y en un escenario marcadamente caótico, de manera que es casi imposible para un observador externo determinar en un momento preciso a qué intereses responde tal o cual grupo político o militar, de modo que a veces sólo queda solidarizarse con la población que sufre los estragos de la guerra y hacer una condena general a las potencias y empresas trasnacionales que lucran con los conflictos.

En Palestina, en cambio, el imperialismo no es un concepto más o menos abstracto, sino una realidad palpable en la cual la toma de partido no sólo es posible sino necesaria.

La segunda circunstancia que Granados Chapa pasa por alto, es la historia misma del conflicto y las particularidades de la evolución histórica del pueblo palestino antes y después del año crucial de 1948, que han sido tales que le han llevado a resistir las ofensivas israelíes hasta límites increíbles. Y tal capacidad de resistir ha propiciado de manera natural la simpatía de otros pueblos, sobre todo de aquellos que padecen o han padecido la opresión colonial, como es el caso de México. La persistencia de los palestinos en la defensa de su derecho a la autodeterminación, aún en el exilio, en los campos de refugiados o bajo las lluvias de balas y misiles, puede ser contada entre las grandes gestas de los pueblos.

A un intelectual acostumbrado a observar todo lo que ocurre en la política como bajado de las alturas de las élites, estas razones le parecerán “ingenuas”. Convendría recordar que principios de este tipo le dieron congruencia a cierta tradición diplomática mexicana, provocada, por cierto, por factores “internos” del país. Esa tradición repudió la asonada franquista, la anexión de Austria por Alemania, la invasión italiana a Etiopía, y ha reconocido hasta la fecha a la RASD como el régimen legítimo del Sahara Occidental, ocupado militarmente por Marruecos. ¿Considera Granados Chapa que en tales situaciones México debió hacer “propuestas equilibradas”, “condenado a ambas partes”, en vez de tomar una posición tan resuelta y tajante de condena a las potencias agresoras? Es decir, según Granados Chapa ¿se puede echar en el mismo saco a la República y a Franco, a Hitler y al pueblo austriaco, a Mussolini y al Ras Tafari, al POLISARIO y a los dinastas marroquíes? No podríamos decirlo.

Por lo menos sí sabemos que hay que condenar igualmente a la resistencia palestina y al Estado israelí, y que hay que aplaudir al gobierno mexicano por su ecuanimidad al obrar así.

¿Las razones para lavarse las manos? Hamas es terrorista y el gobierno israelí se ha visto obligado a defender a su población, aunque al hacerlo ha cobrado vidas de inocentes. Demostración de esto. Ninguna, es vox pópuli, todos los noticiarios de Europa y los EU lo dicen, ergo, debe ser cierto.

Naturalmente, se nos dirá, no se puede comparar a Hamas con la República española, etc. o sea, hay que esperar a la derrota de Hamas y a que pasen unos 60 años más para saber si tenía la razón histórica para proceder como procedió. Mientras tanto, según Granados Chapa, hay que atenerse al “principio periodístico” de dar a cada cual lo suyo, pues:

“ Sin aplicar el principio periodístico que demanda narrar la génesis de los acontecimientos, se cargaba la responsabilidad al ataque israelí, dejando en segundo lugar la causa de ese ataque [los ataques de Hamas con cohetes caseros] con lo cual se brindaba una comprensión a medias.” (§5)

Resulta entonces que por medio de este agudo ‘principio’, Granados Chapa llega a la conclusión de que la “causa” de la invasión israelí a Gaza en diciembre de 2008 no fue la ocupación israelí de Palestina, sino la respuesta palestina a esa ocupación. Tal lucidez deslumbra. Claro, Granados Chapa afirma que tal ocupación no existe, que el Ejército israelí había desalojado la Franja, para nuestro opinador no cuenta como ocupación el control israelí sobre puertos y pasos fronterizos, el espacio aéreo y la costa, el control sobre las operaciones financieras, el comercio con el exterior y la ayuda humanitaria, y desde luego el hecho mismo que nos ocupa: que Israel lance ataques militares masivos contra la Franja.

El afán de emparejar a Hamas y al gobierno israelí no es más que un artificio, un emplasto mal pegado que el opinador se esfuerza por hacer pasar como un procedimiento necesario para entender el conflicto. Pero no se trata mas que de un esfuerzo bien evidente, casi groseramente evidente, por conciliar un esquema preconcebido con la realidad que lo refuta implacablemente. Con sólo un recuento de las “hazañas” israelíes en Palestina , se tiene una idea clara de quién es el agresor y quién el agredido pues, como ya se dijo, en Palestina el colonialismo no se escuda tras grupos interpósitos, aunque lo haya intentado , sino que se presenta como el choque descarnado y brutal de un poderoso ejército contra un pueblo invadido que apenas puede oponer unos cohetes hechizos contra misiles de alta tecnología lanzados desde aviones supersónicos, entre otros “juguetes” que Washington proporciona alegremente a Tel Aviv; pero los palestinos le oponen algo aún más poderoso, que es su identidad nacional y una voluntad de resistir, pese a todas las contradicciones inherentes a una resistencia que se ha prolongado por más de 60 años.

