sábado, 7 de abril de 2012

El camino del revisionismo

Prácticamente desde los comienzos del desarrollo de la teoría marxista comenzó la lucha contra las desviaciones revisionistas, no en balde tanto Marx como Engels se vieron orillados a hacer una crítica despiadada de personajes de la talla de Lasalle, Proudhon, Bakunin, o incluso de la dirigencia del partido obrero alemán que redactó el famoso programa de Gotha.

Desde luego, el exponente “clásico” del revisionismo sería el alemán Bernstein, quien daría forma a las desviaciones de la teoría marxista en el SPD y sería confrontado simultáneamente por Luxemburg, Kautsky, Plejanov y Lenin. La bernsteiniada de fines de la década de los 1890s sería el aviso de lo que vendría con el estallido de la guerra mundial, cuando los grandes partidos obreros de Europa se rendirían sin luchar a las posiciones imperialistas y acabarían apoyando a los gobiernos en lucha, dejando de lado la política de unidad internacional de la clase obrera.

El resultado de esta política sería desastroso, pues la ola de nacionalismo que acompañó a la guerra en su inicio, y la crisis sin precedentes que la guerra y sus horrores desataron, llevó a los partidos obreros de la II Internacional a la bancarrota política al orillarlos a servir sin tapujos a las burguesías de cada país, en abierta oposición a las masas trabajadoras y proletarias que decían representar. Así las antiguas organizaciones de masas de Alemania aplastarían sin miramientos el levantamiento espartaquista de 1919.

No obstante, con toda la experiencia adquirida desde esta época, la cuestión del revisionismo dista de haber sido plenamente comprendida. El camino del revisionismo hacia el oportunismo es una senda compleja y llena de contradicciones que suele mirarse como si fuese algo mecánico y lineal, sin atender a las múltiples observaciones de Marx, Engels y Lenin sobre tener siempre presente la base material sobre la que descansa el revisionismo, que nunca es un fenómeno aislado, sino un proceso en el que se hallan involucrados todos los elementos políticos que luchan por el poder en la sociedad actual, capitalista en su fase imperialista.

Por principio de cuentas, el término revisionista no puede aplicar a quien no se ha reivindicado como marxista, pues un liberal o populista no pueden reivindicar para sí una visión correcta del marxismo. El revisionismo, en tanto desviación teórica es un producto de las propias filas marxistas. Por otro lado, políticamente, el revisionismo es un elemento alógeno a las filas de las organizaciones marxistas, es la política de la burguesía en las filas obreras en provecho de esa burguesía.

La base material del revisionismo no es otra que la cooptación de un sector importante de la clase proletaria por parte del Estado capitalista, y el oportunismo crece en este campo fértil hasta alcanzar su madurez, y esa madurez se expresa en la deriva burocrática de las organizaciones marxistas. Tal deriva burocrática comienza con signos débiles pero con un sentido claro, el primero es el creciente desprecio a la teoría y al debate teórico, el “olvido” de conceptos clave para el desarrollo teórico y político, que son considerados innecesarios e incluso perjudiciales para la actividad cotidiana de la organización; suele decirse “si podemos arreglárnoslas sin tal o cual concepto, ¿para qué embrollarnos con el?”.

Lo subsiguiente es el remplazo de la organización democrática por una lucha de camarilla en la cual se considera el debate organizativo como mero trámite, que se cumplimenta con el mero apego a las normas estatutarias. La forma sustituye al fondo.

El círculo se completa con la adopción de una posición oportunista hacia la lucha política, mirándola exclusivamente desde el punto de vista de los “beneficios” que puede reportar tal o cual iniciativa y no desde el punto de vista de cuál es la posición que sirve a la lucha de los trabajadores. La organización no sirve a los trabajadores, sino que se sirve de ellos.

El papel de la prensa.

El papel de la prensa en estas circunstancias tiene un lugar de primera importancia en este proceso. La prensa es la principal herramienta de una organización para difundir sus ideas, pero al reconocerlo así, suele dejarse de lado que para lograr esto es indispensable reconocer el papel de la prensa en el seno de la propia organización, o sea, su papel en el debate teórico y político interno, en la lucha contra el revisionismo.

Cuando una organización desarrolla adecuadamente su actividad, esto se refleja claramente en su prensa, que no es simplemente una vitrina donde se coloca aquello que se considera “políticamente correcto” a fin de no “ahuyentar” o “aburrir” a los lectores, postura que sólo refleja un menosprecio por el lector de la prensa marxista; por el contrario, una prensa saludable es aquella que refleja el constante desarrollo de sus ideas, incluso con sus contradicciones y errores, sin temer el juicio del lector. No puede hacerse pasar un boletín de noticias semi-socialista por una prensa marxista. Las diferencias entre uno y otra son demasiado obvias para cualquier lector un poco avezado.

“Pero”, se llega a decir, “hay suficiente espacio para expresar las diferencias en las instancias constituidos por una organización”. A lo que se debe responder inmediatamente que una instancia es antes que nada un plataforma de trabajo, y no una plataforma de debate, pues aunque también en una instancia debe haber obligatoriamente debate, si este no trasciende a la prensa simplemente se corre el riesgo de encerrarse en discusiones sin fin, sin orden y sin resultado alguno. No toda la prensa de organización es abierta, pues debe haber una prensa interna, destinada a todos los miembros de la organización, así como varios tipos de prensa pública, con diferente periodicidad, con un enfoque más o menos teórico, etc. Si algo no tiene por qué ventilarse públicamente por razones varias, siempre puede y tiene qué dirimirse en la prensa interna.

Los interlocutores del debate marxista no son los dirigentes de la organización ni los jefes de redacción, son los lectores de la prensa, interna o externa, por ello, un debate que no llega a ellos simplemente nunca existió.

Silenciar posiciones teóricas y políticas con argumentos administrativos de pertinencia y espacio no es más que una forma taimada de suprimir de facto el centralismo democrático y sólo quedarse con el centralismo. Evitar este desenlace es una tarea cotidiana del conjunto de la organización y no de un pequeño grupo, de nada sirve repetir citas célebres, recordar glorias pasadas, “perfeccionar” métodos de dirección, etc., mientras los hechos desmientan las intenciones. No existe, hasta donde se sabe, una vacuna contra el oportunismo, ésta es una enfermedad que corroe a una organización cuando ésta llega a creer que la autocrítica es peligrosa y que la mera etiqueta de “marxista” es un amuleto milagroso que evita el trabajo de pensar y confiere el poder de decir qué es lo correcto y qué no lo es sin necesidad de investigar ni estudiar.

El camino del revisionismo al oportunismo está tapizado de páginas de los clásicos convertidas en meros pretextos para sostener un aparato burocrático.