miércoles, 10 de junio de 2009

La crisis

A fines de 2008 ha dado comienzo un periodo de contracción económica que culmina todo un periodo de estancamiento. Esta nueva crisis se manifestó como un derrumbe de los mercados de valores provocado por las bancarrotas de las empresas dedicadas al ramo de bienes raíces en los EUA, cuyos “créditos basura” llevaron al derrumbe de algunas de las mayores empresas financieras del mundo, como Lehman Brothers, y que pusieron al borde del precipicio a otras aparentemente imbatibles como Citigroup, Hypo Real Estate, Fannie Mae, Freddie Mac, y a muchos bancos de inversión. El desastre se coronó con el descubrimiento de los fraudes multimillonarios de Madoff y Stanford.

En suma, un armagedón financiero que se reflejó en la virtual quiebra de las armadoras automotrices de Detroit, el pánico bursátil, la caída de los precios del petróleo y la parálisis del comercio internacional.

Las “explicaciones” acerca de lo que acontece han corrido por cuenta de los voceros habituales de la banca y de la bolsa: los economistas profesionales y de los “críticos” izquierdistas del capitalismo. Una de las contribuciones más logradas de estos especialistas a la explicación de la crisis ha sido la de su caracterización como una “crisis de desconfianza”, según ella, el mundo se paraliza porque los “inversionistas” temen perder sus fondos, y los “consumidores” temen perder sus empleos. Según estos personeros de la banca y de la bolsa y sus “críticos”, de lo que se trata es de hacer que los gobiernos tomen las medidas para “restaurar la confianza”, o sea, que los gobiernos tienen que garantizar los fondos de los grupos financieros y evitar su quiebra para que desaparezca la “aversión al riesgo” de “inversionistas” y “consumidores”, lo que permitiría ir reanimando la economía, y haría que los Estados finalmente resarcieran de sus gastos en la medida en que la reactivación permitiera un incremento de la recaudación.

Pero hay algunos problemas en esta concepción del problema, y en consecuencia de la “solución” propuesta a la crisis. Por principio de cuentas, ¿Qué grupos recibirían las garantías estatales?

La respuesta no es difícil de conocer. Los grupos más poderosos tienen múltiples relaciones con los funcionarios del Estado, equipos de cabildeo, etc. y no reconocen más necesidades que las propias. Las garantías estatales sólo irán a donde puedan ir, esto es, a los grandes consorcios en los que se originó la crisis.

El origen de la crisis

Aquí se trata del origen de la crisis, atribuida en exclusiva al sector financiero, que sólo en un segundo acto al resto de la economía, a aquellos sectores que se denominan “economía real” en la jerga de los economistas. Pero tan “real” es la economía financiera como la industrial, la de servicios, etc. La crisis tuvo de hecho su origen primordial en la economía “real”, y se desplazó hacia el sector de las finanzas.

Esto ocurrió de la siguiente manera. Al caer las ganancias en los sectores industriales, comerciales, etc., una masa cada vez mayor de capital fue quedando en disponibilidad para futuras inversiones, y se creó así un fondo de acumulación que amenazaba con disminuir el nivel de ganancias medio si se intentaba invertirlo en las industrias, comercios y demás negocios, pues habría significado una presión al alza de los salarios al aumentar la cantidad de nuevos empleos y reducir por lo mismo la masa del ejército de reserva de trabajadores.

Para evitar la baja del nivel de ganancias, esa masa de capital comenzó a distribuirse en el circuito financiero mundial, empleándose para adquirir aquellos recursos que se consideraban seguros contra pérdidas(“valores refugio”), tales como los bienes raíces, el petróleo, el oro y las materias primas. Este comercio especulativo se hizo un negocio muy redituable, pero los precios comenzaron a aumentar, a tal grado que al irse contrayendo la economía por el retiro de capitales de la circulación por la disminución de las ganancias, estos valores de refugio se fueron quedando sin compradores y los precios se derrumbaron, la “burbuja” estalló, y arrastró consigo tanto a los especuladores como a los productores directos y a los propietarios de casas y empresas de la construcción. Esta situación causó una contracción aún mayor de la economía.

Los capitales, en pleno pánico se lanzaron a buscar cualquier refugio, y el dólar se convirtió en el más socorrido. En México se adquirieron decenas de miles de millones de dólares, lo que provocó una devaluación del peso que sólo pudo atemperarse liberando dólares de las reservas nacionales.

Varios gobiernos de los países más poderosos comenzaron a otorgar garantías financieras cuando la situación se tornó insostenible. Estas garantías ya ascienden a varios millones de millones (billones) de dólares; pero según algunos analistas ni esto es suficiente y se espera una de dos cosas, o bien una recuperación lenta dentro de algunos años, o bien un nuevo derrumbe de las economías cuando otros tipos de créditos impagables comiencen a romper su propia “burbuja”.

A partir de las posiciones defectuosas de los economistas, se llega a una posición errónea en lo que respecta a la política económica que se debiera implementar frente a la crisis. Se llega a creer que esta política puede ser capaz por sí misma de prevenir o “resolver” las crisis, cuando la realidad es que las crisis son a su vez soluciones a la caída del nivel de las ganancias. Lo que las crisis hacen para remediar esta caída es provocar una disminución del nivel de empleo que haga descender el costo de la mano de obra y permita así que las nuevas inversiones se realicen a costa de los salarios. Algunos economistas e intelectuales de izquierda sostienen que para remontar la crisis se deben crear artificialmente empleos y hacer inversiones y gastos por cuenta del Estado a fin de incrementar la demanda de productos.

Esta “solución” parece plausible, siempre que no se tome en cuenta que el objetivo último de la producción capitalista es la acumulación de capital, que la economía capitalista no es una economía para el uso, sino para la ganancia. Sólo así se puede dar pie a ilusiones acerca de la posibilidad de reformar al capitalismo, de creer que enfocando los recursos a la satisfacción de las necesidades humanas y no a las del capital, se pueden remontar o aún evitar las crisis de un modo de producción que subsiste precisamente subordinando esas necesidades de las mayorías trabajadoras a los afanes de lucro de la clase dominante.

Los grandes empresarios y sus agentes estatales obran inconscientemente en la dirección que favorece a sus intereses, sin hacer demasiado caso a las lamentaciones de los economistas e intelectuales acerca de los riesgos inherentes a los “excesos” del lucro. Los capitalistas atienden más a los imperativos prácticos del momento, buscando apoderarse de los dineros públicos, arrojar a la mayor cantidad de trabajadores a la calle y desbancar a la competencia, a fin de asegurar los recursos que les permitan remontar la crisis.

Contra todas las expectativas de los intelectuales de izquierda y de los economistas, la “salida” a la crisis presente es la que los monopolistas están articulando, mientras que las “soluciones” propuestas por estos “críticos” no son más que lamentaciones propias de personas asustadas por el incremento de la miseria que amenaza con impulsar a las masas trabajadoras a confrontar directamente al sistema, lo que haría quedar a las clases medias, cuyos puntos de vista sostienen estos “críticos”, entre dos fuegos, el de la presión de los pobres por un lado, y el de la represión de los poderosos por el otro.

En vez de recetas de buena voluntad, lo que se requiere es denunciar claramente que la solución a la crisis pasará por el sacrificio de los trabajadores si estos no son capaces de resistir a las medidas del capital, para lo cual han de ser capaces de descubrir cual es la fuente de las contradicciones en que se debate el capitalismo, o sea, la oposición entre la satisfacción de las necesidades humanas de todos y la obtención de ganancias para unos pocos.

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