sábado, 6 de marzo de 2010

El Estado en la época del imperialismo

En no pocos textos se ha ventilado la ‘teoría’ del ‘debilitamiento del Estado’, del ‘desmantelamiento del Estado’ por el ‘neoliberalismo’.

Tal ‘teoría’ distorsiona la realidad del debilitamiento de los Estados dominados por los Estados poderosos; encubre el hecho del recrudecimiento del saqueo imperialista en las condiciones de la explotación de unos países por otros, que llega incluso a la recolonización (Irak, Afganistán).

Con tal posición se pasa por alto el carácter capitalista de los Estados dominados, el grado mayor o menor de su sojuzgamiento al imperialismo, es decir, el grado en que han sido avasallados por los países más poderosos. La supuesta desnacionalización de los Estados nacionales es un despropósito a todas luces. Los Estados surgidos del ascenso del capitalismo y de la descolonización no perderán voluntariamente su carácter nacional; este carácter es el fundamento ideológico mismo del poder del Estado sobre ‘su’ población, es monopolio de sus burocracias y milicias y es la fuente última de su legitimidad.

Los Estados surgidos de la descolonización, como es el caso de la mayoría de las naciones africanas y asiáticas, de América Latina, etc., ciertamente pueden debilitarse y han llegado a perecer, pero su derrumbe ha tenido lugar en el marco de una lucha de clases particularmente violenta y bajo el asalto de las grandes potencias, recordemos los casos de Haití, Irak, Ruanda o Uganda.

La descomposición de esos Estados, que hemos observado en las últimas décadas con excesiva frecuencia, no significa necesariamente su debilitamiento frente a las clases explotadas de sus respectivos países, sino más bien frente al imperialismo. Lo que parece haber ocurrido fue la prematura descomposición del nacionalismo de las antiguas colonias, que arribaron a la conformación de sus naciones cuando el nacionalismo en general se adentraba en la descomposición, debido en gran parte a la deriva monopolista-rentista de las clases capitalistas. Los casos más sobresalientes de esta descomposición no fueron únicamente, por cierto, el nazismo alemán y el fascismo italiano, sino también la ‘democracia’ estadunidense, la república francesa y el parlamentarismo inglés, convertidos en otras tantas máscaras que mal disimulan la rapiña y el saqueo de pueblos débiles, y la rebatinga por el botín mal habido.

Las naciones del llamado “Tercer Mundo”, o países dominados, más propiamente dicho; llegaron al capitalismo en su fase de descomposición imperialista, lo que también se plasmó en su constitución en Estados nacionales, pues no constituyeron repúblicas democráticas, con libertades burguesas mínimas, sino dictaduras militares, personales, o de partido, todas con pesadas burocracias y ejércitos indisciplinados y abiertamente reaccionarios.

Todos los Estados actuales se integran con instituciones imperialistas, chovinistas, racistas, xenófobas; reaccionarias en toda la línea. De todo lo cual se deriva que en los hechos las instituciones ‘nacionales’ mantengan una guerra permanente contra “sus” pueblos, aplastando toda iniciativa propia de estos; lo que se corresponde perfectamente con la práctica, la ideología y el fundamento económico del imperialismo, o sea, la búsqueda de superbeneficios a toda costa. Esto es, en el momento actual, el imperialismo sólo puede sostenerse sometiendo a las masas populares a una explotación incrementada.

Frente a este escenario de explotación y saqueo imperialista, se desarrolla el utopismo más rudimentario. La organización política auténtica de las masas es suplantada por el clientelismo, los auténticos dirigentes populares son suplantados por agentes del imperialismo; los grupos políticos y sindicales son tomados por pequeños grupos de arribistas, aventureros y oportunistas, defensores todos del orden capitalista y solapadores del imperialismo.

El imperialismo, sin embargo, no puede detener la rueda de la historia, por cuanto no puede resolver las contradicciones más profundas del capitalismo, incluso las exacerba, agudiza, acelerando la descomposición del capitalismo, y es así puesto que no hay ganancia que sacie la voracidad de los grandes capitalistas ni conquista que aplaque la codicia de los políticos imperialistas; los diferentes grupos de saqueadores tienen entonces la necesidad imperiosa de buscar permanentemente un nuevo reparto, más favorable para ellos, del botín saqueado, lo que lleva tarde que temprano a luchas cada vez más destructivas a crisis más agudas.

El Estado, pues, se ‘debilita’, por su sujeción a Estados extranjeros, que sojuzgan a la nación, saqueándola; y manteniendo esta situación por medio de la explotación y la guerra, medios todos, que, pese a las connotaciones religiosas, étnicas, ‘raciales’, etc. que posean, en el momento actual tienen un mismo contenido económico: la persecución de los superbeneficios monopolistas, la consecución de los objetivos geopolíticos y geoestratégicos del imperialismo.

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