Ahora bien, una cosa es pregonar la ecuanimidad, el “equilibrio informativo”, y otra muy diferente practicarlo. Granados Chapa primero defiende la necesidad de dar a cada cual lo suyo y luego dice:

“Fue perceptible también, aunque el tema deba documentarse para afianzar [?] esta afirmación, la dominancia de un enfoque favorable a “los palestinos”, como si fuera ese pueblo el blanco del ataque y no las instalaciones militares con cubierta civil de un grupo terrorista que ha cobrado un alto número de vidas.” (§ 5).

Granados Chapa podría “documentarse” para “afianzar la afirmación” del origen de las víctimas de los bombardeos israelíes, que, según el resto de los mortales, era palestino. Ciertamente no eran filipinos.

Tal pareciera que los militantes de Hamas y los que los sigan dejan de ser palestinos para ser “terroristas” y como tales se hacen reos de ejecución expedita. Es decir, si los palestinos poseen armas, “instalaciones militares”, organización, entonces cometen actos espurios, fuera de lugar, cometen actos condenables y, por lo tanto, es deber de un Estado civilizado poner las cosas en su lugar, destruyendo esas “instalaciones militares” con el costo de vidas que sea necesario (vidas de los palestinos, se sobrentiende).

Ahora bien, ¿qué se entiende por “instalaciones militares” en Palestina? Pedro Miguel lo pone así:

“[...] en Gaza no existen instalaciones propiamente militares, salvo las que Israel implanta para sus propias fuerzas. Hamas, que detenta algo de poder en la Franja [de Gaza], no es un ejército ni tiene un ejército; de hecho, lo difícil es determinar quién es civil y quién no en un territorio bajo el control de una organización calificada de “terrorista” y que no sólo promueve ataques suicidas y lanzamientos de misiles caseros contra Israel, sino que también está a cargo de escuelas, hospitales, plantas de electricidad, imprentas y centros de distribución de abastos.” (§ 5)

Para Granados Chapa no parece haber diferencia entre un búnker artillado y una mezquita donde un puñado de militantes se cubren del fuego israelí; toda instalación que “sirva” a “los terroristas” tiene que ser bombardeada y arrasada al costo que sea. Esta forma de razonar es la vieja táctica sofista de la amalgama, en ella se mezclan en un mismo saco afirmaciones contradictorias aunque aparentemente lógicas para validar cualquier afirmación.

Otra táctica sofista a que recurre Granados Chapa es la de contraponer declaraciones de funcionarios interesados, como si tales declaraciones aportaran realmente algo positivo. Esta táctica había sido legítima en una época en que la feroz censura del Estado impedía hablar de asuntos políticos si no se había pronunciado previamente un funcionario, se trataba entonces, de “tomarle la palabra” al gobierno, buscando las contradicciones del discurso oficial. Pero en la actualidad tales procedimientos son más propios de la autocensura que ejercen muchos periodistas para no hablar de cosas que pueden molestar al gobierno o a gobiernos extranjeros. A Granados Chapa parece preocuparle que la revista Proceso le dé la palabra a testigos de la invasión a Gaza más que al gobierno israelí, dice textualmente:

“Los favorecedores del equilibrio informativo echaron de menos el parecer de los gobiernos involucrados, es decir, la ausencia de la posición de Israel.” (§ 5)

Resulta curioso, por decir lo menos, que Granados Chapa cuestione así a una revista que se asume como un “semanario de información y análisis”; según el opinador, la edición sólo hubiera resultado realmente informativa y analítica si se hubiese acompañado de un boletín del gobierno israelí. Dígase lo que se diga, semejante afirmación nos remite inmediatamente a la prensa cortesana de la época priísta y que todavía se halla entre nosotros.

Pero la cosa no se queda ahí, el afán de “equilibrar” lleva a Granados Chapa a asumir la posición del Estado Israelí :

“El [embajador] de Israel respondió puntualmente las acusaciones sobre las bajas civiles y de niños (que en fotografías y en la pantalla de televisión estrujaron aún a los corazones menos sensibles) aduciendo que se les usaba como escudos humanos para ocultar arsenales y cuarteles. Añadía [el embajador israelí] que la población civil recibía información sobre los bombardeos inminentes a fin de que pudiera ponerse a salvo.” (§ 6)

Sin comentarios.

