viernes, 26 de junio de 2009

Racismo, política y lucha de clases en México y América Latina.

Los problemas políticos en México tienen un sustrato cultural inocultable, pues en su mismo origen, el país se construyó en la contradicción entre la declinante civilización indígena y el ascenso de los colonizadores ibéricos, que pronto acapararon las haciendas, minas y obrajes, los rangos militares y los cargos públicos.

El idioma de las colonias americanas será el de los invasores ibéricos, de manera que éstas pronto aprenderán a reconocerse a través del legado europeo antes que en el propio. Algunas colonias se verán abrumadas por la inmigración europea, otras por la proveniente de África; Argentina, Uruguay, Cuba y Costa Rica se verán en el primer caso; Venezuela, Panamá y Dominicana en el segundo. Mientras tanto, países como Bolivia, Guatemala y Paraguay mantendrán la predominancia de los grupos indígenas. Países como México, Ecuador, Perú y Chile se convertirán en repúblicas con profundas diferencias regionales internas en las que predominará el elemento mestizo, manteniendo grandes cantidades de indígenas aunque una élite criolla será la que mantenga el poder en sus manos.

En el momento presente, en casi todos los países latinoamericanos, sin excluir a México, la contradicción étnica ha jugado un papel importante en la conformación de los Estados de la minoría criolla, apoyados en una parte de los mestizos y en los liderazgos indígenas. Para comprender esto hay que tener en mente los sucesos de la rebelión de Túpac Amaru, que a fines del siglo XVIII sacudió al virreinato del Perú, y en cuyo fracaso fue decisivo el alineamiento de muchos caciques indígenas con los españoles a los que Túpac Amaru y sus seguidores quisieron derrocar.

Los Estados latinoamericanos han sido Estados de clase y de “raza”, han fincado su predominio en la segregación clasista y étnico-racial de los descendientes de los pueblos originarios de América. Lo que aglutina a las clases dominantes ha sido a la vez su riqueza y su orgullo étnico.

Desde luego, no ha sido poco lo que ha cambiado en los 200 años que siguieron a la independencia de España y Portugal, pues el mestizaje ha ido borrando las separaciones genéticas entre las poblaciones, los pueblos indígenas han recuperado en parte su peso demográfico en ciertas regiones, y la desaparición del rígido sistema de castas, propiciaron que la segregación se haya tornado más sutil y encubierta.

El resultado del fin de la colonia ibérica fue que la discriminación adoptó una organización “por grados”, e involucra por igual elementos étnico-culturales como fenotípico-raciales.

El acto de discriminar tiene por primer referente el conjunto de las características fenotípicas, o sea, el tipo indígena; pero esta discriminación se va atemperando por el grado de mestizaje, por la filiación cultural y, sobre todo, por la riqueza.

La discriminación reconoce color de la piel, riqueza y nivel cultural. Se crean entonces subtipos de población que se articulan en una escala de ascendencia social.

En el caso de México, en el estrato más bajo de esta escala se hallan los indígenas que hablan sus propias lenguas y que casi sin excepción se incorporan a los trabajos más duros del campo y constituyen el campesinado más pobre.

Les siguen los indígenas emigrados de segunda generación. Integran una población flotante que gravita entre el campo y la ciudad; sus integrantes se incorporan al proletariado rural y al urbano o al ejército, se los halla en gran número entre el lúmpen de las ciudades en la medida en que pasan a la indigencia y van rompiendo al mismo tiempo sus vínculos con el campo.

El siguiente estrato lo conforma una mezcla de indígenas asentados en las ciudades y que tienen alguna posesión, como negocios pequeños, puestos en mercados, taxis o incluso giros mercantiles bien establecidos, que se reúnen con mestizos y blancos pobres; esta capa que se puede llamar media baja baja, conforma el grupo más numeroso en la periferia de las grandes ciudades. Se caracteriza por una vaga idea de movilidad social, cierto dinamismo económico, un profundo desarraigo cultural, el escepticismo en política y una aguda percepción de las diferencias de clase y de “raza”, aunque concibe estas diferencias como inevitables y enaltece ingenuamente lo “blanco” como superior. Es la base social popular del racismo en México y Latinoamérica.

