miércoles, 19 de agosto de 2009

La situación de las cooperativas en el capitalismo.

El movimiento cooperativo constituye una aspiración, hasta cierto punto espontánea, de las distintas capas trabajadoras a suprimir las contradicciones del capitalismo.

La cooperación puede establecerse en diversos campos: el consumo, la mutualidad, o la producción inclusive.

La cooperación en el consumo consiste, sucintamente hablando, en la organización de asociaciones de compradores de abastos ‘básicos’, que, por hacer sus compras en bloque, pueden obtener precios relativamente más bajos que si compraran por separado, es decir, precios de mayoreo. Esta organización es la más sencilla.

La mutualidad consiste esencialmente en la organización de sociedades en las cuales los integrantes se proporcionan ayuda mutua en caso de un apuro grave, o, simplemente, al retirarse de su labor productiva. En estas organizaciones se conforma un fondo pecuniario al cual se recurre en calidad de fondo de préstamo o de donaciones en caso de accidentes, circunstancias extraordinarias, etc. Pudiendo constituir incluso, un fondo de retiro para sus integrantes. Estas cooperativas demandan mayor organización y se encuentran más expuestas a problemas de orden financiero y contable, pues demandan la colocación del fondo en actividades lucrativas, en el sistema bancario, etc.

La cooperativa de producción es el escalón superior de la cooperación; demanda una gran organización. Los trabajadores son a la vez propietarios de una empresa productiva, sea del ramo que sea, que compite en el mercado a la par de las empresas capitalistas, por lo que ha de funcionar bajo los principios capitalistas de economías, disciplina y rentabilidad, etc.

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Al igual que la monopolización de la producción, el movimiento cooperativo constituye una tendencia objetiva del avance de la producción bajo el capitalismo. Pero no más que eso; pese a lo cual no es infrecuente encontrar una gran variedad de opiniones extralimitadas sobre la cooperativización, que, en última instancia, pueden reducirse a dos: o se afirma 1) que la cooperativización puede, por sí misma, remplazar al capitalismo; o bien, 2) que la cooperativización jamás podrá ir más allá de los estrechos límites del capitalismo.

Ambos géneros de opiniones pecan de unilateralismo:

Considerar que el movimiento cooperativo, que ha surgido bajo el capitalismo, es por naturaleza opuesto al capitalismo, que funciona con reglas diametralmente diferentes, es erróneo. Bajo el capitalismo, como ya se indicó, la empresa cooperativa ha atenerse a la rentabilidad de tipo capitalista, es decir, a la obtención de ganancias, para poder funcionar. Además, hay ramas que están vedadas a este movimiento: las ramas que producen medios de producción, esto es, aquellas ramas que producen para la producción. Este sector es estratégico para el dominio de los capitalistas sobre la producción, y, con ella, sobre toda la sociedad. Las ramas que producen carbón, acero, máquinas y herramientas, vehículos, equipo eléctrico y electrónico, instrumental químico y biológico, etc., requieren grandes cantidades de capital, mano de obra altamente calificada, control sobre el sector financiero del Estado, entre otras cosas; todo lo cual está fuera del alcance de la cooperación de los trabajadores. Por ello, las pocas asociaciones exitosas se encuentran al final de las cadenas productivas, en los productos de consumo improductivo. No podría ser de otra manera. Y mientras quede marginado de la producción de medios de producción, el cooperativismo no puede significar un peligro para el ordenamiento capitalista de la producción y de la sociedad.

Respecto a la otra visión de las cooperativas como una asociación inútil, superflua, habría que volver a manifestar lo ya dicho acerca de que este movimiento representa una tendencia inmanente al capitalismo, una tendencia que, cuando surge auténticamente de los trabajadores, y no de tal o cual funcionario del Estado o del propio capital, representa un reconocimiento por parte de las masas de que el funcionamiento económico y social del capitalismo es un lastre para el progreso, de que es ya un enemigo a vencer; a la vista de esto, ¿qué puede ser más gratificante para quien se llame ‘de izquierda’, que semejante actitud por parte de las masas en su propia cotidianidad?

