jueves, 7 de octubre de 2010

El capital y la división del proletariado

La archisabida divisa romana divide et impera o “divide y vencerás”, cobra un particular sentido en la sociedad capitalista.

Las clases sociales, en la teoría, se presentan como totalidades, o sea, como sistemas relativamente uniformes, determinados por una serie de características identificables con unas determinadas condiciones de existencia, una ideología, una determinada organización (o desorganización) política, etc., de manera que una clase no resulta idéntica a la suma simple de los individuos que la componen, sino que es esa suma en su contexto y desarrollo históricos, en el tiempo.

La clase capitalista, aquella que posee el capital, suele ser identificada con ciertas prácticas de consumo, o sea, con el derroche y el lujo, pero esto no es más que la apariencia exterior de la clase. La clase capitalista se caracteriza por ocupar un lugar jerárquico en la sociedad, lugar determinado por su capacidad de valorizar su capital, por su capacidad de obtener ganancias. A mayor capital, más alto el lugar en la jerarquía social. Ello impulsa espontáneamente a cada capitalista individual a buscar la mayor ganancia en cada negocio en que se involucra, sin importar demasiado la naturaleza del negocio y quien resulte perjudicado. El negocio armamentista es un ejemplo extremo, pues se produce capacidad de destrucción para obtener ganancias.

El otro extremo de la sociedad lo integran los productores directos de las mercancías, es decir, los asalariados, trabajadores que a resultas de las revoluciones anti-feudales fueron despojados de los medios para obtener su sustento, y de esta manera obligados a buscar un salario pagado por los dueños del capital, a cambio del cual tienen que entregar trabajo extra no pagado que se convierte en la ganancia de los capitalistas.

Por otra parte, en una sociedad concreta, las clases presentan una gran variedad de aspectos, de manera que una clase concreta no se limita a describirse por medio de su posición frente a la producción, sino que puede también distinguirse por cuestiones nacionales, étnicas, religiosas, etc. Por ejemplo, en un país como México, las clases también se distinguen por su origen étnico y por su identificación nacional, entre otras características. Esto hace que la lucha de clases concreta se desarrolle siempre como un conflicto que termina por involucrar cuestiones nacionales, religiosas, de género, etc. Más aún, de hecho, en México y Latinoamérica los conflictos de clase se presentan como conflictos de etnia, religiosos, o nacionales antes que como tales conflictos de clase.

Una clase tiene que realizar al mismo tiempo dos grandes luchas, una para aglutinarse a sí misma, y otra para dividir a la clase opuesta, los grupos más dinámicos y poderosos al interior de cada clase son los que reúnen en sí mismos la capacidad y los recursos para conquistar el liderazgo de la clase, desplazando a los elementos indisciplinados o susceptibles de pasarse al lado contrario, evitando así que las divisiones internas predominen sobre la necesidad de coaligarse contra la clase antagónica.

Por otra parte, la división de la clase antagónica es una pieza fundamental de lucha de clases, para ello se procede a crear una base entre aquellos grupos que manifiestan afinidad a la ideología de la propia clase, o bien que aunque tengan condiciones de vida idénticos a los del resto de la clase, manifiesten inconformidad con su situación dentro de esta, percibiendo una contradicción entre sus aspiraciones de ascenso y las formas de la competencia dentro del capitalismo.

La gran burguesía monopolista, fracción dominante dentro de la clase capitalista, ha afinado cuidadosamente los instrumentos políticos e ideológicos con que libra su lucha de clases contra los asalariados, buscando siempre evitar que se constituyan plenamente en clase proletaria en todos los sentidos, o sea, en una clase militante con reivindicaciones propias. A este fin, la burguesía monopolista fomenta activamente la división étnica, o sea, el racismo, el nacionalismo burgués, la religión (“opio del pueblo”) y la opresión de la mujer (formación de un sub-proletariado no reconocido), a fin de contar con grupos de asalariados en qué apoyarse cuando alguna fracción del proletariado intenta luchar contra la opresión de manera aislada. Los capitalistas lanzan entonces a una fracción del proletariado contra otra, instrumentan el esquirolaje económico como el político y el ideológico.

El esquirolaje económico es plenamente identificable, los esquiroles económicos no son otra cosa que los rompe-huelgas, más sutiles son los esquiroles políticos e ideológicos, pero son igualmente dañinos. En el terreno ideológico podemos hallar grupos de trabajadores que luchan abiertamente por la defensa de los prejuicios capitalistas, es el caso de muchas organizaciones sindicales que le han dado la espalda al socialismo, y que defienden a ultranza el “derecho al trabajo” burgués, pretendiendo que atacando al monopolismo desde un punto de vista “liberal” se combate la opresión de los trabajadores.

Además, no pocos grupos de trabajadores defienden y defenderán los exclusivismos religiosos y nacionales, sacrificando la unidad obrera. La lucha en este terreno, como en el político, sin embargo, tiene, gracias a la crisis del capitalismo, visos de solución pues en el marco de la crisis, el sistema capitalista es cada vez más incapaz de realizar las expectativas, no ya de las masas trabajadoras, sino incluso de los mismos capitalistas, que arrecian la competencia y ahondan en la división de su propia clase, circunstancia que el proletariado puede y debe aprovechar para aplastar el esquirolaje ideológico, como paso previo a la emergencia política del proletariado revolucionario.

Así, el capitalismo crea diferencias salariales y en oportunidades de empleo, con base en diferencias étnicas, de edad, de género. El capitalismo, en tanto que modo de producción busca siempre asegurar las condiciones de reproducción de las relaciones de producción que le son características: dedica esfuerzos monumentales al aseguramiento de las materias primas y a la reposición de máquinas y equipos, pero, paradójicamente, la reproducción de las relaciones de dominación, de la esclavitud asalariada, está fuera de la esfera de la producción de mercancías, compete al Estado, a la familia, la iglesia, a los medios de comunicación, que tienen que asegurar que los asalariados se presenten al trabajo. La división del proletariado es un factor esencial en el proceso de reproducción de las relaciones de dominación propias de la sociedad capitalista, pues lo aleja de la posibilidad de convertirse plenamente en clase proletaria, capaz de asumir sus propias reivindicaciones y de formar sus propias organizaciones, de desarrollar la capacidad de guiar a toda la sociedad a una reorganización del trabajo que ponga por delante las necesidades del ser humano, dejando en los museos la historia de la explotación.