El estrato siguiente lo integran principalmente mestizos y “blancos” de nivel económico medio; su contacto con el mundo indígena y, por lo tanto, su intercambio con el, es casi nulo, aparte de relaciones de explotación de baja complejidad. Su nivel económico apenas se diferencia del estrato anterior, pero sus integrantes se caracterizan por una marcada devoción a la movilidad social ascendente, por un mayor nivel cultural relativo, por una escasa percepción de las diferencias de clase o étnicas, al grado que, para esta capa social, el racismo es algo ya superado y la lucha de clases algo remoto. Esta capa constituye la pequeña burguesía baja, y en ella el racismo y el clasismo se ven amortiguados aunque no dejen de estar presentes; esta clase es la base del nacionalismo clásico en México, y pese a su desconocimiento de los pueblos originarios, profesa una reverencia al pasado mesoamericano, a las gestas históricas populares y al ideal de unidad nacional, pero simplemente no concibe que el mundo indígena sea capaz de una emancipación por sí mismo. Sin declararlo, piensa que lo europeo es intrínsecamente superior.

El siguiente estrato lo constituye la pequeña burguesía alta, se integra con los negociantes, los dueños de franquicias y concesiones, los funcionarios de nivel bajo, los pequeños comerciantes y fabricantes establecidos, los dueños de talleres de reparación. Sus integrantes son mestizos y algunos criollos, unos pocos indígenas, su nivel cultural es relativamente bajo, salvo los de generaciones más recientes, pero son hábiles para los negocios, están muy ligados a los grupos políticos y al poder, a los monopolios, de los que dependen en gran medida. Estas relaciones con los estratos superiores exacerban su clasismo y su racismo, su desprecio a un nacionalismo con bases populares. Se trata de fervientes adeptos al individualismo capitalista y a la competitividad, ansían emular a sus competidores estadunidenses y europeos, su ruptura con el México indígena y trabajador es casi total, limitándose al ámbito de las relaciones explotación. De este estrato social se nutren los partidos políticos de derecha. Han acuñado y empleado profusamente un término para los simpatizantes de la izquierda que más bien describe la ideología de los que lo usan, el de “naco”, que se usa por igual para designar al indígena urbano hispano parlante, y al mestizo lúmpen o de muy bajo nivel económico; es pues, una forma de amalgamar lo moreno, lo indígena, lo miserable, lo vulgar, lo basto, y la filiación política de izquierda, a fin de englobar con un solo término lo que se considera la hez de la sociedad.

La burguesía baja integra el siguiente estrato. Sus miembros son poseedores de los grandes negocios no monopolistas. Son mexicanos criollos y algunos mestizos, así como extranjeros, y participan de la dirección de la política, la religión y los negocios. Su vocación por el poder y el dinero es innata, sus relaciones internas se basan en la complicidad, son de los principales responsables de la corrupción y de las prácticas viciadas del gobierno y de los negocios: el amiguismo, el nepotismo, el tráfico de influencias. En la medida en que participan de la dirección del país, son responsables de la reproducción del racismo. La nación ideal para ellos es una en que los explotados no protesten, en que el país sea virtualmente anexado a los EU, y que la única movilidad social existente sea aquella que les permita a ellos llegar a posiciones más elevadas y con mayores ganancias. Siendo los integrantes de este estrato individuos mejor educados y muy vinculados al extranjero, tienden a identificarse con las aspiraciones de las élites estadunidenses y europeas, más que con cualquier aspiración nacional latinoamericana.

El estrato superior de la sociedad mexicana lo integran los grandes capitalistas. Estos no se diferencian demasiado de los integrantes del estrato inmediatamente inferior, sino en su situación privilegiada en lo que respecta a la posesión de monopolios. Casi todos son criollos, unos pocos mestizos, ningún indígena, algunos extranjeros. Cosmopolitas, educados en el extranjero, de gustos excesivos y pantagruelescos, que tienen por “refinados”, gustan de un tiempo acá de aparecer como referentes políticos y morales de toda la sociedad, para lo cual se valen de su propiedad sobre los medios de comunicación masiva, que son su coto personal de ellos. Televisión, radio y periódicos les sirven para comunicarse unidireccionalmente con la masa de la población. Siendo profundamente racistas, procuran ocultarlo con esmero, dejando que los medios de comunicación difundan sus ideas acerca de lo que consideran el estado óptimo de las relaciones sociales. Creen profundamente en la segregación y la discriminación como fundamentos de su prosperidad, que para ellos es la prosperidad del país. Sus valores son los del capital, y su orgullo de clase y de casta son su nota distintiva. Trabajan concientemente en mantener su control sobre el aparato de Estado, y no escatiman recursos y esfuerzos para eliminar aquello que perciben como una amenaza a sus privilegios. Son una minoría entre las minorías, emergida del estrato inmediato anterior, a lo sumo, unos centenares de individuos, pero su peso social es inmenso, su prestigio e influencia entre los pequeños capitalistas y las capas medias en general es enorme y se han constituido en un modelo para todos aquellos que profesan algún grado de racismo y/o clasismo, pues pretenden ejemplificar la “superioridad” de la “raza blanca”.