Y más adelante:

“[...] el embajador de Irán, que adquirió protagonismo e hizo evidente que Hamas significa la presencia del ayatolismo iraní a las puertas de Israel cuya destrucción ansía.” (§ 6)

¿Qué lleva a Granados Chapa a semejante afirmación? Lo ignoramos. Lo que es significativo es que se hable de que Hamas “significa” y no “representa” la presencia del “ayatolismo” en la frontera de Israel. Hay un afán claro de sugerir e insinuar, sin afirmar categóricamente, quizá “esperando documentarse para afianzar estas afirmaciones”. Y vaya que hay que documentarse, quizá así nos enteraríamos del pequeño detalle de que no hay ayatolas en Palestina, pues los palestinos son musulmanes sunnitas o bien cristianos, y no musulmanes chiítas como los iraníes. Granados Chapa se refiere probablemente a la extensión de la influencia política, militar y financiera de Irán a Palestina. Eso ocurre, efectivamente, pero Granados Chapa parece no atreverse a atacar directamente el derecho de un pueblo invadido a buscar las alianzas que considere necesarias y hacerse responsable de ellas , y prefiere entonces levantar un espantajo: el “ayatolismo”.

Decir que se da lo suyo a cada cual mientras se aducen despropósitos como los anteriores no es un método muy fructífero para entender los procesos históricos. Tenemos así un “equilibrio informativo” que ignora o pasa por alto hechos como los que indica P. Miguel:

“Desde cuando menos 2002 hasta 2003 estuvo vigente una ordenanza castrense que permitía a los efectivos de Tel Aviv servirse de palestinos inermes como parapeto en circunstancias peligrosas. Varios organismos de derechos humanos denunciaron la normativa y ésta fue anulada por la Corte Suprema de Tel Aviv tras la difusión de un video en el que se veía a un niño palestino que fue amarrado al cofre de un vehículo blindado de Israel para disuadir a los otros menores que le arrojaban piedras [....].” (§ 7)

La columna adjunta una fotografía del suceso.

O sea, para Granados Chapa los palestinos carecen de un derecho cuyo reconocimiento no se escatima a los israelíes: la legítima defensa. Que esa defensa no se efectúe al gusto de los equilibrados opinadores del mundo es otra cuestión; pero escatimar ese derecho a un pueblo invadido y periódicamente masacrado con impunidad es algo propio del razonamiento de los viejos colonialistas y de sus lacayos tercermundistas. Resulta significativo que algo llamado “equilibrio informativo” encuentre el equilibrio en tales circunstancias.

El debate político es un campo de batalla de ideas, incruento, pero no desprovisto de importancia en el sentido de que las partes de un conflicto, sobre todo las más débiles en términos materiales, siempre requerirán adhesiones en el exterior; tanto palestinos como israelíes buscan apoyos en el exterior, los israelíes buscan mantener los flujos de “ayuda” militar y financiera de los EU, los palestinos buscan el apoyo material y moral de sus vecinos árabes e iraníes y el apoyo moral de otros pueblos, por muy poco que aquellos puedan aportar efectivamente, pues no hay algo más atroz para un pueblo invadido que sentirse aislado.

Por todo esto, refutar a Granados Chapa no tiene nada de gratuito, y la descalificación que él hace de los que se oponen a la invasión israelí de Palestina, afirmando que alientan la “judeofobia”, tampoco es gratuito, pues se inscribe plenamente, queremos suponer que por afinidad, en las coordenadas que el tándem imperialista estadunidense-israelí ha configurado para llevar adelante su ofensiva ideológica-política. Queremos dejarlo claro, no decimos sino que hay una afinidad ideológica evidente, que no se trata de una defensa inocente del “equilibrio periodístico”, sino de una posición política en toda la línea.

Pedro Miguel ha advertido esta situación:

“Los mandamases israelíes han [...] fabricado un discurso de alta eficacia para contrarrestar a quienes los señalan por asesinos y genocidas: quienes obran de esta forma son “judeofóbicos”. La acusación es de alto calibre (porque remite en automático a los nazis y su horrendo empeño de exterminar a los judíos de Europa) y ha acobardado a muchas buenas conciencias que temen a la posibilidad de manchar su imagen pública con una salpicadura de incorrección política o que, por la razón que sea, han decidido actuar en sintonía con la embajada israelí de su corazón. Es un intento por emplear a los judíos del mundo como escudos humanos: “Si criticas a las autoridades de Tel Aviv tendrás parte de la culpa por el próximo pogromo”.” (§ 1)

Y más adelante:

“Pretende la postura oficialista de Israel, reproducida hasta por opinadores con fama de éticos y de lúcidos,que el blanco del ataque no fueron los no combatientes sino “las instalaciones militares con cubierta civil de un grupo terrorista”’. (§ 4)

¿Cuál es la razón de que Granados Chapa tema a la “incorrección política? Básicamente el rechazo típicamente “intelectual” al ascenso de organizaciones del tipo de Hamas o Hezbollá, cuyo carácter popular radical se acompaña de una elevada eficacia al combinar la agitación, el reclutamiento de militantes entregados a la causa (fanáticos, dirían los Granados Chapa del mundo), el uso de recursos variados como la televisión, la asistencia social, la educación; así como el hecho de que tales organizaciones cuenten con simpatías en el exterior.

