Es frecuente escuchar que la historia
está llena de paradojas, y en más de un sentido esto es cierto.
Frecuentemente también el ser humano enfrentado a estas paradojas
reacciona en forma opuesta a lo que es de esperarse.
El movimiento obrero tiene ya más de
150 años de haber iniciado su revolución, y a muchos sorprende que
“aún” no haya conquistado el poder, luego entonces, se afirma
que las previsiones de Marx y Engels no se han cumplido. ¡Cómo si
tales previsiones estuvieran plasmadas en un calendario! Esto no
quiere decir que los objetivos del socialismo tengan que dejarse a la
espontaneidad de una especie de dios al que llamamos Historia y que
por sí misma alumbrará a la revolución, traerá el socialismo y
liberará a los pueblos.
Nada más lejos a esto que la realidad.
Marx y Engels fueron suficientemente claros al respecto. Si algunas
veces esperaron la revolución en determinados plazos, como fueron
los casos de Alemania y Rusia, no les faltó razón al creer que ahí
tendrían lugar revoluciones de la más vasta escala, y la historia
les dio la razón, la revolución mas grande que esperaban en Rusia
desde los 1880s finalmente estalló en 1905 y triunfaría en 1917.
La revolución que esperaban en Alemania estalló en 1918, pero se
saldó con una derrota de los revolucionarios.
Así ocurre en la historia, el débil,
minoritario y semi-asiático proletariado ruso triunfa en una
sangrienta guerra civil frente a enemigos mucho más poderosos,
mientras el potente, culto y organizado proletariado alemán se hunde
frente a las fuerzas de la reacción en el momento más
revolucionario desde 1848.
Según los críticos menos avezados del
marxismo, esto basta para afirmar que las teorías de Marx y Engels
han sido refutadas. Pero lo único que demuestran los críticos con
estos “descubrimientos” es demostrar la franca ignorancia que
tienen del método del marxismo.
Para el marxismo no existe nada
parecido a una predeterminación de los resultados de determinados
procesos históricos, no existe una fatalidad que determine el
resultado de una lucha entablada entre clases antagónicas que se
baten por el control de la sociedad. Cuando el antagonismo entre
bloques históricos llega a la confrontación definitiva en el
terreno del poder político, o sea, del Estado, la situación sólo
puede resolverse por la violencia, que puede ser civil o armada y que
puede desembocar en la guerra abierta, pero ciertamente se resuelve
en el sentido de quién tiene el poder y quien lo pierde. Y en el
marco de esta lucha, el resultado puede variar enormemente, ya que va
a depender de una gran cantidad de factores: la preparación
político-militar de los contendientes, las alianzas internas y
externas de las clases, la organización de sus partidos, el talento
y la capacidad de sus líderes, la riqueza relativa del país y de la
región, el estado de la ciencia y la tecnología, la situación
internacional, entre otros, y, finalmente una porción de factores
incontrolables que pueden llegar a inclinar la balanza de un lado u
otro.
Como se puede ver, nada más ajeno al
marxismo que la predeterminación del resultado de una contienda
histórica entre clases sociales antagónicas. En esto reside el
poder analítico del marxismo y su superioridad sobre las ideas
burguesas acerca de las revoluciones sociales, que confieren a los
líderes el papel preponderante y miran a las clases como meras
portadoras de la fatalidad histórica. Resulta que son más bien los
teóricos burgueses los que cometen los pecados que achacan al
marxismo.
El proletariado tiene que avanzar
seguro hacia la lucha por sus intereses, que lo logre es y debe ser
una tarea de los marxistas en toda circunstancia.
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