En conclusión, puede determinarse que la segregación clasista y racista en México y América Latina dista de ser una cuestión fortuita, atribuible a la mala voluntad de algunos individuos poderosos, por el contrario, constituye una práctica ideológica creada y alimentada a lo largo del siglo XVI por los invasores europeos para reforzar su dominio, y que con el paso del tiempo y el establecimiento del capitalismo, se ha convertido en el componente ideológico central del sistema de relaciones de dominación de nuestros países por minorías expoliadoras y por las grandes potencias extranjeras, lo que convierte a la lucha contra el racismo en una lucha contra la ideología de la clase capitalista.

La persistencia de la discriminación en México y América Latina constituye un factor de desunión nacional, que tiende a fragmentar a nuestros países en castas separadas, e impide la afirmación de un interés público pleno en el cual los ciudadanos de todas las etnias y clases dominadas se identifiquen. Así, la lucha contra la discriminación clasista y étnico-racial, es la lucha por la integración de las naciones latinoamericanas.

miércoles, 10 de junio de 2009

La crisis

A fines de 2008 ha dado comienzo un periodo de contracción económica que culmina todo un periodo de estancamiento. Esta nueva crisis se manifestó como un derrumbe de los mercados de valores provocado por las bancarrotas de las empresas dedicadas al ramo de bienes raíces en los EUA, cuyos “créditos basura” llevaron al derrumbe de algunas de las mayores empresas financieras del mundo, como Lehman Brothers, y que pusieron al borde del precipicio a otras aparentemente imbatibles como Citigroup, Hypo Real Estate, Fannie Mae, Freddie Mac, y a muchos bancos de inversión. El desastre se coronó con el descubrimiento de los fraudes multimillonarios de Madoff y Stanford.

En suma, un armagedón financiero que se reflejó en la virtual quiebra de las armadoras automotrices de Detroit, el pánico bursátil, la caída de los precios del petróleo y la parálisis del comercio internacional.

Las “explicaciones” acerca de lo que acontece han corrido por cuenta de los voceros habituales de la banca y de la bolsa: los economistas profesionales y de los “críticos” izquierdistas del capitalismo. Una de las contribuciones más logradas de estos especialistas a la explicación de la crisis ha sido la de su caracterización como una “crisis de desconfianza”, según ella, el mundo se paraliza porque los “inversionistas” temen perder sus fondos, y los “consumidores” temen perder sus empleos. Según estos personeros de la banca y de la bolsa y sus “críticos”, de lo que se trata es de hacer que los gobiernos tomen las medidas para “restaurar la confianza”, o sea, que los gobiernos tienen que garantizar los fondos de los grupos financieros y evitar su quiebra para que desaparezca la “aversión al riesgo” de “inversionistas” y “consumidores”, lo que permitiría ir reanimando la economía, y haría que los Estados finalmente resarcieran de sus gastos en la medida en que la reactivación permitiera un incremento de la recaudación.

Pero hay algunos problemas en esta concepción del problema, y en consecuencia de la “solución” propuesta a la crisis. Por principio de cuentas, ¿Qué grupos recibirían las garantías estatales?

La respuesta no es difícil de conocer. Los grupos más poderosos tienen múltiples relaciones con los funcionarios del Estado, equipos de cabildeo, etc. y no reconocen más necesidades que las propias. Las garantías estatales sólo irán a donde puedan ir, esto es, a los grandes consorcios en los que se originó la crisis.

El origen de la crisis

Aquí se trata del origen de la crisis, atribuida en exclusiva al sector financiero, que sólo en un segundo acto al resto de la economía, a aquellos sectores que se denominan “economía real” en la jerga de los economistas. Pero tan “real” es la economía financiera como la industrial, la de servicios, etc. La crisis tuvo de hecho su origen primordial en la economía “real”, y se desplazó hacia el sector de las finanzas.

Esto ocurrió de la siguiente manera. Al caer las ganancias en los sectores industriales, comerciales, etc., una masa cada vez mayor de capital fue quedando en disponibilidad para futuras inversiones, y se creó así un fondo de acumulación que amenazaba con disminuir el nivel de ganancias medio si se intentaba invertirlo en las industrias, comercios y demás negocios, pues habría significado una presión al alza de los salarios al aumentar la cantidad de nuevos empleos y reducir por lo mismo la masa del ejército de reserva de trabajadores.