En suma, en personas como Granados Chapa, la resistencia del pueblo palestino mediante organizaciones como Hamas lo aterran porque implican que puede existir un radicalismo con verdadero arraigo popular, con la razón histórica de su lado, al cual se puede difamar pero no ignorar.

Eso en cuanto a una motivación de largo alcance, pero el propio texto de Granados Chapa nos indica el evento que lo ha motivado en lo inmediato:

“Ciertamente no hay [en México] una judeofobia activa, como la hubo en el pasado, que se manifieste en agresiones físicas, en asaltos y vejaciones como antaño ocurrieron [...]. Pero circula un vago tufo antijudío que puede condensarse en cualquier momento, extremo que puede y debe evitarse [...]. (§ 10)

"Esa difusa sensación antisemita apareció también en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, que está en trance de mudar de director. Un anónimo –que en realidad eso es un texto firmado con nombre falso- sometió a un juicio ético a profesores de esa facultad con la absurda pretensión de forzarlos a denunciar el ataque a Hamas. Esos profesores judeomexicanos, cuya nómina acompaña al anónimo para indicar que están localizados y bajo observación, son señalados por no compaginar 'de manera adecuada y realmente humanista su calidad de docentes críticos ante lo que pasa en el mundo', por evitar 'pronunciarse por (sic, en vez de contra) la masacre genocida que comete a diario el Estado sionista de Israel con el apoyo del mismo imperialismo que nos flagela aquí.' (§ 11)

"El corolario del anónimo sería de risa si no llevara implícito el peligro del prejuicio racial. Mencionando a una precandidata a la dirección de la Facultad, se agrega una condición a las establecidas por la normatividad universitaria: 'el requisito fundamental para alguien como ella es que deje claro que no avala la masacre de Gaza y que no apoya la política genocida del Estado sionista'". (§ 12)

Tenemos de nuevo la vieja táctica de la amalgama. Resulta que para el opinador, todos aquellos que se opongan a la estrategia israelí, a su política racista y genocida, son, o pueden ser, oportunistas que en realidad no se interesan genuinamente por la causa palestina, sino que se valen de ella para golpear a los judíos mexicanos en disputas mezquinas y puramente locales.

Resulta significativo que tratándose de un anónimo verdaderamente racista, el texto al que Granados Chapa hace referencia, el opinador se limite a hablar de una “difusa sensación”, esto es explicable por cuanto el autor pretende amalgamar a quienes califican a la política israelí hacia los palestinos como una variedad de racismo con quienes califican como racistas a todos los judíos. O sea, se arroja en el mismo saco por igual a antijudíos y a antiimperialistas, pero sin atreverse a decirlo abiertamente. Es una táctica rudimentaria pero conveniente, pues no hay que confrontar directamente a nadie, se evita llamar a los aludidos por su nombre (“y a esa andanada de despropósitos se añadió la sentida autoinculpación de la profesora universitaria a la que deliberadamente sólo aludo porque no es mi afán personalizar un acontecimiento que excede a las posiciones particulares pues genera un fenómeno colectivo” (§ 7)); y una vez que se
han mezclado las posiciones antiimperialistas y las antijudías, ya no es necesario recurrir a la historia, basta con remitirse a las declaraciones de los embajadores.

En suma, por los métodos que emplea, por el fin que persigue, el artículo de Granados Chapa se inscribe en un contexto concreto que es el actual desorden político y económico, en el cual los antiimperialistas tienen frente a ellos la incontestable dominación del capital monopolista yanqui con todos las consecuencias que implica para la paz del mundo, situación que los Granados Chapa del mundo pretenden obviar, ignorar, sirviendo quiéranlo o no, a la reproducción de esa dominación. El ideal de este tipo de intelectuales de una transformación democrática sin ruptura con el imperialismo no se ha manifestado ni se perfila en el futuro, pero eso no les impide perseverar en lo mismo, descalificando a la izquierda que llama imperios a los imperios y racistas a los racistas. Pero los hechos son testarudos y ya han dejado claro cual es la naturaleza de los regímenes que en Washington y Tel Aviv han decidido que los palestinos no tienen ni tendrán derecho a su tierra ancestral.