lunes, 1 de marzo de 2010

La expansión del capitalismo

El desarrollo del capitalismo ha sido motivo de largos debates, particularmente desde que el capitalismo abandonó las fronteras de Europa, debates que se han enfocado fundamentalmente en las cuestiones, no menores por cierto, de la exportación de mercancías y de capitales, es decir, en el “problema de los mercados”.

El planteamiento del problema es más o menos el siguiente: Al irse estableciendo relaciones de producción capitalistas en un país, éstas se representan en una masa creciente de productos del trabajo que se hallan en manos de los capitalistas y cada vez menos en manos de los trabajadores, que por ello se ven obligados a trabajar para los capitalistas, por lo tanto, al irse ampliando esas relaciones se extiende la miseria a las masas trabajadoras, que son por lo tanto cada vez menos aptas para adquirir los productos que ellas mismas elaboran. Algunos teóricos han intentado demostrar que ese empobrecimiento de las masas trabajadoras que acompaña al capitalismo acabará por hacer imposible su permanencia, o sea, que el empobrecimiento reduce el mercado para las mercancías que “portan en sí” las relaciones sociales capitalistas; requiriéndose, por lo tanto, nuevos mercados donde las mercancías se puedan realizar, es decir, intercambiar por un valor equivalente expresado en dinero.

Pero esta operación puramente lógica no hace sino desplazar el problema de la realización al ‘mercado exterior’.

El problema del mercado exterior no tiene relación con el de la realización de las mercancías. El empobrecimiento mismo de las masas, su proletarización, su descomposición en burguesía y proletariado, generan el mercado; ya que, por un lado, obligan a los trabajadores a adquirir su menguado consumo en el mercado; y se crea, asimismo, un mercado de bienes de producción, mismo que crece incluso más rápido que el de bienes de consumo. Y este mercado de bienes productivos, de bienes para la producción, se convierte cada vez más en un monopolio de los capitalistas, es en donde ellos fincan su poder, pues van desplazando de él a los trabajadores, y, al hacerlo, éstos se ven obligados a vender su única mercancía: su fuerza de trabajo. Llega el momento en que la adquisición de medios de producción es prerrogativa exclusiva de los capitalistas, pues estos se vuelven los únicos miembros de la sociedad capaces de adquirir los costosos equipos y de contratar el personal para operarlos que son necesarios para producir con ganancia en las condiciones socialmente establecidas

En el marco del capitalismo anterior al monopolismo, la expansión del mercado se ve limitada por su escaso desarrollo, limitándose su actividad al intercambio de mercancías para el uso, pero en lo que respecta al ‘problema de los mercados’, el único cambio en la cuestión es que ahora el problema se ha extendido ya al mundo entero pues en cada lugar en que las relaciones mercantiles se van desarrollando, se va produciendo indefectiblemente la escisión de la sociedad en un grupo de grandes poseedores y una masa cada vez más desprovista de medios para producir, y al alcanzar este proceso una determinada medida, la necesidad de mercados exteriores vuelve a ser apremiante, pero no lo es porque las necesidades de la sociedad estén colmadas, sino porque el mercado está saturado, porque la demanda capitalista de mercancías está satisfecha, es decir, porque el grado de desarrollo de las relaciones capitalistas de producción e intercambio ha alcanzado el nivel indicado para que los capitalistas lucren al nivel máximo relativo. La necesidad de ‘mercados exteriores’ para el capitalismo es real, pero no atañe al problema de la realización, sino a la cuestión del mantenimiento de la tasa de ganancia de los capitalistas.

Los capitalistas buscan aumentar siempre sus ganancias, esto sólo se consigue desplazando a los competidores al incrementar la productividad del trabajo, para producir más barato y, por lo tanto, con mayor ganancia, y al disponer del mayor mercado posible.

La competencia intercapitalista hace solventes a los mercados externos, crea la necesidad de ellos para el capitalismo mundial.

Por otra parte, la aparición de esta solvencia hace también viables las guerras de partición y redivisión del mundo, por cuanto el aseguramiento de un mercado por tal o cual burguesía no puede efectuarse por medios puramente económicos, por una política de precios, etc., sino que requiere medios político-militares, pues involucra cuestiones estratégicas que complican notablemente la situación.

Esto se lleva a sus límites bajo el capitalismo imperialista, donde al capital-mercancía se suman el capital productivo y el capital financiero como formas concretas de la expansión de las relaciones capitalistas; habida la cuenta de que el capital-mercancía era insuficiente para ampliar los mercados a un ritmo adecuado a las necesidades de los magnates rentistas, que son quienes ahora predominan entre los capitalistas, se que hace necesario “dar un empujón” a la acumulación de capital en los países dependientes, posibilidad que descansa en el simple y llano hecho de que ahora se dispone de la masa de medios económicos y materiales para realizarlo.

La expansión del capitalismo en su fase imperialista consiste en la extensión de las relaciones de explotación capitalistas por encima, a pesar de, y, en ocasiones incluso con el servicio de, las fronteras nacionales; es la expansión de estas relaciones en el contexto de las separaciones de fase que representan las barreras nacionales, ideológicas y culturales que corresponden a los diferentes países. A las tácticas mercantilistas de antaño se suma la fuerza económica de los monopolios, expresada en la fuerza político-militar de los Estados en que se basan esos monopolios.

Si tal o cual frontera no cede a la expansión puramente económica del capital monopolista, lo hará frente a su expansión político-militar, tras la cual, los monopolios extranjeros acabarán por asentarse en condiciones más o menos beneficiosas; pero eso sí, con el aliciente de que habrán dejado fuera a la competencia, lo que por sí mismo puede ser crucial en el juego y rejuego de la lucha por las ganancias.

Políticas de precios, deudas de los Estados, invasiones coloniales, jugarretas jurídicas, guerras interimperialistas, conflictos de todo género; acaban todos por ser otros tantos medios con que se dirime cuál grupo de monopolistas habrá de llevarse la mayor tajada de ganancia.

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