Para evitar la baja del nivel de ganancias, esa masa de capital comenzó a distribuirse en el circuito financiero mundial, empleándose para adquirir aquellos recursos que se consideraban seguros contra pérdidas(“valores refugio”), tales como los bienes raíces, el petróleo, el oro y las materias primas. Este comercio especulativo se hizo un negocio muy redituable, pero los precios comenzaron a aumentar, a tal grado que al irse contrayendo la economía por el retiro de capitales de la circulación por la disminución de las ganancias, estos valores de refugio se fueron quedando sin compradores y los precios se derrumbaron, la “burbuja” estalló, y arrastró consigo tanto a los especuladores como a los productores directos y a los propietarios de casas y empresas de la construcción. Esta situación causó una contracción aún mayor de la economía.

Los capitales, en pleno pánico se lanzaron a buscar cualquier refugio, y el dólar se convirtió en el más socorrido. En México se adquirieron decenas de miles de millones de dólares, lo que provocó una devaluación del peso que sólo pudo atemperarse liberando dólares de las reservas nacionales.

Varios gobiernos de los países más poderosos comenzaron a otorgar garantías financieras cuando la situación se tornó insostenible. Estas garantías ya ascienden a varios millones de millones (billones) de dólares; pero según algunos analistas ni esto es suficiente y se espera una de dos cosas, o bien una recuperación lenta dentro de algunos años, o bien un nuevo derrumbe de las economías cuando otros tipos de créditos impagables comiencen a romper su propia “burbuja”.

A partir de las posiciones defectuosas de los economistas, se llega a una posición errónea en lo que respecta a la política económica que se debiera implementar frente a la crisis. Se llega a creer que esta política puede ser capaz por sí misma de prevenir o “resolver” las crisis, cuando la realidad es que las crisis son a su vez soluciones a la caída del nivel de las ganancias. Lo que las crisis hacen para remediar esta caída es provocar una disminución del nivel de empleo que haga descender el costo de la mano de obra y permita así que las nuevas inversiones se realicen a costa de los salarios. Algunos economistas e intelectuales de izquierda sostienen que para remontar la crisis se deben crear artificialmente empleos y hacer inversiones y gastos por cuenta del Estado a fin de incrementar la demanda de productos.

Esta “solución” parece plausible, siempre que no se tome en cuenta que el objetivo último de la producción capitalista es la acumulación de capital, que la economía capitalista no es una economía para el uso, sino para la ganancia. Sólo así se puede dar pie a ilusiones acerca de la posibilidad de reformar al capitalismo, de creer que enfocando los recursos a la satisfacción de las necesidades humanas y no a las del capital, se pueden remontar o aún evitar las crisis de un modo de producción que subsiste precisamente subordinando esas necesidades de las mayorías trabajadoras a los afanes de lucro de la clase dominante.

Los grandes empresarios y sus agentes estatales obran inconscientemente en la dirección que favorece a sus intereses, sin hacer demasiado caso a las lamentaciones de los economistas e intelectuales acerca de los riesgos inherentes a los “excesos” del lucro. Los capitalistas atienden más a los imperativos prácticos del momento, buscando apoderarse de los dineros públicos, arrojar a la mayor cantidad de trabajadores a la calle y desbancar a la competencia, a fin de asegurar los recursos que les permitan remontar la crisis.

Contra todas las expectativas de los intelectuales de izquierda y de los economistas, la “salida” a la crisis presente es la que los monopolistas están articulando, mientras que las “soluciones” propuestas por estos “críticos” no son más que lamentaciones propias de personas asustadas por el incremento de la miseria que amenaza con impulsar a las masas trabajadoras a confrontar directamente al sistema, lo que haría quedar a las clases medias, cuyos puntos de vista sostienen estos “críticos”, entre dos fuegos, el de la presión de los pobres por un lado, y el de la represión de los poderosos por el otro.

En vez de recetas de buena voluntad, lo que se requiere es denunciar claramente que la solución a la crisis pasará por el sacrificio de los trabajadores si estos no son capaces de resistir a las medidas del capital, para lo cual han de ser capaces de descubrir cual es la fuente de las contradicciones en que se debate el capitalismo, o sea, la oposición entre la satisfacción de las necesidades humanas de todos y la obtención de ganancias para unos pocos.