lunes, 1 de marzo de 2010

El ‘derrumbe’ del capitalismo

Entre las corrientes económicas de principios del siglo XX tuvo lugar el debate sobre un eventual ‘derrumbe’ del capitalismo como una posibilidad subyacente a las contradicciones de este régimen al alcanzar el estadio imperialista, esto es, se creía que la expansión del capitalismo encontraría un límite insalvable al agotar el territorio a repartir entre las grandes potencias, de manera que la caída libre de las ganancias desataría una crisis que acabaría con todo el entramado de las relaciones de producción capitalistas.

No obstante la agudeza de los argumentos a favor del “derrumbe”, tal situación límite es una mera abstracción de la realidad, por cuanto de hecho el capitalismo crea y supera constantemente sus límites económicos. La acumulación capitalista prosigue bajo la crisis, aun cuando lo haga en nuevas condiciones: las del monopolismo. Los grupos monopolistas tienen la capacidad de allegarse superganancias, que son la motivación última del régimen capitalista; aun cuando la demanda solvente de mercancías se mantuviera ligeramente rezagada, ésta se crea constantemente, dentro y fuera del país imperialista por medio de los gastos improductivos de los monopolios(2) que regeneran constantemente la pequeña producción y las llamadas “clases medias”, que son esenciales para la reproducción del capitalismo. A este fin sirve también el saqueo colonial, que provee recursos para subsanar los agujeros del sistema como un conjunto; a costa del bienestar de los pueblos dominados.

¿Juzgar que la teoría del derrumbe es fundamentalmente incorrecta implica afirmar que el capitalismo será eterno? En modo alguno. El desarrollo normal del capitalismo conlleva crisis de largo alcance que no se encuadran completamente en la esfera economía y que a la larga tienden a vulnerar al régimen capitalista, arrastrándolo a su desaparición, situación que tiene muy poco que ver con el “derrumbe” al que se referían los críticos de principios del siglo XX. Las contradicciones del capitalismo no son únicamente de tipo “económico”, sino histórico, en el sentido más amplio del término. Pero ciertamente la estructura económica de la sociedad capitalista es la fundamental de este modo de producción, y condiciona al conjunto de la estructura social, por ello, al hablar de crisis del capitalismo, siempre se habla de procesos en los que la cuestión económica es la raíz fundamental, pero no entendida ésta en la concepción habitual o restringida de la economía como un conjunto de relaciones técnicas, sino en su sentido histórico, como expresión de determinadas relaciones entre grupos sociales.

En primer lugar, este régimen sufre una aguda contradicción con su entorno ambiental: toma de la naturaleza más de lo que le restituye, arrojando desechos difíciles de descomponer o alterando los ciclos que le son propios. Sin embargo, en principio, el desarrollo tecnológico puede aliviar al menos algunos efectos directos de la contaminación en el hábitat humano; el “estrés medio-ambiental” puede ser determinado en el entorno ecológico con cierta precisión, lo que permite hacer valoraciones de las medidas a tomar. Pero, en cambio, el efecto a largo plazo es difícil de determinar.

Más relevante, para los efectos de este ensayo, es la tendencia del capitalismo a exacerbar los conflictos político-militares en una escala nunca antes vista.

Las contradicciones sociopolíticas de todo género hallan, en la competencia interimperialista (e intercapitalista en general), un combustible inapreciable.

El capitalismo impulsa los conflictos heredados de épocas pasadas en cuanto estos representan una oportunidad de obtener ganancias, los países poderosos y sus monopolios asociados apoyan a una facción o a otra con recursos financieros, tecnológicos, etc. con miras a recuperar lo invertido con creces.

Además, el capitalismo incrementa los armamentos a una escala gigantesca, en cantidad y poder destructivo. La cúspide de esta tendencia la constituyen los arsenales nucleares, termonucleares, etc., cuya cantidad y capacidad destructiva es mucho más que suficiente para arrasar por completo al planeta.

Y por si fuera poco, se ha llegado a la creación de industrias asociadas a la guerra: consultorías financieras, equipos de salvamento de infraestructura (petrolera p. ej.); ejércitos mercenarios, contratistas de todo género, etc., que atizan los conflictos por el mero afán de colocar sus productos al mejor precio.

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