Es preciso reconocer, sin embargo, que solamente bajo un régimen socialista la tendencia que representa este movimiento significaría una palanca crucial de la liberación de los trabajadores, pues sólo en este régimen social se presentarían los supuestos que permitirían crecer al movimiento cooperativo, desplazando a la pequeña producción aislada; a saber, la disposición del sector financiero y la infraestructura material nacional en propiedad social, y lejos de las manos de un puñado de explotadores; de modo que ese mercado y esos recursos se liberarían para orientarlos efectivamente a la supresión de la fragmentación social y económica y de la miseria que las acompaña. Es decir, las cooperativas ya no tendrían que contemporizar con la explotación; serían, en principio, asociaciones verdaderamente libres, con lo que sus objetivos dejarían el terreno de la utopía reaccionaria de la ‘supresión gradual’ del capitalismo, para entrar en el terreno de la realidad de todos los días.

Mientras que bajo el capitalismo la cooperación es, esencialmente, una escuela de socialización de la producción o incluso un poco más, en circunstancias especiales, y ha de coexistir con la explotación (reforzándola inclusive); contemporizando con ella, en vasallaje; en el socialismo, en cambio, se convierte en actor efectivo de la vida social.

Comprender este carácter de ‘escuela’, de la cooperación bajo el capitalismo (e incluso bajo el socialismo), debe permitirnos comprender las posibilidades y límites de ella; así como la necesidad de establecer con claridad los objetivos que se persiguen en cada organización concreta, y de esta manera evitar el fracaso de ella; y aun cuando éste se produjera, tener la capacidad de asimilarlo, para evitarlo en otra ocasión. Pues tal comprensión debe alejar el peligro del desánimo y la disgregación del movimiento cooperativo, los cuáles constituyen su verdadera derrota.




Addenda.

Cada tipo de cooperativa tiene su propio objetivo, éste debe ser claramente establecido y llevado a cabo hasta el fin. Una cooperativa de consumo ha de defender los intereses de sus afiliados, en tanto compradores; es decir, debe buscar los precios más bajos en el mercado: los precios ‘de productor’, ‘de fábrica’, a fin de incrementar y mejorar el consumo cotidiano de los afiliados.

Las cooperativas de producción, por el contrario, persiguen los precios más altos para los productos de sus afiliados, precios por encima de los que pagan las tiendas y distribuidores a los productores, es decir, el precio más cercano al precio de producción.

Ambos tipos de cooperativas pueden coaligarse para beneficiarse mutuamente, los primeros, obteniendo precios más bajos que los del mercado, los segundos, obteniendo un precio mayor que el que pagan los distribuidores capitalistas. El resultado económico neto que se debe perseguir en esta relación es sacar de la jugada a los intermediarios capitalistas, a fin de que productores y consumidores mejoren sus ingresos. Esto no descarta la labor de intermediación, pues las mismas cooperativas requieren al menos un pequeño grupo de organizadores de tiempo completo, que han de requerir cierta cantidad de recursos para operar; de lo que se trata entonces, es de mejorar la intermediación y que esta aminore, al menos en un ámbito limitado, su carácter opresor y expoliador.

Por todo esto es conveniente no confundir o mezclar los diversos tipos de cooperación en un mismo saco, conviene no ignorar que cada uno persigue distintos objetivos y que por ello conviene armonizar pero no amalgamar.

Cada cooperativa debiera ser, en principio, rentable e independiente, en términos contables capitalistas, aun cuando las distintas entidades se articulen en torno a ciertas cuestiones que afecten a todos, por ejemplo, evitar pérdidas por descoordinación en los traslados, en los encargos, etc. No resulta lógico permitir que el hundimiento de una cooperativa arrastre al resto; esto en lo que respecta a la independencia operativa, en cuanto a la rentabilidad, baste decir que no se toma más de lo que hay, el beneficio que produce una unidad de cooperación procede de la ganancia que se logra arrancar al gran capital comercial; pero la cooperativa sigue inmersa en la sociedad capitalista, bajo su legalidad y sus instituciones y, más importante, en el marco de sus relaciones sociales de producción, por lo que operar con eficiencia y en la búsqueda de los mayores beneficios es un imperativo mayúsculo.